LA ENCAMISADA

http://laencamisadadejordi.blogspot.com.es/ LA ENCAMISADA..."PASA REVISTA A LA HISTORIA".

jueves, 27 de diciembre de 2018

CAUTIVOS

El término, por definición de la RAE nos transporta irremediablemente hacia los cristianos privados de libertad por los infieles. Las raíces cristianas de España, así como las circunstancias geopolíticas trabadas por los intereses ­­­­estratégicos, patrocinarían el enfrentamiento crónico de los vernáculos defensores de la cruz contra la amenaza del Turco. Esta pugna casi endémica, cuya justificación religiosa no alcanzaría a cubrir sus motivaciones verdaderas, obligaría a los contendientes a mover sus piezas.
Así durante los siglos XVI y XVII, el mar mediterráneo y sus tierras asomadas se convertirían en un vasto tablero de “Monopoly” en el que los jugadores representados por la Monarquía Hispánica de un lado y el Imperio Otomano del otro, pugnarían por alzarse con su control. Dentro de este grandioso tablero, las casillas correspondientes al Norte de África habían sido copadas desde la Edad Media por Españoles y Portugueses, de la misma manera que las equivalentes a la zona oriental iban siendo poco a poco atesoradas y sometidas por los Turcos. El vetusto piélago que antaño los Romanos aseguraron detentar, parecía no tener un señor reconocido, el gran ponto se convirtió en un peligroso escenario propicio a la confrontación. En el marco del belicoso tablero, las plazas en juego comenzarían a ser desafiadas a través de la sacudida de los feroces dados lanzados por el anhelo expansionista de ambas partes, y como hemos dicho, por sus intereses estratégicos convenientemente dispensados por la religión. Desde finales del siglo XV hasta mediados del XVII el Mediterráneo se transformó en una enorme naumaquia donde las batallas, asaltos y escaramuzas coparon el proscenio marítimo, amenazando las vidas y propiedades de sus habitantes convertidos en víctimas forzosas de sus hechos e intrigas. Esta puesta en escena produciría grandes batallas como la de Preveza en (1538) o la conocidísima Lepanto en (1571), donde los grandes imperios harían exhibición de su musculado talle, pero las grandes confrontaciones no serían más que la consecuencia irremediable de las pequeñas refriegas, que en su conjunto desembocaron en una guerra de baja intensidad consistente en asaltos a las costas, el abordaje de naves y en definitiva en pequeños pero jugosos choques que reportaban un preciado botín, y que además mermaban las capacidades del contrario. Esta contienda de desgaste se irá extendiendo a lo largo del tiempo y a medida que el número de individuos y mercancías embarcadas aumentaba fruto de las intenciones propagadoras de las partes beligerantes.

El mare nostrum tornaría su imagen en un escabroso laberinto donde los corsarios berberiscos ejercerían de temerarios minotauros hambrientos del cobro de bienes y sobre todo de personas. La toma de cautivos preferentemente en la orilla norte del mediterráneo se revelaría como un provechoso negocio, y durante el período en el que se produjo llevaría a la sustracción forzosa de miles de personas ineludiblemente subyugadas. Las terribles acometidas del corso norteafricano se dirigirán tanto contra las tropas embarcadas como contra las destacadas en puntos de la costa, viajeros de toda condición y marinos a bordo de sus naves. También las plazas costeras más septentrionales serán objetivo constante de los piratas berberiscos, que aprovecharían la noche y sus desprotegidas defensas para turbar la paz de sus distraídos moradores.

LOS CAUTIVOS.

Cualquier persona podía pasar a ser víctima de esta terrible e inesperada situación, soldados, comerciantes, viajeros, hombres y mujeres que el destino llevaba a recorrer las costas mediterráneas, la mayoría pertenecía a la milicia destacada en las diferentes Plazas.
Aquí es donde aparece la terrible casilla de nuestro particular tablero de Monopoly, la cárcel, como lugar de confinamiento, sumisión y origen de la existencia desventurada que implicaba el sometimiento y esclavitud. La captura conllevaba irremediablemente la reclusión del prisionero en una cárcel o su dominio como esclavo.


En el desgraciado destino de todo prisionero serían determinantes una serie de circunstancias que harían variar su suerte, estas circunstancias vendrían relacionadas con el lugar de apresamiento, origen de los piratas, estatus social del aprehendido y otras, pero lo cierto es que el futuro de todo cautivo resultaba penoso. Tanto el confinamiento como el trabajo forzado resultaban arduos, si bien dentro de los diferentes destinos el grado de severidad variaba determinado como he dicho anteriormente por los distintos factores que rodeaban al cautivo. La construcción de obras, los servicios domésticos, el trabajo en las minas o el encierro en galeras se convertirían en los diferentes destinos de los apresados hasta que se gestionara su rescate, siempre y cuando se tomaran como acreedores de tal intercambio, pues no de todos se solicitaba dicho convenio. Para los atrapados en el chalaneo humano, el periodo de sumisión no duraba más de unos cinco años, aunque se podía prolongar en muchos más. Las atroces condiciones en las que se producía el cautiverio alentaban los ánimos de fuga de sus víctimas provocando abundantes evasiones, pero no todas ellas llegaban a consumarse a pesar de que sus protagonistas lo intentaron en multitud de ocasiones. Cuando ésta se producía y llegaba a buen fin, el destino de los evadidos les llevaba a un largo periplo por las costas mediterráneas hasta su llegada a la Península donde en virtud de sus condiciones físicas o psíquicas (muchos llegaban en un estado deplorable) podían continuar a las órdenes de Rey, estimándose como muy valorada su experiencia y los conocimientos de árabe y de turco.
Esta situación de excepcionalidad para las personas, se convertiría en una habitual práctica comercial muy lucrativa en lo económico a la vez que muy lesiva para los intereses de ambos “jugadores”, provocando su reflejo bajo el paraguas de la Monarquía hispánica con las especificaciones propias de la identidad de la Corona.
Una vez expuestas las particularidades en el que se desarrollaba nuestro juego y atendiendo al epígrafe de este artículo, pasemos a analizar la coyuntura en la que se producía el cautiverio. No son muchas las crónicas que nos llegan sobre el modo en que los habitantes de la cristiandad sufrieron este padecimiento, pero sí conocemos una trasmitida por el más ilustre escritor en lengua Castellana, me refiero, como no, a Miguel de Cervantes Saavedra, soldado, escritor, dramaturgo, y ....cautivo.

EL ILUSTRE CAUTIVO.

