El término, por definición de la RAE nos
transporta irremediablemente hacia los cristianos privados de libertad por los
infieles. Las raíces cristianas de España, así como las circunstancias
geopolíticas trabadas por los intereses estratégicos, patrocinarían el
enfrentamiento crónico de los vernáculos defensores de la cruz contra la
amenaza del Turco. Esta pugna casi endémica, cuya justificación religiosa no
alcanzaría a cubrir sus motivaciones verdaderas, obligaría a los contendientes
a mover sus piezas.
Así durante
los siglos XVI y XVII, el mar mediterráneo y sus tierras asomadas se
convertirían en un vasto tablero de “Monopoly” en el que los jugadores
representados por la Monarquía Hispánica de un lado y el Imperio Otomano del
otro, pugnarían por alzarse con su control. Dentro de este grandioso tablero,
las casillas correspondientes al Norte de África habían sido copadas desde la
Edad Media por Españoles y Portugueses, de la misma manera que las equivalentes
a la zona oriental iban siendo poco a poco atesoradas y sometidas por los
Turcos. El vetusto piélago que antaño los Romanos aseguraron detentar, parecía
no tener un señor reconocido, el gran ponto se convirtió en un peligroso
escenario propicio a la confrontación. En el marco del belicoso tablero, las
plazas en juego comenzarían a ser desafiadas a través de la sacudida de los
feroces dados lanzados por el anhelo expansionista de ambas partes, y como
hemos dicho, por sus intereses estratégicos convenientemente dispensados por la
religión. Desde finales del siglo XV hasta mediados del XVII el Mediterráneo se
transformó en una enorme naumaquia donde las batallas, asaltos y
escaramuzas coparon el proscenio marítimo, amenazando las vidas y propiedades
de sus habitantes convertidos en víctimas forzosas de sus hechos e intrigas.
Esta puesta en escena produciría grandes batallas como la de Preveza en (1538)
o la conocidísima Lepanto en (1571), donde los grandes imperios harían
exhibición de su musculado talle, pero las grandes confrontaciones no serían
más que la consecuencia irremediable de las pequeñas refriegas, que en su
conjunto desembocaron en una guerra de baja intensidad consistente en asaltos a
las costas, el abordaje de naves y en definitiva en pequeños pero jugosos
choques que reportaban un preciado botín, y que además mermaban las capacidades
del contrario. Esta contienda de desgaste se irá extendiendo a lo largo del
tiempo y a medida que el número de individuos y mercancías embarcadas aumentaba
fruto de las intenciones propagadoras de las partes beligerantes.
El mare
nostrum tornaría su imagen en un escabroso laberinto donde los corsarios
berberiscos ejercerían de temerarios minotauros hambrientos del cobro de bienes
y sobre todo de personas. La toma de cautivos preferentemente en la orilla
norte del mediterráneo se revelaría como un provechoso negocio, y durante el
período en el que se produjo llevaría a la sustracción forzosa de miles de
personas ineludiblemente subyugadas. Las terribles acometidas del corso
norteafricano se dirigirán tanto contra las tropas embarcadas como contra las
destacadas en puntos de la costa, viajeros de toda condición y marinos a bordo
de sus naves. También las plazas costeras más septentrionales serán objetivo
constante de los piratas berberiscos, que aprovecharían la noche y sus
desprotegidas defensas para turbar la paz de sus distraídos moradores.
LOS
CAUTIVOS.
Cualquier
persona podía pasar a ser víctima de esta terrible e inesperada situación,
soldados, comerciantes, viajeros, hombres y mujeres que el destino llevaba a
recorrer las costas mediterráneas, la mayoría pertenecía a la milicia destacada
en las diferentes Plazas.
Aquí es donde aparece la terrible casilla de
nuestro particular tablero de Monopoly, la cárcel, como lugar de confinamiento,
sumisión y origen de la existencia desventurada que implicaba el sometimiento y
esclavitud. La captura conllevaba irremediablemente la reclusión del
prisionero en una cárcel o su dominio como esclavo.
