"SOBRE DESOREJADOS, CORVOS Y MUDOS". UN TERCIO DE RELATOS (XVII).
Salimos
siempre escondidos del sol, cuando el vapor surge del suelo y se eleva
ocultando nuestras estampas. El silencio desbaratado por el crujir de la
traviesa que da vida a las ruedas del carro lleno, y los golpes de los cascos
que como antaño alientan la cadencia de los galeotes. Unos a su fachada, otros
a su zaga empujamos el peligroso acopio
entre la niebla que parece apartarse
ante la silenciosa congregación.
La giba
del carretón no presagia buenas noticias, pues la abundancia por aquí sólo es
de hambre y pobreza y ésas mercaderías
son inmateriales y cada uno la suya porta en la proporción que no se ve.
Tampoco el fornido auriga que conduce el porte nos hace bien, pues el que
dirige es conocido por estos territorios como hacedor de carne, por eso le
techamos de sayo encubierto que evite ver sus trazos de cochino.
Desta manera y
otras que más adelante diré nos dirigimos al campamento para dar de comer a
nuestra famélica mesnada de soldados sin soldada. Espero que llegando dos días
recibamos la visita de algún ojeador del nuestro ejército, que nos alerte de la
presencia de herejes o emboscados, mientras, evitamos las urbes y otras
poblaciones eligiendo de las más las peores trochas que nos retrasan pero
refugian.
–A este paso nosotros mismos
mermaremos las viandas por lo largo de los días –Dijo el Calatravo mientras
movía sólo el belfo debajo de su sombrero. Le contesté para no desanimar a los
otros –No te preocupes amigo, que más largos se hacen las jornadas de no haber
pan, disfruta del viaje que ya volveremos al poco comer y mal vivir. Los días
largos las jornadas certeras.
Así comenzamos
a imaginar qué soldado sería confiado a llevarnos seguros en las próximas
jornadas. Acuña postulaba por uno que de mozo sirvió a otro hidalgo muchos años
y que no hablaba sino gruñía de la estocada que en la garganta padecía, y es
que sólo gemía, gruñía, a cada vez que hablar pensaba. Hacía de rodelero en las
escuadras y su porte fino y achaparrado le hacía parecer un demonio entre las
picas, demonio oculto debajo de su Rodel, amagaba y daba a los que finaba, y
éstos no acertaban a ver por don les venía la muerte.
Contaba Acuña
que mucho le conocía, que pinchó una vez a más de cincuenta cerca de los
Francos Condados, y que anduvo varias veces embarcado por aguas de la berbería.
Embarcado fue donde un galeote moro con la punta de una uña acerada le produjo
su afonía quedando afásico de por vida pero con la virtud de la ira en la
garganta prendida, pues a cada cuchillada o mandoble que éste inicia le
acompaña el mismísimo sonido del diablo, gemido que de espanto llega hasta las
almas de sus martirizados oponentes haciéndolos doblemente herida, una de carne
y otra de vida.
El
Aznalfaracho lo había conocido bien según comentaba, decía que una noche lo
acompañaba encamisado en la noche para el día.
Cuenta mientras trota, que lo llevaron con la creencia que por mudo
ningún sonido produciría, así de este modo serviría, y en llegando a la casa de
los discrepantes y antes de poder encender la torcida, el gemido del mudo en
todo el orbe se oía, y los oponentes corrían y corrían mientras el mudo gemía.
–¡Vive Dios! que no sé qué demonios
aquel hombre le decía pero aquellos corrían y corrían como si al mismísimo Bercebú les perseguía, tanto galoparon que no dióme tiempo a sacar mi daga de
la espalda ni a los otros que me acompañaban, y de esta manera quedamos
encamisados sin antagonista que despachar pues el pequeño rodelero los había
ahuyentado.
El cochino
escuchaba pero no decía, y así le dije –¿Escuchas Alvar?, el soldado gruñe como
vuestros cochos pero éste mata, no así como los otros. – De debajo de la capa
el vivandero me contesta sonriendo –Espero que sea ése quien nos acompañe, ya
sabéis que gusto de la muda compañía de animales, no de vos, no confundáis
noche por día. – dijo el vivandero mientras escondía temeroso lengua y cara
debajo del capirote.
–Jajajaja – el Calatravo comenzó a reír mientras la tarde
nos sorprendía.
