“Yo soy yo y mis circunstancias”.
La famosísima frase alumbrada por el pensamiento filosófico de Ortega y Gasset da cuenta de la influencia de los factores externos en el comportamiento humano, podría decirse que la certeza del “yo” del que somos responsables, una vez tamizado por la tupida red de las circunstancias (circum-stancia), es trasfigurado en un “todo” difícilmente gobernable. Los factores externos nos afectan de tal forma que un ser extraído de su hábitat, por pura supervivencia trasformará sus hábitos para adecuarlos al nuevo entorno, así, el ser se muestra íntegro pero sujeto al influjo del ambiente en el que ejerce su actividad.
La famosísima frase alumbrada por el pensamiento filosófico de Ortega y Gasset da cuenta de la influencia de los factores externos en el comportamiento humano, podría decirse que la certeza del “yo” del que somos responsables, una vez tamizado por la tupida red de las circunstancias (circum-stancia), es trasfigurado en un “todo” difícilmente gobernable. Los factores externos nos afectan de tal forma que un ser extraído de su hábitat, por pura supervivencia trasformará sus hábitos para adecuarlos al nuevo entorno, así, el ser se muestra íntegro pero sujeto al influjo del ambiente en el que ejerce su actividad.
Este pensamiento extraído del Determinismo
filosófico, –doctrina según la cual “todo fenómeno está prefijado de una manera
necesaria por las circunstancias o condiciones en el que se produce”–, nos
llevaría a poder afirmar que la historia de un determinado grupo de seres
vendría decidido por sus circunstancias.
D. Ramón Menéndez Pidal en su excepcional ensayo
“Los Españoles en la Historia”, viene a dar luz a esta corriente con un
minucioso estudio para tratar de justificar los devenires históricos del “Homo
Hispanus” como engendrador de su propia crónica, y el modo en que los factores
externos influyen en su comportamiento. Estas fuerzas que podríamos llamar
extrínsecas al propio “yo”, serían según el historiador madrileño entre otras,
la sobriedad –tanto material como
ética– , el desinterés, la apatía y la energía, así como el humanitarismo,
la confraternidad, la tradicionalidad, la fama y la religiosidad,
verdaderos caracteres determinantes de la naturaleza histórica española. Todas
estas circunstancias ejercen de forma individual o en su conjunto como
estimuladores o desalentadores de los usos y costumbres de los individuos a los
que afecta, tornándose con el paso del tiempo en tópicos o particularidades
exclusivas de las poblaciones sobre las que ejercen su inevitable influencia,
sobre todo y necesariamente en aquellas organizadas en núcleos claramente
reconocibles. Asentamientos humanos, tribus o naciones son concernidas por
estas coyunturas, las que una vez asumidas como propias sirven como medio de
cohesión de sus habitantes o como elemento denostador para sus detractores,
rivales o enemigos.
De esta manera el comportamiento de un núcleo
humano cohesionado que habita en una zona determinada, producirá una serie de
hechos que compondrán una historia propia o genuina, fácilmente comprobable.
Pero las colectividades por su propia naturaleza están obligadas a interactuar
conformando la historia universal; la universalidad de la historia por su
propia definición desecharía en parte esta teoría por cuanto toma a las
comunidades como un conjunto absoluto, pero ésta no resulta más que un
procedimiento historiográfico que se justifica por la preexistencia de los
pueblos en su actuación en la historia.
Para poder hablar de la historia de un pueblo –en este caso hablaremos de la historia de España– como es natural, tendremos
que fijar el inicio de ésta mediante la identificación de los factores de
cohesión que la limitan. Cada vez son más los autores que identifican la
creación de la “nación española” con el asentamiento de los pueblos Godos en la
península y el declive del Imperio de Occidente, decadencia que propicia la
creación de puntos de vista “provinciales”. Ya en estos tiempos la Historia de
San Isidoro lanza una loa de España (De laude Spaniae) en la que canta sus
excelencias e identifica muchas de sus virtudes:
“Entre todas las tierras, cuantas hay desde
Occidente hasta la India, tú eres la más hermosa, oh sacra España, madre
siempre feliz de príncipes y pueblos. Bien se te puede llamar reina de todas
las provincias…Natura se mostró pródiga en enriquecerte; tú, exuberante en
frutas, henchida de racimos, alegre en mieses: estás vestida de campos de
cereales sombreada de olivas, bordada de vides… tú abundas de todo, asentada
deliciosamente en los climas del mundo, ni tostada por los ardores del sol ni
arrecida por glacial inclemencia”…etc.