Los más versados, seguro habrán echado de menos la presencia del urdidor del Quijote entre los párrafos anteriores como modelo del cautivo del período histórico que se trata en este texto. Así es, el magnífico autor durante un periodo de su borrascosa vida experimentaría los padecimientos originados de su prendimiento y posterior reclusión. Este acontecimiento dejaría su impronta en los renglones de algunas de sus obras, y no cabe duda que sería una experiencia que lo marcó de por vida. Pero el gran dramaturgo (a pesar del su ostracismo en la época) no sería el único trasmisor de las contingencias aplicadas por los Berberiscos, también el toledano Diego Galán, joven viajero, nos relata sus accidentadas andanzas tras ser hecho cautivo durante más de diez años por los Turcos en Argel y Constantinopla. Liberto a causa de su bizarría y encumbrado por su sólida fe, nos legó unas memorias en las que relata sus hábitos viajeros y confinatorios como una experiencia vital.
Las particularidades de este fenómeno quedarían también reveladas a través de los personajes ficticios nacidos de la memoria de los propios atormentados, de esta forma Cervantes describiría en varias de sus obras los periplos y andanzas de los cautivos, hechos enquistados en su memoria que serían incrustados en comedias como “El Trato de Argel”, “La Gran Sultana”, “Los Baños de Argel” y la universal “D. Quijote de la Mancha”, donde aparece el conmovedor relato del Cautivo.

LA CÁRCEL.

Siguiendo con la analogía propuesta con el juego mesa, el terrible destino de muchos de los cautivos sería la terrible Cárcel, lugar donde los sujetos permanecían encerrados hasta que se ventilaba su destino. El trámite suponía el paso por los florecientes mercados de esclavos de los puertos más cercanos a su captura, donde se determinaba el justiprecio que definitivamente afectaba al prisionero, atendiendo como he dicho a las circunstancias derivadas de su detención.
Para hacernos una idea del terrible momento por el que pasaban los cautivos tras su apresamiento, citaremos unos versos escritos por Cervantes tras su llegada a Argel después de ser prendido mientras viajaba en la Galera “La Sol”.

Cuando llegué cautivo y vi esta tierra
Tan nombrada en el mundo, que en su seno
Tantos piratas cubre, acoge y cierra,
No pude al llanto detener el freno.

Desde ese instante, los afligidos pasaban a convertirse en una preciada mercancía por la que cobrar un suculento rescate, o al servicio de sus captores como esclavos en las diferentes actividades en las que eran forzadamente enrolados, unas veces como galeotes, otras como servicio doméstico y otras como siervos en los trabajos más afanosos.
Cervantes, tras haberse licenciado de su paso por la milicia con la recomendación del Duque de Sessa, viejo amigo de su abuelo, y con la supuesta intención de ocupar algún cargo como funcionario público que le permitiera dedicarse a su verdadera­­­­­ vocación, el 20 de Septiembre de 1.575 mientras viajaba desde Nápoles en compañía de su hermano Rodrigo, la galera en la que viajaban, la Sol, fue atacada por piratas Berberiscos. Aprovechando que había quedado descolgada de las otras dos que le acompañaban a causa de una tempestad frente a las costas francesas de la Camargue, el Capitán de la flotilla pirata llamado Arnaute Mamí, un renegado albanés, sometió la embarcación y embarcó a todos sus ocupantes en sus naves rumbo a Argel.



Nuestro ilustre cronista, es recluido entonces en un lúgubre lugar, los denominados Baños. La recomendación escrita que portaba Miguel, lo liberó de pasar el trámite del mercado de esclavos, pues, la misiva del Duque de Sessa a Felipe II se tomó como una clara señal de la importancia del personaje que la acarreaba, por este motivo el hermano de su secuestrador se hizo cargo de él hasta que se pagara la importantísima cifra de cinco mil escudos.
Recluido en los Baños, sin duda urdió el relato del Cautivo que aparece en el Quijote y que nos da una idea de la penosa supervivencia de sus protagonistas:



"Yo, pues, era uno de los de rescate; que, como se supo que era capitán, puesto que dije mi poca posibilidad y falta de hacienda, no aprovechó nada para que no me pusiesen en el número de los caballeros y gente de rescate. Pusiéronme una cadena, más por señal de rescate que por guardarme con ella; y así, pasaba la vida en aquel baño, con otros muchos caballeros y gente principal, señalados y tenidos por de rescate. Y, aunque la hambre y desnudez pudiera fatigarnos a veces, y aun casi siempre, ninguna cosa nos fatigaba tanto como oír y ver, a cada paso, las jamás vistas ni oídas crueldades que mi amo usaba con los cristianos. Cada día ahorcaba el suyo, empalaba a éste, desorejaba aquél; y esto, por tan poca ocasión, y tan sin ella, que los turcos conocían que lo hacía no más de por hacerlo, y por ser natural condición suya ser homicida de todo el género humano".



Lo cierto es que las condiciones de vida en los baños no siempre fueron tan extremas como relata El Cautivo, se sabe que algunos de los prisioneros por causa de sus señores disfrutaban de cierta libertad de movimientos para facilitar sus cometidos, sobre todo los que poseían conocimientos artesanos, muy apreciados por los Turcos. En este caso su formación les posibilitaba una vida menos cruel. Otra manera de dulcificar su confinamiento consistía en convertirse a la fe del Islam, los llamados “renegados” encontraban en esta nueva situación una opción para poder integrarse en la sociedad Turca y liberarse a través de la fe de los padecimientos infringidos a los infieles.
Como vemos los cautivos por diferentes medios intentaban moderar su cruel secuestro utilizando las coyunturas que la sociedad de la época les proporcionaba. De esta manera también muchos de ellos, sobre todo los más jóvenes pasaban a ser amancebados y favoritos de los señores a los que servían. 
Este ­­­­fenómeno se prolongaría en el tiempo y como se ha dicho supondría una habitualidad que reportaba grandes beneficios. Los encargados de gestionar los rescates serían las Órdenes religiosas de los Trinitarios y Mercedarios, los cuales ejercían la mediación entre las partes, recaudaban los montantes económicos y redimían las almas de los cautivos según la regla Trinitaria, todo ello con la complacencia de la Corona.
El cautiverio finalizaba mediante el pago del rescate, las evasiones o la muerte del sujeto, otros, quedarían de por vida retenidos en estas tierras para siempre. 

La partida finalizaba sin ningún ganador ...

Texto e Ilustraciones realizadas por:
 Jorge J. Hervás Gómez-Calcerrada.






lunes, 11 de junio de 2018

"EN DEFENSA DEL CID CAMPEADOR" (ESPECIAL).