Y a la tarde
la noche seguía, entonces paramos para hacer morada del campo y sobre una
pequeña explanada nos extendimos en rededor del carro para así dar cara a
cualquiera que por todas partes viniere.
Con las caras
encendidas del fuego placentero, de nuevo en la conversación salió la presencia
del que será nuestro cabecilla en las trochas, y todo a propósito del gemido de
alguna alimaña.
–¡Parece que ya ha llegado
nuestro compañero¡ – gritó Cano animado por el vino, Y el vivandero menos
divertido, dijo –una Lechuza ha sido, que otro ser no puede sino emitir
semejante sonido.
–Como ser podría el soldado que os
digo, sabed que en la milicia no son pocos los mermados de sus capacidades, el
soldado solo presenta tres estados, muerto, vivo o mal zurcido. De entre los
últimos, muchos parecen criados en otros mundos, los hay sin ojo que parecen
hijos de Polifemo, con una sola mano, desorejados, corvos y mudos.
Todo el mundo
escucha el tenebroso relato de Cano sobre los soldados siniestros, y continúa
diciendo –Otro que desorejado quedó a mordiscos de un intrigado, lleva siempre
los apéndices cercenados colgados junto a la ceñidura, y cuando ademán hace de
sacar la tizona se ven junto a ésta las dos orejonas cimbreantes.
–Otro, que la faz dejó
distorsionada por el fuego de pólvora siempre va embozado y calado de pañuelo a
la nuca, dejando ver solo los ojos desnudos de pestañas y su mirada oscura.
De nuevo el
ruido suena parando el parlamento de Cano, entonces mirando a los congregados
les digo.: –Temed más a los mermados que a las alimañas, que por causa de su
carencia se vuelven esquivos y hoscos hacia los hombres, cambiando su naturaleza
virtuosa por otra menos piadosa, arremetiendo contra todos a los que acusan de
su desdicha.
Así pasamos la
noche, o más bien pudiera decir que la soportamos, pues el Vivandero asustado
de nuestras palabras resoplaba azarado mientras dormía, y hablando en sueños
decía –¡dejadme engendros maliciosos! –mientras rodaba sobre su espesa barriga
y Cano en viéndolo gruñía –¡griiiiiiggg!. y esto hacía que el “Porc” más fiero se movía, y daba patadas, y puñadas
mientras entre la frazada tomaba como escudo que le protegía...
"EL JORAIQUE"
Me presento nuevamente ante ustedes mis preciados
inquisidores, tras mi involuntaria ausencia, retiro forzado de las redes que no
de otros menesteres. Ya se sabe que las
obligaciones matan a la devoción, pero irremediablemente mi mente sigue en sus
distracciones aún en los momentos en
que ésta debiera encontrarse a otras cosas. Como D. Alonso Quijano mi mente se
evade de la realidad y comienza a cabalgar por las llanuras de la Mancha,
engañada la razón todo parece menos tedioso y te prepara mejor contra el embate
de la terrible cruceta. Esta práctica –como al caballero de la Triste figura
–nos otorga a los infectos de la desmemoria una fama de locos o
despistados de la que es difícil
despojarse y nos fuerza a procesionar como
acólitos de la Hermandad de los Absortos.
Cada vez
cuesta más zurcir palabras y no he de negar que fueron varias las acometidas
desde entonces las que se tornaron en retirada, pero vuelvo, vuelvo de
nuevo con ganas de CONTAR o mejor esta
vez podría decir que con ganas de CANTAR.
De CONTAR y
CANTAR versa esta Encamisada repatriada de la retaguardia, algo que casi se ha
perdido entre los soniquetes reiterativos de las tonadas actuales. Las letras
de las canciones que antaño contaban historias ahora parecen ser los
cooperadores necesarios del delito. Los Juglares en su versión menos pintoresca
y lúdica servían como verdaderos vehículos pedagógicos haciendo llegar a las
mentes menos roturadas por el arado de la erudición hechos y circunstancias que
jamás llegarían a sus mentes constreñidas al oscurantismo. Cantares de Gesta,
obras líricas o épicas llegaban hasta sus mentes embarcadas en melodías o
empotradas en las métricas más o menos capaces de sus versos. Una de las
funciones de la creación artística es servir como vehículo de la cultura, así
yo lo entiendo y la música es uno de sus mejores trajinantes. La música actúa
como las figuras de piedra esculpida en los pórticos de las antiguas
catedrales, de un golpe de vista la historia inerte entra en nuestro cerebro.