Para entonces la España ensalzada por San
Isidoro no es más que una Provincia del Imperio, una muy aventajada entre las
otras y anhelada del peregrinante pueblo Godo “Gothorum gens ac patria”. La posterior conversión de Recadero al
catolicismo será utilizada por la Iglesia como generadora de una conciencia de
identidad común que unirá a los hispano-romanos con los nuevos habitantes de la
península. Esta conciencia no desaparecerá tras la invasión árabe, y será
invocada posteriormente por el reino de Asturias, erigido en heredero directo
del extinto trono de Toledo.
Ya durante la reconquista, los diferentes reinos
a pesar de sus disensiones y de las forzadas alianzas con los reinos moros
encontrarán en la religión y en la herencia goda las armas adecuadas para
arrebatar las tierras usurpadas a los invasores Mahometanos.
Entonces, una vez reconocida, asumida y
conformada la colectividad “hispana”
pasaremos a observar cómo el individuo es inducido por sus circunstancias en la
creación de los hechos históricos en los que participa y de qué manera su
impronta influye en la historia universal. En este sentido, si aplicamos los
factores de D. Ramón Menéndez Pidal que antes he mencionado, llegaremos a la
conclusión que la historia española es la que es a causa del estímulo de sus
factores exclusivos. Ahondando más en la obra de Pidal, y con la única
intención de difundir su discernimiento, citaremos varios lances de la historia
en relación con su agente determinante.
LA
SOBRIEDAD.
No hace falta decir que el carácter español
siempre estuvo relacionado con lo áspero del terreno, las duras llanuras
castellanas, la diversidad del clima y las escarpadas montañas fueron el marco
deformador que configuraría un sobrio entorno propicio a la existencia austera
de sus habitantes, y no sólo en las dos Castillas. Ya en la antigüedad
el Galo Trogo Pompeyo al referirse al hispano lo define como:
“tiene el
cuerpo dispuesto para la abstinencia y el trabajo, para la dura y recia
sobriedad en todo…Dura ómnibus et adstricta parsimonia”.
Esta característica llamaría la atención a los
sorprendidos viajeros foráneos, sobre todo en los tiempos donde la abundancia
debería ser algo común y ordinaria en estas tierras, me refiero a la España del
Nuevo Mundo. La llegada del oro y las grandes mercancías procedentes del continente
americano al contrario de lo que se podría pensar no produciría una ostentosa
exhibición de lujos y excentricidades en los hábitos cotidianos de la prospera
España, en contraposición a lo que cabría esperar de otras naciones. Cuenta
Pidal que los extranjeros encuentran nuestras casas amuebladas más modestamente
que las francesas, las comidas muy parcas, incómodas las aulas universitarias,
donde los estudiantes tienen que escribir sobre sus rodillas, nuestros mesones
muy inhospitalarios....
Como puede apreciarse la sobriedad es el
resultado de la existencia abnegada, dura y expuesta a la abstinencia de los
pobladores hispanos. Pero esta característica no les convierte en seres
desgraciados si no que su disconformidad con el entorno les lleva a la alegría
y al esfuerzo.
LA
TRADICIONALIDAD
La sobriedad viene relacionada con
la tradicionalidad. Al habitante vernáculo le es muy gravoso la adaptación a
los cambios en sus costumbres, y permanece amable con las usanzas propias por
muy austeras que sean, desdeñando la búsqueda de satisfacciones externas. No lo
será en cuanto a la búsqueda de aventura, pues están más que demostradas las
apetencias del español por la exploración, sin que el hallazgo de lo nuevo
surta el efecto esperado. Lo novedoso resulta despectivo y peligroso ya que la
novedad puede traer consigo mudanza en el uso antiguo.
Tanto cuesta separarse de lo propio que incluso en
el Renacimiento, época de innovación y desecho de lo antiguo, en España, al
contrario que en otras naciones, el nuevo movimiento será también cultivado
pero sin desechar las grandes verdades y la belleza de la Edad Media.
EL DESINTERÉS.
El desinterés originado por los otros factores,
ha llevado al genio español a niveles de generosidad colectiva poco frecuentes
en la historia de otras naciones o colectivos.
Muy de resaltar es la conducta de
los soldados españoles en otros tiempos, pues aunque también se amotine como
cualquier otro por falta de paga, sabe sobreponerse cuando la ocasión lo exige.
Al irse a dar la batalla de Pavía, los españoles ceden sus pagas y hasta
entregan sus peculios personales a Pescara para satisfacer a las tropas
auxiliares tudescas. También refiere Pidal otro hecho traído por el gran
Calderón en su comedia “El Sitio de Breda”, donde los soldados españoles
ofrecen sus ganancias a los comilitones extranjeros a fin de que éstos
renuncien al saqueo de la ciudad, haciendo más noble la victoria.