Está claro que D. RODRIGO DÍAZ DE VIVAR, ha sido reenganchado de forma obligada como adalid para la defensa de su buen nombre. El túmulo donde descansan sus huesos es expoliado en la actualidad al igual que lo hicieran los soldados de la Grande Armée en su enterramiento de San Pedro de Cardeña, para regocijo de los intérpretes modernos de la historia, tan abnegados y desprendidos en su cometido, como malintencionados en sus resultados.        
Nuevamente el caballero castellano es enviado al destierro víctima de la traición de algunos de sus herederos, obligándolo a exponer su inerte cuerpo sobre la montura de su también finado caballo.  Pero esta vez no serán los temibles guerreros Almorávides a los que tendrá que acometer con su póstuma Algarada, si no a la torna-fulle de algunos torticeros comunicadores que con la intención de desmontar el imaginario patrio, al que acusan de Franquista, descomponen la historia pretendiendo extraer los desechos y esparcirlos al voleo. Estas circunstancias, que podríamos llamar historiográficas, para los verdaderos profesionales de la cosa no suponen un ataque al personaje ni a los hechos, si no más bien los enriquecen y amplían, considerando que los eruditos de la cronología no albergan ninguna intención más que la propiamente pedagógica. Por el contrario, los inquisidores de la memoria histórica, tras desechar la parte de la historia que jamás les ha interesado, extraen aquella que más les atrae para ser convenientemente inoculada en las mentes de la desprevenida concurrencia. Sin ningún criterio mas que la exhibición de una pretendida modernidad, evidencian sucesos o episodios que resultan singulares por desconocidos al gran público, entreverando la leyenda con la metódica historia, consiguiendo finalmente desfigurar al personaje hasta acomodarlo a los gustos de su público.
Pocas naciones poseen en su historia una figura tan poderosa y atrayente como lo es la del CID CAMPEADOR, un personaje popular gracias al “Cantar de Mio Cid”, un cantar de gesta de autor anónimo considerado la primera obra poética extensa de la literatura española. En dicha Trova de 3735 versos se cuenta las hazañas épicas de un Caballero Castellano del siglo XI, ejemplo y modelo del caballero medieval y de las virtudes propias de la época.
Basado en hechos reales constatables en algunos casos, sus versos mezclan éstos con exaltaciones propias de la lírica popular que lo enriquecen en su faceta poética a través de la epopeya. Pero estas circunstancias no pueden ser utilizadas contra un personaje que tantas virtudes aporta a la sociedad. Bajo la proyección de su espectro se agrupan las mejores excelencias que cualquier país, institución o grupo pudieran pretender. En una sociedad en la que cada vez son menos los referentes, intentar aniquilar a los pocos que nos quedan, además de mezquino resulta pretencioso y gratuito. Las sociedades se cohesionan por múltiples factores y uno de ellos es la historia común, la cual crea inevitablemente estos personajes.
El Poema describe en sus páginas algunos hechos que los historiadores con el paso del tiempo han ido suponiendo o demostrando como aderezo a la verdadera existencia del mito. Las circunstancias a las que me refiero en anteriores párrafos, no son más que acontecimientos poco conocidos o desvirtuados del propio contexto temporal en el que se produjeron, y que sorprenden o incomodan a los oyentes por resultar ignotos o contrarios a la imagen que del Poema se les ha proyectado. Me explicaré, por temor a no ser entendido yo mismo.
Una de las circunstancias más utilizadas en los contenidos de algunas de las recientes publicaciones de los medios de difusión, es la utilización de conceptos actuales como arma arrojadiza para calificar el proceder del personaje, así muchas personas lo acusan de ser un MERCENARIO.


¿Puede decirse que el CID era un Mercenario?. En mi modesta opinión no.
Si bien el término es usado desde la antigüedad, la utilización que hoy se hace de él para referirse a nuestro personaje resulta inadecuado por lo demoledor que resulta para su fama, pues es una alocución que denota una ausencia de valores morales colosal, dejando al sujeto desnudo de ideales y bajo el yugo de un único señor, el dinero. Pero si contemplamos el término desde la perspectiva de la época en que se produce observamos que nada tiene que ver con la imagen actual.
En el medievo la guerra resultaba algo cotidiano, es más, era percibida como una actividad preclara y necesaria que acrecentaba las virtudes de sus implicados, muy alejada de la imagen que de ella tenemos hoy en día. Se preparaba a los jóvenes nobles desde muy temprana edad, y su ejercicio constituía un privilegio que se reservaba en gran parte a los estamentos más altos de la sociedad.  Entonces, si partimos desde esta nueva perspectiva, la participación en el oficio de las armas conformaba en sí mismo un privilegio en el que la instrucción además de por las armas, pasaba por la inculcación de los valores propios que garantizaran la lealtad postrera del caballero. En una época en la que no existen ejércitos tal y como los conocemos hoy; los diferentes señores se aseguraban la lealtad de los hombres de armas -agrupados en mesnadas- a cuenta de ciertos privilegios, títulos, territorios o como partícipes de las riquezas obtenidas en las contiendas, pero su lealtad venía afianzada mediante la estimulación de los vínculos tradicionales como son los lazos de sangre, el linaje, la procedencia, los fuertes nexos religiosos o el revestimiento de honorabilidad del sujeto, que al fin y al cabo resultaban determinantes en sus comportamientos.
En el mismo contexto, es decir, teniendo en cuenta las costumbres, modos y circunstancias de la época en la que se produce la epopeya Cidiana, la geopolítica en la Península Ibérica obligaba casi inexcusadamente­­­­­­­­­­­­­­­­­­ al encuentro entre los diferentes reinos, ya fuesen cristianos o musulmanes. La ineludible coexistencia entre ellos inevitablemente alimentaba la creación de pactos y alianzas, pero también la de conflictos y disensiones. Era frecuente que reinos cristianos acudieran en auxilio de otros musulmanes con ocasión de intereses compartidos, un ejemplo sería la Batalla de Graus – cerca de Huesca- en 1063, donde las tropas Castellanas acudieron en auxilio del rey Moro de Zaragoza, en aquella época protegido del monarca Castellano. Esta batalla probablemente fue el bautismo de fuego del joven Campeador y su participación un lance más dentro de la trama de la Reconquista.