En el desgraciado destino de todo prisionero
serían determinantes una serie de circunstancias que harían variar su suerte,
estas circunstancias vendrían relacionadas con el lugar de apresamiento, origen
de los piratas, estatus social del aprehendido y otras, pero lo cierto es que
el futuro de todo cautivo resultaba penoso. Tanto el confinamiento como el
trabajo forzado resultaban arduos, si bien dentro de los diferentes destinos el
grado de severidad variaba determinado como he dicho anteriormente por los
distintos factores que rodeaban al cautivo. La construcción de obras, los
servicios domésticos, el trabajo en las minas o el encierro en galeras se
convertirían en los diferentes destinos de los apresados hasta que se
gestionara su rescate, siempre y cuando se tomaran como acreedores de tal
intercambio, pues no de todos se solicitaba dicho convenio. Para los atrapados
en el chalaneo humano, el periodo de sumisión no duraba más de unos cinco años,
aunque se podía prolongar en muchos más. Las atroces condiciones en las que se
producía el cautiverio alentaban los ánimos de fuga de sus víctimas provocando
abundantes evasiones, pero no todas ellas llegaban a consumarse a pesar de que
sus protagonistas lo intentaron en multitud de ocasiones. Cuando ésta se
producía y llegaba a buen fin, el destino de los evadidos les llevaba a un
largo periplo por las costas mediterráneas hasta su llegada a la Península
donde en virtud de sus condiciones físicas o psíquicas (muchos llegaban en un
estado deplorable) podían continuar a las órdenes de Rey, estimándose como muy
valorada su experiencia y los conocimientos de árabe y de turco.
Esta situación de excepcionalidad para las
personas, se convertiría en una habitual práctica comercial muy lucrativa en lo
económico a la vez que muy lesiva para los intereses de ambos “jugadores”,
provocando su reflejo bajo el paraguas de la Monarquía hispánica con las
especificaciones propias de la identidad de la Corona.
Una vez expuestas las particularidades en el que
se desarrollaba nuestro juego y atendiendo al epígrafe de este artículo,
pasemos a analizar la coyuntura en la que se producía el cautiverio. No son
muchas las crónicas que nos llegan sobre el modo en que los habitantes
de la cristiandad sufrieron este padecimiento, pero sí conocemos una trasmitida
por el más ilustre escritor en lengua Castellana, me refiero, como no, a Miguel
de Cervantes Saavedra, soldado, escritor, dramaturgo, y ....cautivo.
EL ILUSTRE
CAUTIVO.
Los más
versados, seguro habrán echado de menos la presencia del urdidor del Quijote
entre los párrafos anteriores como modelo del cautivo del período histórico que
se trata en este texto. Así es, el magnífico autor durante un periodo de su
borrascosa vida experimentaría los padecimientos originados de su prendimiento
y posterior reclusión. Este acontecimiento dejaría su impronta en los renglones
de algunas de sus obras, y no cabe duda que sería una experiencia que lo marcó
de por vida. Pero el gran dramaturgo (a pesar del su ostracismo en la época) no
sería el único trasmisor de las contingencias aplicadas por los Berberiscos,
también el toledano Diego Galán, joven viajero, nos relata sus accidentadas
andanzas tras ser hecho cautivo durante más de diez años por los Turcos en
Argel y Constantinopla. Liberto a causa de su bizarría y encumbrado por su
sólida fe, nos legó unas memorias en las que relata sus hábitos viajeros y
confinatorios como una experiencia vital.
Las
particularidades de este fenómeno quedarían también reveladas a través de los
personajes ficticios nacidos de la memoria de los propios atormentados, de esta
forma Cervantes describiría en varias de sus obras los periplos y andanzas de
los cautivos, hechos enquistados en su memoria que serían incrustados en
comedias como “El Trato de Argel”, “La Gran Sultana”, “Los Baños de Argel” y la
universal “D. Quijote de la Mancha”, donde aparece el conmovedor relato del
Cautivo.
LA CÁRCEL.
Siguiendo
con la analogía propuesta con el juego mesa, el terrible destino de muchos de
los cautivos sería la terrible Cárcel, lugar donde los sujetos permanecían
encerrados hasta que se ventilaba su destino. El trámite suponía el paso por
los florecientes mercados de esclavos de los puertos más cercanos a su captura,
donde se determinaba el justiprecio que definitivamente afectaba al prisionero,
atendiendo como he dicho a las circunstancias derivadas de su detención.
Para hacernos una idea del terrible momento por
el que pasaban los cautivos tras su apresamiento, citaremos unos versos
escritos por Cervantes tras su llegada a Argel después de ser prendido mientras
viajaba en la Galera “La Sol”.