La singularidad de estos
desprendidos actos afectaría a todos los aspectos de la vida, pues la continua
motivación por ideales en detrimento de otros menos virtuosos pero más
provechosos, convertiría la cualidad en defecto en multitud de ocasiones. Un
ejemplo de los resultados en la aplicación del desinteresado comportamiento fue
la exploración, conquista y evangelización del nuevo Mundo. Una empresa de esas
características no podría haberse logrado si no por el desprendimiento en los
actos de sus figuras más relevantes. Las motivaciones fueron tan amplias como
determinantes, y una de ellas, la Fama, sería concluyente en el resultado de
las gestas americanas.
La obtención de riquezas serviría en
la mayoría de los casos como instrumento para la organización de empresas casi
suicidas por lo incierto de su resultado. Muchos de sus protagonistas
antepondrían la inscripción de su nombre en la historia a la de sus posesiones.
LA FAMA.
“Animi
ad mortem parati”.
La
muerte aceptada como el comienzo de un sobrevivir en otra vida superior
(Trogo).
Este alto propósito aseverado por el historiador
galo-romano, nos expone las dos vertientes de la fama, una, la material,
representada por la muerte, y otra, la incorpórea, mucho más exitosa y
perdurable en el tiempo. La segunda vertiente será observada tradicionalmente
por el soldado español a lo largo de la historia, como ejemplo citaré las
reprobaciones que harían éstos a los soldados italianos en 1420 por su flojedad
al guerrear y los poquísimos que morían en sus batallas, mientras éstos se
defendían tachando a los españoles de actuar con fiereza ignorante –“Tenéis por
más honroso dejaros despedazar por los enemigos que escapar con vida y
reservaros para el desquite”–
Los
franceses también dejaron constancia de la asimilación de la fama como ideario
de los soldados españoles, rehuyendo un encuentro con los del Gran Capitán –“Estos locos Españoles tienen en más un poco de honra que mil vidas, que no
saben gozar de esta vida a su placer”–.
LA
RELIGIOSIDAD
“Por
la honra pon la vida, y pon las dos, honra y vida, por tu Dios”.
Lema
muy usado por los españoles en la Contrarreforma.
Como se ha dejado claro, la fama por
cuanto permanece en el tiempo es eterna y el camino a la eternidad no es otro
que el ofrecimiento de la vida a Dios. Así la exaltación de la muerte como
medio para alcanzar la eternidad ha sido una constante en el comportamiento
hispano. Este ofrecimiento no es más que un acto dadivoso, dado que los
españoles no hubieron encontrado tradicionalmente otro medio más adecuado para
ejercer la solidaridad que la religión por causa de su propia personalidad.
Por esta razón, nuestra sociedad
desde sus inicios, –que suponemos en el reino Godo de Toledo–, elaboraría
legislaciones que influirían en las decisiones político-jurídicas de una manera
ajustada al raciocinio y a la ética religiosa, por cuanto éstas eran el
resultado de las doctrinas conciliares del reino visigodo, en contraste con las
rudas legislaciones germánicas de la época.
Para un mejor entendimiento de la desprendida
afectación de la religiosidad en los hechos históricos inherentes, citaremos
los versos de Gutierre de Cetina para loa de los soldados españoles en el
asedio a Castelnuovo (Agosto de 1.539)
A los huesos de los Españoles
muertos en Castelnuovo
Héroes gloriosos, pues el cielo
os dio mas parte que os negó la tierra,
bien es que por trofeo de tanta guerra
se muestren vuestros huesos por el suelo.
Si justo desear, si honesto celo
en valeroso corazón se encierra,
ya me parece ver, o que se atierra
por vos la Hesperia vuestra, o se alza a
vuelo.
No por vengaros, no, que no dejaste
a los vivos gozar de tanta gloria,
que envuelta en vuestra sangre la llevaste;
sino para probar que la memoria
de la dichosa muerte que alcanzaste,
Estas intervenciones externas a las
circunstancias esgrimidas por Ortega y Gasset y reveladas por Pidal en su
ensayo, nos ayudarán a comprender nuestra historia a través de sus ingerencias
durante los diferentes períodos en los que se producen. Aún no admitiendo las
mismas, resulta complicado no evidenciar las analogías en la producción de
hechos propios. De esta manera, la acometividad de los pastores convertidos en
guerreros durante la reconquista, el arrojo insólito de la población llana
durante la Guerra de Usurpación, o la
impetuosa existencia del aventurero en tierras americanas, no pueden admitirse
como el simple resultado de las coyunturas temporales que les abordaban, ya que
de este modo exhibiríamos una vaga observación de los acontecimientos.
Texto e ilustraciones realizados
por Jorge J. Hervás Gómez-Calcerrada.
Don Quijote soy, y mi profesión la de andante caballería. Son mis leyes, el deshacer entuertos, prodigar el bien y evitar el mal. Huyo de la vida regalada, de la ambición y la hipocresía, y busco para mi propia gloria la senda más angosta y difícil. ¿Es eso, de tonto y mentecato?
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