El devenir de los acontecimientos obligaría a Rodrigo como a otros tantos caballeros, a buscar los servicios de otro señor tras haber perdido la confianza de su rey Alfonso. Las causas del destierro y la caída en desgracia de un soldado de las características del CID son diversas. Una de ellas, sería la desconfianza del monarca Castellano por los hechos acontecidos después de la encomienda de Rodrigo para recaudar las parias de Sevilla en 1.079. Los sucesos posteriores sobrevenidos como consecuencia de estos hechos, y sobre todo el apresamiento del noble castellano García Ordóñez, generarían instantáneamente una corriente de desprestigio hacia la figura del CID entre los círculos cortesanos, que lo acusaban de ­­actuar de espaldas al rey. La comprensible arrogancia que pudiera exhibir Rodrigo, debe ser tomada como fruto inevitablemente de sus éxitos, de las irrefrenables ansias de victoria, de la juventud, y cómo no, resultado de una fuerte personalidad. Ya se sabe que el éxito viene casi siempre acompañado de la envidia, y el CID desde sus inicios fue víctima directa de ésta, la animosidad hacia su figura le acompañará para siempre tanto como sus triunfos.
Pero no serían únicamente los celos los causantes de su proceloso devenir como batallador, las razones Políticas serían concluyentes y Rodrigo uno de sus actores principales. Sus actuaciones, aunque ceñidas a la lógica de su cometido, con frecuencia se tornaban contrarias a los intereses de la corona y quedaban trabadas ­­­­­­­­­­­­­por incontroladas intrigas.
Entonces si tenemos en cuenta las circunstancias descritas anteriormente, y las situamos en el escenario correcto en el que se producen, el calificativo de Mercenario se muestra desprovisto de toda oportunidad y los hechos objetivos desechan por antagónicos los términos que avalan sus atributos. Me refiero a que las actuaciones de nuestro personaje muy lejos de verse fundamentadas por un solo objetivo pecuniario, se consolidan en su conjunto por la demostración constante y acreditada de las virtudes derivadas de las vinculaciones que antes se han expuesto, verdaderas fuentes desde donde mana su comportamiento; transfigurando los hechos que nos resultan más paradójicos en meros sucesos provocados por la coyuntura propia de su tiempo.
 Lo que verdaderamente desvirtúa su imagen, es la amplificación de una parte de los acontecimientos en detrimento de otros, con la dirigida intención de desacreditar al célebre caballero en pos de una fingida modernidad. Esta corriente renovada pudiera enmarcarse dentro de la vetusta “Leyenda Negra” pues persigue los mismos fines, si bien la procedencia de sus propagadores es diferente. Los ideólogos actuales lejos de pertenecer a otras naciones como lo fue en la antigüedad, habitan entre nosotros.
Todas estas mixtificaciones parten de la ignorancia histórica del personaje, y no me refiero a la ignorancia popular, sino a la más instruida. De Rodrigo se conocen muchas facetas gracias al estudio meticuloso de su vida, pero se desconocen muchas otras que contaminadas por la leyenda resisten a ser descubiertas. Lo cierto es que hay hechos que aunque no demostrables –tengamos en cuenta que la Historia es una ciencia– suponen una paradoja; lo es por ejemplo el incidente narrado en un Romance Medieval y conocido como “La Jura de Santa Gadea”, donde el CID para disipar las sospechas de la participación del rey Alfonso VI en la muerte de su hermano Sancho II, obliga al monarca a abjurar públicamente de ello. Por el contrario otras que se demostraban imposibles de haber acontecido, en recientes estudios se han revelado como totalmente verídicas, me refiero a la batalla de Alcocer. Autores muy reconocidos habían pensado que jamás esta batalla se había producido, pero recientemente saltaba a la luz que estudios arqueológicos realizados en una excavación de Áteca (Zaragoza) habían encontrado restos de material Taifal Hispano-Musulmán del Siglo XI. Estos ejemplos son solamente una muestra diminuta de la diversidad de factores que pueden llegar a alterar la percepción que tenemos sobre el mito, intentar flanquear la figura de un personaje tan amplio a base de cercenar porciones que suponemos como irrefutables, no hacen más que disolver aún más en el contrahecho pasado la efigie de tal insigne referente.
¿Acaso la argumentación de la inexistencia de la mayor batalla en la que  participó nuestro héroe, lo despojaría de su empaque?. ¿Quizá la incertidumbre en los nombres y número de sus vástagos lo privaría de su fama? O la severidad en la ejecución del necesario cometido de “cobrador de impuestos”, ¿afearía su notabilidad?. Tristemente para los trileros del embrollo sí.
La remozada tendencia a deformar la figura del CID, ha llevado a sus artífices hasta extremos que podríamos llamar esperpénticos. Así en la serie “El Ministerio del Tiempo” de Tve1 –de la que soy verdadero admirador– en el capítulo dedicado al CID, podemos ver como en un esfuerzo por desmitificar al personaje y sin ninguna justificación lo trasforman en un maltratador con marcados rasgos machistas, es decir, utilizan la percepción actual de una conducta execrable para censurar su figura. Como remedio, se sustituye al primitivo caballero por otro más contemporáneo revestido de las cualidades más modernas. En este caso la trama urdida no justifica por innecesarios tales comportamientos y tampoco estos elementos complementan la producción artística.



También la aparición de libros como “La Nación Inventada” obra de Ignacio y Arsenio Escolar, van dirigidos en esa dirección. En él, sus autores secuestran la figura del CID para posteriormente liberarla transfigurada y despojada de su esencia, claro está,  tras el pago del rescate que supone la asimilación de sus criterios. 

Por supuesto, la libertad de producción cultural y artística merece todo mi respeto, quiero decir que la libertad del creador deber ser ponderada sobre todo si la utilización del personaje es ofrecida a la creación poética, novelesca, teatral o fílmica, ya que estos géneros intencionadamente moldean la figura como medio natural de alcanzar los fines propios de estas materias. Así en la poesía –como es el caso del Poema de Mío Cid– la distorsión del personaje lo lleva a su enaltecimiento por la épica; en la novela, el teatro o el cine, el autor con toda probabilidad, lo llevará a su gusto por derroteros y circunstancias inverosímiles para crear una visión artificiosa de la persona. Todas estas deformaciones aplicadas al de Vivar, lejos de adulterarlo lo profundizan sin confundir al espectador, que sabe de antemano en el medio en el que se mueve el personaje. No ocurre esto en la producción histórica donde el autor posee muy poco espacio para ­­­­ maniobrar, y debe ceñirse lo más posible a los hechos y acontecimientos, de los que puede opinar y por supuesto interpretar. Y ahí es donde se centran los perversos esfuerzos de nuestros pedagogos, la interpretación de los acontecimientos seleccionados se convierten en sus verdaderas armas y con ellas acometen a nuestro héroe sin ningún temor a ser acusados de falsear la verdad.
La intención de este pequeño artículo, sin voluntad de arremeter contra nadie, me lleva a ejercer como abogado defensor de uno de los símbolos más significativos de nuestra nación, verdadero capital que debemos conservar y legar a las generaciones futuras mediante la divulgación de sus atributos culturales. Tan amplio es el espectro Cidiano que podemos encontrarlo alimentando profusamente multitud de creaciones artísticas, eventos musicales, teatrales, de recreación o de simple ocio como lo son sus rutas culturales.



Así que en vista de los hechos y circunstancias expuestas no me queda más que pedir la absolución del “que en buena hora ciñó espada”.