La historia también viaja en la
música actual, así lo pude comprobar gratamente hace unos años. En el interior
de un disco encontré casualmente –como suele suceder con todos los tesoros –una
canción cuya letra parecía narrar hechos ciertos acaecidos en las costas de
Almería en tiempos del Rey Felipe II. La melodía escrita con el gusto lírico de
antaño, narraba la azarosa vida de Alonso “El Joraique”, facineroso berberisco
que a golpe de alfanje y Jabeque, unas veces desde las sierras, otras desde el
crepúsculo de las costas, aterraban a los desasistidos pobladores de las
estribaciones del Cabo de Gata.
La letra en uno de sus compases
lo denominaba “Monfí”, pero... ¿quien era ése Alonso “Joraique”?, ¿era cierta
su historia?. ¿Qué era un “Monfí”?. Todas esas preguntas me llevaron a investigar
sobre el personaje y reconozco que fue un grato acierto pues me abría una parte
de la historia que casi desconocía.
Concretamente me trasladaba a
la España liberta de los usurpadores mahometanos, a sus consecuencias, a sus
luces y sus sombras.
Tras la toma de Granada por los
Reyes Católicos, con el afán seguramente de preservar la entidad que tanto les
había costado alcanzar, los regios gobernantes de las nuevas tierras
anexionadas publicarían varios textos legales en los que se obligaba a la conversión
de los moriscos al Cristianismo. Una de estos textos sería “La Pragmática
Conversión Forzosa” por la cual se obligaba a los Moriscos y Mudéjares a
procesar la fe en Cristo. Esta medida y otras dictadas por las nuevas
autoridades Castellanas, llevaron sobre todo en décadas posteriores a muchos
moriscos a verse desdeñados dentro su propia tierra, llegando a enfrentarse a
las jerarquías. De esta manera muchos fueron los que en desacuerdo con las
leyes que les obligaban de manera forzosa a apostatar se vieron obligados a
echarse al monte convirtiéndose en prófugos de la ley o mejor dicho se
convertirían en los primeros
bandoleros. Las sierras comenzaron a poblarse de lo que se denominaría “Monfíes“ (derivado del árabe
Desterrado), desde allí se organizaron en cuadrillas encabezadas por un
Capitán. Las crónicas hablan terriblemente de sus fechorías, todas ellas muy
crueles y dirigidas casi siempre al robo, el hurto y el asesinato de
cristianos.
Muchos de estos bandoleros
moriscos o “Monfíes” participarán en 1568 en la conocida como la “Rebelión de
las Alpujarras”, donde de manera violenta se instaba al Rey Felipe II a anular
los efectos de la “Pragmática Sanción”. La contundente respuesta del Monarca
haría que muchos de ellos fueran hechos cautivos y desterrados a otros lugares de la
Corona.
Con la ignota letra de la canción apenas desentrañada, seguí
intentando disipar quién era aquel “Monfí” que turbaba las tranquilas vidas de los pacíficos
habitantes de Almería. La letra lo identificaba como Alonso “El Joraique”,
pero, ¿Quién era Alonso El Joraique?.
La toponimia Andaluza nos
ofrece multitud de lugares concretos con ese apelativo, así en la provincia de
Almería en las estribaciones de la sierra de los Filabres, se sitúa el Cocón
del Joraique, un cerro crecido de 1928mts. También en Granada y muy cerca de
Sierra Nevada, existe otro cerro llamado también del El Joraique. Estas
denominaciones nos dan una idea de la amplitud de lugares por donde pudo errar
nuestro Monfí.
Pero Alonso “El Joraique”
resultaría ser un bandolero morisco nacido en Almería, posiblemente en Tahal en
el año de 1548. Según cuentan las crónicas pudiera tratarse en sus inicios de
un labrador que las circunstancias llevarían a aliarse con los Piratas
Berberiscos, y así lo hizo en 1566 aprovechando el ataque que los piratas
perpetraron en la ciudad de Tabernas, es ahí donde nuestro personaje comienza
sus desafueros. Desde su nueva condición y como integrante de su partida
participó en la Rebelión Morisca de 1568 sembrando el terror a golpe de espada
por toda la franja de Almería.