Cuando llegué cautivo y vi esta tierra
Tan nombrada en el mundo, que en su seno
Tantos piratas cubre, acoge y cierra,
No pude al llanto detener el freno.
Desde ese
instante, los afligidos pasaban a convertirse en una preciada mercancía por la
que cobrar un suculento rescate, o al servicio de sus captores como esclavos en
las diferentes actividades en las que eran forzadamente enrolados, unas veces
como galeotes, otras como servicio doméstico y otras como siervos en los
trabajos más afanosos.
Cervantes,
tras haberse licenciado de su paso por la milicia con la recomendación del
Duque de Sessa, viejo amigo de su abuelo, y con la supuesta intención de ocupar
algún cargo como funcionario público que le permitiera dedicarse a su verdadera
vocación, el 20 de Septiembre de 1.575 mientras viajaba desde Nápoles en
compañía de su hermano Rodrigo, la galera en la que viajaban, la Sol, fue
atacada por piratas Berberiscos. Aprovechando que había quedado descolgada de
las otras dos que le acompañaban a causa de una tempestad frente a las costas
francesas de la Camargue, el Capitán de la flotilla pirata llamado Arnaute
Mamí, un renegado albanés, sometió la embarcación y embarcó a todos sus
ocupantes en sus naves rumbo a Argel.
Nuestro ilustre cronista, es recluido entonces en un lúgubre lugar, los denominados Baños. La recomendación escrita que portaba Miguel, lo liberó de pasar el trámite del mercado de esclavos, pues, la misiva del Duque de Sessa a Felipe II se tomó como una clara señal de la importancia del personaje que la acarreaba, por este motivo el hermano de su secuestrador se hizo cargo de él hasta que se pagara la importantísima cifra de cinco mil escudos.
Recluido en los Baños, sin duda urdió el relato
del Cautivo que aparece en el Quijote y que nos da una idea de la penosa
supervivencia de sus protagonistas:
"Yo, pues, era uno de los de rescate; que, como se supo que era capitán, puesto que dije mi poca posibilidad y falta de hacienda, no aprovechó nada para que no me pusiesen en el número de los caballeros y gente de rescate. Pusiéronme una cadena, más por señal de rescate que por guardarme con ella; y así, pasaba la vida en aquel baño, con otros muchos caballeros y gente principal, señalados y tenidos por de rescate. Y, aunque la hambre y desnudez pudiera fatigarnos a veces, y aun casi siempre, ninguna cosa nos fatigaba tanto como oír y ver, a cada paso, las jamás vistas ni oídas crueldades que mi amo usaba con los cristianos. Cada día ahorcaba el suyo, empalaba a éste, desorejaba aquél; y esto, por tan poca ocasión, y tan sin ella, que los turcos conocían que lo hacía no más de por hacerlo, y por ser natural condición suya ser homicida de todo el género humano".
Lo cierto es que las condiciones de vida en los baños no siempre fueron tan extremas como relata El Cautivo, se sabe que algunos de los prisioneros por causa de sus señores disfrutaban de cierta libertad de movimientos para facilitar sus cometidos, sobre todo los que poseían conocimientos artesanos, muy apreciados por los Turcos. En este caso su formación les posibilitaba una vida menos cruel. Otra manera de dulcificar su confinamiento consistía en convertirse a la fe del Islam, los llamados “renegados” encontraban en esta nueva situación una opción para poder integrarse en la sociedad Turca y liberarse a través de la fe de los padecimientos infringidos a los infieles.
Como vemos los cautivos por diferentes medios intentaban moderar su cruel secuestro utilizando las coyunturas que la sociedad de la época les proporcionaba. De esta manera también muchos de ellos, sobre todo los más jóvenes pasaban a ser amancebados y favoritos de los señores a los que servían.
Este fenómeno se prolongaría en el tiempo y como se ha dicho supondría una habitualidad que reportaba grandes beneficios. Los encargados de gestionar los rescates serían las Órdenes religiosas de los Trinitarios y Mercedarios, los cuales ejercían la mediación entre las partes, recaudaban los montantes económicos y redimían las almas de los cautivos según la regla Trinitaria, todo ello con la complacencia de la Corona.
El cautiverio finalizaba mediante el pago del rescate, las evasiones o la muerte del sujeto, otros, quedarían de por vida retenidos en estas tierras para siempre.
La partida finalizaba sin ningún ganador ...
Texto e Ilustraciones realizadas por:
Jorge J. Hervás Gómez-Calcerrada.
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