“Ya por la ciudad de Burgos el Cid Ruy Díaz entró.
Sesenta pendones lleva detrás el Campeador.
Todos salían a verle, niño, mujer y varón,
a las ventanas de Burgos mucha gente se asomó.
¡Cuántos ojos que lloraban de grande que era el dolor!
Y de los labios de todos sale la misma razón:
“¡Qué buen vasallo sería si tuviese buen señor!”

GALERÍA

Estatua de Burgos


Estatua de El Cid de Mecerreyes (Burgos)

Texto, fotografías e ilustraciones realizadas por:

Jorge J. Hervás Gómez Calcerrada.


jueves, 15 de marzo de 2018

EL MAQUIS


EL PERRO QUE NO PODÍA LLAMARSE. UN TERCIO DE RELATOS (XVIII).

La parsimonia de este viaje obliga a descabalgarnos y volver al que siempre fue nuestro natural estado. Atamos las riendas a los palos del carro y descuidadas nuestras posaderas de las monturas, vagamos complacidos agrupándonos en dúos, así como lo hacen los alguaciles en las plazas, y como éstos, que aún pareciendo descuidados en su postura permanecemos como ellos prevenidos de todo lo que ocurra fuera de la normalidad de la trocha. El barro en ocasiones nos ancla al terreno y tenemos que azuzar al jumento que tira del carro, y Acuña que gusta como los peregrinos de acompañarse de báculo con éste le da a modo de estocada avivadora.


Las jornadas se acumulan como el barro a nuestros borceguíes y pesan igualmente las unas como el otro, pero preferimos andar descabalgados que no vagar al paso y de la postura parecer jinete de los que pintan en la corte, que aparecen inmóviles al modo y gusto de las damas que los ven.
Al olor de la copiosa mercancía aparecen desde lo desconocido animales que jamás viéramos en otras circunstancias y que el hambre azuza hasta nuestra presencia, huelen y salen corriendo hacia la espesura no sin antes haber sido conminados por la espada del Aznalfaracho, que atina en alguna ocasión en su mandoble y estoquea algún conejo que gruñe, y cuando la vida se torna prófuga de sus  patas, las ciñe a su cintura. Hasta tres lleva esta mañana el hábil espadachín que acostumbrado a esgrimir a temerarios oponentes, se entretiene con estos orejados. Con las pieles solladas del animal, teje pellicas con las que cubrir el lomo del caballo o del caballero, según soliciten las circunstancias.


El vivandero, que a los ojos parece parte del conjunto no mienta ni dice, pero sus carnes se agitan a cada hondonada y las olas de grasa llegan bravas hasta sus extremidades, convertidas en tormentas cuando el terreno se encrespa de rocas, haciendo cimbrear el carro que parece por momentos naufragar en las lindes. El meneo propicia la estampida de mis hermanos que temen no sin razón morir bajo el acopio, y esa no es muerte digna para un soldado, ni correr del peligro  y los ánimos comienzan a encresparse tanto como el terreno.
Seguía con la caza el Aznalfaracho entretenido con todo animal que aparecía a lo que alcanzaba con su Toledana, la movía a modo de péndulo a ambos lados de sus extremidades buscando entre las hierbas mientras andaba, pero desde hacía tiempo no oteaba ninguna, tornando su ánimo en desesperanza. Ya sabemos que el Sevillano cuando no acierta a matar cambia su habitual prestancia por el mal humor y sus labios entonces susurran letanías incomprensibles que suenan más a cada vez que mueve el acero.
–¡Otro acechador escruta más que yo! –gritaba mientras le cortaba la gola a una hierba brava, y otra vez decía –ha tiempo que no vemos otro animal. En la vieja Castilla dicen que si no aciertas a ver alimañas, es porque otro las han visto antes… –y seguía susurrando cosas inteligibles…
            Y era cierto, el silencio se prolongó hasta que el furioso ladrido de un perro asustó a las caballerías.
–¡Ahí está el acechador del que os hablaba! –dijo el Aznafaracho mientras hacía postura de reverencia.
Acuña, haciéndose a los lomos del garañón salió a buscar al autor del sobrio aullido y al trote, tanto el macho, como él, desaparecieron bajo la espesura. El aullo  animábase cada vez más y hasta parecía acercarse, pero otro grito que no pudo ser más que de el Diablo lo cesaba.
Todos quedamos petrificados, sólo los caballos resoplaban y movían sus cabezas del cielo a la tierra y pataleaban, ¿qué era lo que pasaba?. Pasó un instante que pareció un lustro, luego otro, y en llegando a la década se vio salir el trotón sin cabalgador con la brida hecha barboquejo y de baba poblado el hocico.
–¡A tierra! –grité temiendo ser victima de otra emboscada. Nuevamente corrimos a escuadronarnos contra lo desconocido que se había tragado a Acuña, hasta que de la boscosidad apareció el huido acompañado del soldado afásico que se presumía vendría a buscarnos para hacernos de guía.
El terrible mudo iba acompañado del un Alano Español, era aquel un perro que iba siempre añadido a las escuadras y su fama de cuadrúpedo feroz turbaba las mentes de sus enemigos. Aquel “Cancerbero del Infierno” tenía una enorme cabeza y de sus terribles mandíbulas asomaban fieros incisivos devoradores de infieles. Aún mondo de cabellera parecía más león que perro, y su gollete llevaba en derredor un collerón de grueso cuero cerrado por una fíbula del mismo tamaño.


El fiero animal habíase criado entre la soldadesca que lo daba de comer lo que ellos no rumiaban y de tanto echarlo hacia los discrepantes se había acostumbrado a odiarlos y correrlos. Aquel demonio era agregado habitual de encamisadas donde acechante esperaba con sus ojos encendidos a que la torcida iluminara la noche, y así abalanzarse sobre sus inconscientes víctimas que prontamente contaban haber sido atacados por seres llegados desde el infierno y de sus mentes asustadas crecían leyendas que corrían por todo el Imperio.
Tenía razón el Aznalfaracho, hasta nosotros había llegado a buscarnos el soldado cuya fama había descrito, venía acompañado del Alano y lo dominaba haciendo sonar el Chifle que llevaba colgado al cuello. Este Silbo se lo había ganado a cierto Cómitre al que ya no le quedaba más heredad que arriesgar en sus apuestas, y lo hacía sonar como él, pero ahora era el animal el que obedecía y no los galeotes exhaustos. Por eso, ya tranquilos y conocedores de aquel hombre, descansamos los aceros y urgiendo mis ademanes le dí la bienvenida sabedor que su presencia entre nosotros nos llevaría seguros hasta el destino. Mis hermanos abrazaban al animal al que conocían desde hijuelo y éste envainaba la cola entre sus patas complaciente, iba y venía de un lado a otro, quedaba parado junto al carro oliendo al Vivandero que seguía sin moverse, entonces el aleonado perro resoplaba y continuaba el rastreo.