Las autoridades encargadas de
la jurisdicción de aquellas tierras comenzaron a combatir a todos los que como
“El Joraique” suponían un peligro para la nueva convivencia, para ello
personajes como el Maestrescuela Marín facilitaría la entrega de diez Monfíes
previamente desarmados en 1572. Entre ellos no se encontraba nuestro
protagonista que siguió emboscado, pero esta vez por poco tiempo. Trascurridos
unos meses “El Joraique” sería hecho preso junto con otros moriscos. En aquella
época el destino de los presos aseguraba casi por completo su presencia en
galeras, o el destierro como esclavo en otras partes del reino, así lo
presintió Alonso, que espoleado por su
natural rebeldía consiguió escapar de su cautiverio, para marcharse al lugar
donde más cómodo se encontraba, las escarpadas sierras Filabres, Alhamilla y
Gádor.
Desde estas posiciones volvería
nuestro Monfí a atemorizar a los habitantes cristianos que veían impotentes
como una y otra vez los prófugos arruinaban sus vidas. Esta actividad se
prolongaría en el tiempo hasta que las autoridades conscientes y convencidas
que sus esfuerzos por la vía de la fuerza habían sido prácticamente
irrealizables, recurrieron nuevamente a la mediación del Maestrescuela Marín
para que mediara entre las partes. El arbitraje consistía en el ofrecimiento
del perdón al desterrado Joraique y su traslado hasta otra ciudad de Castilla.
A pesar que el acuerdo resultaba ventajoso si tenemos en cuenta la singularidad
de la época, Alonso renunció al mismo aduciendo en su negociación una serie de
exigencias difícilmente realizables. Hasta dos veces se intentaría, pero
ninguna resultó fructífera, de modo que El Joraique en un golpe de mano o más
bien en una urdida y atroz huída en compañía de otros hombres, se lanzó hasta
las costas de Vera, donde tras apoderarse de una embarcación y habiendo
despachado a sus marineros, pusieron rumbo hasta el Cabo de Gata donde unos
galeotes les esperaban para trasladarse a la berbería.
Alonso llegó hasta Tetuán y
tras ofrecer sus servicios a las autoridades locales fijó nuevamente sus ojos
en lo que fue su hogar hasta su conversión en Monfí.
Desde las costas africanas
navegaría embarcado en la madrugada del día 16 de Septiembre de 1573 hasta el
Cabo de Gata, una vez allí y tras atacar varias poblaciones, sembraría el
pánico de manera que los habitantes de hasta quince aldeas cercanas abandonaron
despavoridos sus casas al tener conocimiento de la presencia del El Joraique.
Después de estos hechos parece que nuestro bandolero jamás volvió por estas
tierras, pero su huella quedó impresa en las mentes de sus habitantes.
Esta es la historia de “EL
JORAIQUE”, por cierto, la canción a que hago referencia está escrita e
interpretada por SANTIAGO AUSERÓN, y se encuentra incluida en el Álbum “MR.
HAMBRE” editado en el año 2.000.
Espero la disfruten ahora tanto
como yo.
LETRA
DE “EL JORAIQUE”
Tus
soldados, rey Felipe
No querrán poblar la tierra
Mientras ande con su gente
El Joraique por la sierra
Cada
noche los cristianos
Con los ojos muy abiertos
Velan por no despertar
En el reino de los muertos
Nadie
alcanza a descansa
De su carga al fín del día
Porque esta suelto El Joraique
Por los montes de Almería
Dicen
que Alonso El Joraique
Con las sombras tiene un trato
Que se cierran cuando salen
Los soldados a arrebato
Dicen
que la medialuna
Le prestó su blanca espada
Y antes de llegar el alba
El se la volvió encarnada
Y
El Joraique prometía
Yo daré fin a la guerra
Si me dais la llave que abre
La cancela de mi tierra
El
monfí robó una barca
A la mar echó su pena
Dejo nueve pescadores
Peces muertos en la arena
El
Joraique allá en Tetuán
Armó su negra goleta
Ya llegó al cabo de Gata
Ya no duerme un alma quieta
No
soñaron nunca más
Las mujeres de Almería
Que se les llevo El Joraique
El ensueño a berbería.
Texto e ilustraciones realizadas por:
Jorge Hervás Gómez-Calcerrada.
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