            De esta manera el mudo se añadió a la recua y desde lo alto del caballo delante de nosotros disponía los movimientos del enorme animal. Cuando el acopio se acercaba a los arrabales de alguna civilidad, “El Carraca” - que así se apodaba por haber prestado sus servicios en los barcos del Rey -ataba con una cadena el carro al perro, porque así lo parecía pues en ocasiones éste tiraba de él más que las caballerías que llevaba enganchadas, y de esta manera se aseguraba que no haría por escapar.
Cano, que había conservado el sayo con el que se cubría el pedigüeño “Veleta”, lo hacía pasar de vez en cuando por el hocico para que el fornido perro recordara el tufo del traidor, y así, de encontrarlo, lo devorara.
            Se preguntarán ustedes cómo se llamaba el fiero animal, pues decirles debo que  su nombre nunca lo supe, porque “El Carraca” como es fácil de esperar nunca lo llamó, ni nombrarlo podía, ¿Cómo podía nombrar el que voz no tenía? porque “El Carraca” sólo gritaba, gemía y de él todos corrían y corrían y corrían…


            De dos a tres jornadas quedaban…



"EL MAQUIS"

En anteriores Encamisadas abordé temas relacionados con la figura del bandidaje, entre otras figuras aparecieron por este pliego digital los icónicos Bandoleros decimonónicos y los antecesores de éstos como fueron los Monfíes de los siglos XVI y XVII. Este asunto por definición nos traslada sin darnos cuenta hasta épocas y lugares que nos envuelven en aromas románticos de los que difícilmente podemos deshacernos por la tendencia innata del ser humano a abstraerse de la maldad para convertirla en algo más agradable a su existencia, con frecuencia deprimida. El mito del Ladrón bueno que se ve abocado a delinquir como consecuencia de su procelosa vida resulta muy atrayente, y hasta podría decirse que necesario,  necesario en tanto en cuanto la lírica que destila la realidad endulzada, alumbra relatos literarios, teatrales o cinematográficos que de otra manera no existirían. Pero una cosa es la leyenda y otra la realidad, aunque la primera beba los sorbos más colmados de la segunda.
Suele decirse que la realidad siempre supera a la ficción, y así es, pues la ficción siempre va a la zaga de la realidad, de la que copia algunas cosas, las añade y zurce en algunos casos o  las cercena dependiendo de los gustos y apetencias de los espectadores. Es por esto que la realidad siempre sorprende más, por lo impredecible de los acontecimientos y acciones que produce, por esa razón la historia y la leyenda se cruzan constantemente.
Como digo, después de Bandoleros románticos, Monfíes desterrados, llega a esta Encamisada casi por obligación el Fenómeno del MAQUIS.
La leyenda, -que como digo, es el acomodo de los hechos históricos-  lo definiría como la pírrica lucha de unos hombres contra el Fascismo impuesto por la fuerza. Esta descripción presenta como todas las leyendas partes ciertas y otras, como digo, acomodadas al imaginario digamos “bandoleril”, pero lo cierto es que lo que comenzaría siendo en parte el anhelo de revertir el resultado de la contienda española del 1936 por parte de excombatientes del bando Repúblicano, se convertiría más tarde en el mayor problema de Orden Público con el que se enfrentó el Régimen de Franco, mayor aún que el fenómeno del Bandolerismo.
Su nombre “Maquis”, surge por la deformación de la palabra francesa “Maquisard”, que alude al matorral o manto vegetal que crece en la zona mediterránea. Este término se comenzaría a usar en el país vecino para denominar a los combatientes emboscados en las zonas montañosas contra la ocupación alemana en la Segunda Guerra Mundial. El apelativo intentaba asemejar la figura del guerrillero Francés y sus ideales libertarios con los que se ambicionaban alcanzar en la península.
            El número iría creciendo desde el inicio de la Guerra Civil, con el paso del tiempo sería muy numeroso y se extendería prácticamente por toda la península. Hubo partidas de maquis allá donde el terreno fuera propicio para ocultarse, de esta manera las comarcas montañosas y de difícil vigilancia se erigieron en verdaderos centros de operaciones de sus acciones; escogían zonas remotas alejadas de las vías de comunicación, bosques frondosos y riscos desde donde vigilar el movimiento de sus perseguidores. Se trataba de un enemigo esquivo, conocedor del terreno y con amplia experiencia en el combate adquirido durante la contienda.

            La presencia de estos grupos podrían delimitarse en varias zonas, la primera se denominó “Centro-Extremadura” y operaba en la sierra de Gredos, sierras extremeñas y Montes de Toledo. La segunda abarcaría la Provincia de Ciudad Real y zonas aledañas; así hasta disgregarse en nueve zonas que ocupaban casi toda la geografía española, su actividad causaba graves trastornos en el funcionamiento cotidiano por la profusión de sabotajes, asesinatos y robos, hechos que dañaban fuertemente al incipiente régimen Franquista.
La procedencia de sus integrantes también sería diversa y cada una vendría determinada por las circunstancias y ascendencias de sus militantes, pudiendo dividirlas en tres grupos diferentes, huidos, guerrilleros y bandoleros.
Entre los primeros se encontraban los que huían del frente o bien se habían escapado de las zonas donde el Frente Popular había cedido terreno y cuyo dominio lo ostentaba ahora las tropas Nacionales. Los segundos, denominados guerrilleros, se nutrían de aquellos combatientes con vocación guerrillera y fuertemente ideologizados que habían luchado durante la guerra en el bando republicano, y pretendían seguir la lucha hasta la liberación total del territorio, esperanzados sobre todo, en el auxilio aliado tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial, anhelo que más tarde se vería frustrado por los motivos que se expondrán más tarde.
El tercer grupo sería una mezcla entre delincuentes comunes e idealistas de izquierdas, casi todos comunistas, que vieron en esta vida una salida a su existencia y único remedio a su más que probable apresamiento por los delitos que habían cometido.
Los grupos de individuos se denominarían “Partidas”, y el número de sus integrantes variaba de una a otra, actuando al modo pequeñas unidades militares fuertemente disciplinadas y en sus momentos más organizados con gran dependencia del Partido Comunista. Pero el nexo común a todas ellas era la férrea dirección por parte de la figura del Jefe, normalmente un hombre con fuertes convicciones ideológicas, robusto carisma y una gran preparación en las técnicas de combate en el medio rural, muchas veces adquirida en la URSS. Los nombres más conocidos entre los muchos que también los fueron serían los de “Chaquetalarga”, Ángel Fuentes “El Maño”, El “Manco de la Pesquera”, Quico Sabater, Foucellas y “Caraquemada” por poner un ejemplo.


            Su actividad se centraba principalmente en el sabotaje, atracos, asaltos y atentados. Su modus operandi consistía en viajar de noche utilizando desfiladeros y zonas de difícil acceso para atacar de un modo colectivo y rápido que impidiera organizar su persecución. Es destacable la complicidad de la que gozaron por parte de una porción de la población, complicidad sobrevenida por la afinidad ideológica y de fines en algunos casos, y en otras como consecuencia del temor a las represalias a las que pudieran ser sometidos. Se trataba de una población pobre que subsistía a duras penas en un medio rural cada vez más inhóspito y que se hallaba atenazada entre ambos bandos; el maquis lo aprovecharía para crear una tupida red de apoyo e información que permitió su permanencia en el tiempo, mostrándose como un elemento determinante en su supervivencia. La mayoría de los contactos con los que contaron venían acordados por razón de vinculaciones familiares, vecinales, de amistad o como he dicho anteriormente ideológicas, otras veces solo se dedicaban a pagar los servicios de campesinos desesperados. Las ayudas mayoritariamente consistían en delaciones, aprovisionamiento, informaciones sobre los movimientos de la Guardia Civil y de alojamiento o cobijo en sus propias casas en las duras jornadas de invierno. Este es un elemento que lo diferenciaba del Bandolerismo tradicional haciendo más difícil su erradicación.
Aunque en origen su contención fue encomendada al Ejército, sería finalmente la Guardia Civil la que soportaría todo el peso, una Guardia Civil fuertemente militarizada, de carácter austero y sacrificado, con gran experiencia en el combate y conocedores del terreno en el que se movían. Pagaría muy caro su arrojo en su lucha contra el maquis, en la que emplearía gran cantidad de efectivos; hombres duros que soportaban jornadas extenuantes de servicio, en ocasiones de semanas en la montaña. Si bien los ataques en un principio se dirigieron hacia las infraestructuras del Estado, Jefes Locales de la Falange, Curas, Alcaldes, Sindicatos y colaboradores de la Guardia Civil -a los que solían ahorcar como medio de ultrajar su memoria-, a medida en que el tiempo pasaba y los apoyos de la población mermaban, comenzaron a actuar directamente contra los Cuarteles de la Guardia Civil, a pesar de ser éste un objetivo que suponía muchas desventajas por la dificultad que suponía. En este momento las familias de los propios Guardias Civiles comenzaron a ser objetivo del movimiento subversivo, múltiples asesinatos se producirían sobre todo al final de la Guerra ordenados por el PCE desde su base en Francia.
El fenómeno del Maquis encontraría un fuerte enemigo en las recién creadas “Contrapartidas”. Las “Contrapartidas” se crearon en 1.942 para combatir al maquis en su propio terreno y estaban formadas por grupos de Suboficiales, Cabos y Guardias Civiles de probada lealtad que actuaban de paisano, más bien se diría que vestían al modo de las partidas, confundiéndose con ellas. Su misión era identificar las redes de informadores y colaboradores para así estrangular o limitar los movimientos de las partidas. Pero estas unidades no resolverían el problema aún de ser muy desestabilizadoras, y el incierto final de la Guerra de Europa llevaría a un enquistamiento del fenómeno. Con esta situación, en el año 1.944 se produce uno de los hechos que pondrían a prueba la fortaleza de las autoridades franquistas, bajo la organización del Partido Comunista en Octubre de 1.944 más de 3.000 hombres penetraron en territorio español a través de la frontera del Pirineo navarro y el Valle de Arán, se trataba de una invasión en toda regla; excombatientes republicanos armados saltándose las líneas fronterizas intentaron desestabilizar al régimen. La facilidad con la que los guerrilleros habían violado las fronteras dejaban a la vista las múltiples deficiencias existentes en su control y vigilancia; tampoco habían funcionado los servicios de información pues no habían sabido anticiparse de manera efectiva a una amenaza de tal envergadura. La noticia disgustó sobremanera a Franco, que no dudó en dar órdenes al ejército para que actuara de manera expeditiva, serían los Generales Yagüe García Valdiño, Monasterio y Moscardó los encargados de reprimir la invasión en colaboración con las unidades de la Guardia Civil de las zonas ocupadas, el resultado del cerco a los guerrilleros sería la de 129 muertos y algunos centenares de heridos.


Como diría al principio, el fenómeno de maquis cuya aparición al inicio de la Guerra Civil habría de incluirse dentro de las tácticas, medios o modos de combatir al enemigo, quedó legitimada por la propia conflagración. Fue deformándose a medida que trascurría el tiempo hasta trasformarse por su incapacidad táctica, apoyos, fundamentos ideológicos y las derivas de los sucesos históricos que más tarde se producirían, en un grave problema delincuencial que afectaba a una población extremadamente castigada, exhausta por la violencia y que nunca quiso continuar con el enfrentamiento del que era una víctima. Esta situación llevaría al hostigamiento del maquis por la continua falta de apoyo social, que junto con la inacción de los países vencedores tras Segunda Guerra Mundial, la precariedad de la ayuda soviética y la efectividad demostrada por la Guardia Civil, propiciarían su extinción entre los años 1.948 y 1.952, periodo donde el Régimen de Franco practicó una ofensiva total.
La presencia de Franco en la península, a los ojos de los vencedores de la Segunda Guerra Mundial, sobre todo de Inglaterra y Estados Unidos, al contrario de lo que podría pensarse no suponía una amenaza, más bien constituía un cortafuegos contra el Comunismo, necesario por la deficiente situación en la que había quedado el Viejo Continente tras la guerra. El recién instaurado Régimen había permanecido en estado no beligerancia durante el conflicto y aunque su estética se asemejaba al fascismo, el ideario se alejaba mucho de estas doctrinas, así que el apoyo de los recientes vencedores nunca se produjo y las autoridades de Franco quedaron libres para tomar las medidas necesarias.





            Todos estos factores, unidos a la violencia ejercida contra la población supuso su final.

Texto e Ilustraciones realizadas por:

Jorge J. Hervás Gómez-Calcerrada


lunes, 1 de enero de 2018

"EL JORAIQUE"


"SOBRE DESOREJADOS, CORVOS Y MUDOS". UN TERCIO DE RELATOS (XVII). 

Salimos siempre escondidos del sol, cuando el vapor surge del suelo y se eleva ocultando nuestras estampas. El silencio desbaratado por el crujir de la traviesa que da vida a las ruedas del carro lleno, y los golpes de los cascos que como antaño alientan la cadencia de los galeotes. Unos a su fachada, otros a su zaga  empujamos el peligroso acopio entre la niebla  que parece apartarse ante la silenciosa congregación.
            La giba del carretón no presagia buenas noticias, pues la abundancia por aquí sólo es de hambre y pobreza  y ésas mercaderías son inmateriales y cada uno la suya porta en la proporción que no se ve. Tampoco el fornido auriga que conduce el porte nos hace bien, pues el que dirige es conocido por estos territorios como hacedor de carne, por eso le techamos de sayo encubierto que evite ver sus trazos de cochino.
Desta manera y otras que más adelante diré nos dirigimos al campamento para dar de comer a nuestra famélica mesnada de soldados sin soldada. Espero que llegando dos días recibamos la visita de algún ojeador del nuestro ejército, que nos alerte de la presencia de herejes o emboscados, mientras, evitamos las urbes y otras poblaciones eligiendo de las más las peores trochas que nos retrasan pero refugian.
–A este paso nosotros mismos mermaremos las viandas por lo largo de los días –Dijo el Calatravo mientras movía sólo el belfo debajo de su sombrero. Le contesté para no desanimar a los otros –No te preocupes amigo, que más largos se hacen las jornadas de no haber pan, disfruta del viaje que ya volveremos al poco comer y mal vivir. Los días largos las jornadas certeras.
Así comenzamos a imaginar qué soldado sería confiado a llevarnos seguros en las próximas jornadas. Acuña postulaba por uno que de mozo sirvió a otro hidalgo muchos años y que no hablaba sino gruñía de la estocada que en la garganta padecía, y es que sólo gemía, gruñía, a cada vez que hablar pensaba. Hacía de rodelero en las escuadras y su porte fino y achaparrado le hacía parecer un demonio entre las picas, demonio oculto debajo de su Rodel, amagaba y daba a los que finaba, y éstos no acertaban a ver por don les venía la muerte.
Contaba Acuña que mucho le conocía, que pinchó una vez a más de cincuenta cerca de los Francos Condados, y que anduvo varias veces embarcado por aguas de la berbería. Embarcado fue donde un galeote moro con la punta de una uña acerada le produjo su afonía quedando afásico de por vida pero con la virtud de la ira en la garganta prendida, pues a cada cuchillada o mandoble que éste inicia le acompaña el mismísimo sonido del diablo, gemido que de espanto llega hasta las almas de sus martirizados oponentes haciéndolos doblemente herida, una de carne y otra de vida.
El Aznalfaracho lo había conocido bien según comentaba, decía que una noche lo acompañaba encamisado en la noche para el día.  Cuenta mientras trota, que lo llevaron con la creencia que por mudo ningún sonido produciría, así de este modo serviría, y en llegando a la casa de los discrepantes y antes de poder encender la torcida, el gemido del mudo en todo el orbe se oía, y los oponentes corrían y corrían mientras el mudo gemía.

–¡Vive Dios! que no sé qué demonios aquel hombre le decía pero aquellos corrían y corrían como si al mismísimo Bercebú les perseguía, tanto galoparon que no dióme tiempo a sacar mi daga de la espalda ni a los otros que me acompañaban, y de esta manera quedamos encamisados sin antagonista que despachar pues el pequeño rodelero los había ahuyentado.
El cochino escuchaba pero no decía, y así le dije –¿Escuchas Alvar?, el soldado gruñe como vuestros cochos pero éste mata, no así como los otros. – De debajo de la capa el vivandero me contesta sonriendo –Espero que sea ése quien nos acompañe, ya sabéis que gusto de la muda compañía de animales, no de vos, no confundáis noche por día. – dijo el vivandero mientras escondía temeroso lengua y cara debajo del capirote.
–Jajajaja – el Calatravo comenzó a reír mientras la tarde nos sorprendía.
      Y a la tarde la noche seguía, entonces paramos para hacer morada del campo y sobre una pequeña explanada nos extendimos en rededor del carro para así dar cara a cualquiera que por todas partes viniere.
Con las caras encendidas del fuego placentero, de nuevo en la conversación salió la presencia del que será nuestro cabecilla en las trochas, y todo a propósito del gemido de alguna alimaña.
–¡Parece que ya ha llegado nuestro compañero¡ – gritó Cano animado por el vino, Y el vivandero menos divertido, dijo –una Lechuza ha sido, que otro ser no puede sino emitir semejante sonido.
–Como ser podría el soldado que os digo, sabed que en la milicia no son pocos los mermados de sus capacidades, el soldado solo presenta tres estados, muerto, vivo o mal zurcido. De entre los últimos, muchos parecen criados en otros mundos, los hay sin ojo que parecen hijos de Polifemo, con una sola mano, desorejados, corvos y mudos.
Todo el mundo escucha el tenebroso relato de Cano sobre los soldados siniestros, y continúa diciendo –Otro que desorejado quedó a mordiscos de un intrigado, lleva siempre los apéndices cercenados colgados junto a la ceñidura, y cuando ademán hace de sacar la tizona se ven junto a ésta las dos orejonas cimbreantes.
Otro, que la faz dejó distorsionada por el fuego de pólvora siempre va embozado y calado de pañuelo a la nuca, dejando ver solo los ojos desnudos de pestañas y su mirada oscura.
De nuevo el ruido suena parando el parlamento de Cano, entonces mirando a los congregados les digo.: Temed más a los mermados que a las alimañas, que por causa de su carencia se vuelven esquivos y hoscos hacia los hombres, cambiando su naturaleza virtuosa por otra menos piadosa, arremetiendo contra todos a los que acusan de su desdicha.
Así pasamos la noche, o más bien pudiera decir que la soportamos, pues el Vivandero asustado de nuestras palabras resoplaba azarado mientras dormía, y hablando en sueños decía –¡dejadme engendros maliciosos! mientras rodaba sobre su espesa barriga y Cano en viéndolo gruñía –¡griiiiiiggg!. y esto hacía que el “Porc” más  fiero se movía, y daba patadas, y puñadas mientras entre la frazada tomaba como escudo que le protegía...



"EL JORAIQUE"

Me presento nuevamente ante ustedes mis preciados inquisidores, tras mi involuntaria ausencia, retiro forzado de las redes que no de otros menesteres.  Ya se sabe que las obligaciones matan a la devoción, pero irremediablemente mi mente sigue en sus distracciones  aún en los momentos en que ésta debiera encontrarse a otras cosas. Como D. Alonso Quijano mi mente se evade de la realidad y comienza a cabalgar por las llanuras de la Mancha, engañada la razón todo parece menos tedioso y te prepara mejor contra el embate de la terrible cruceta. Esta práctica –como al caballero de la Triste figura –nos otorga a los infectos de la desmemoria una fama de locos o despistados  de la que es difícil despojarse y nos fuerza a procesionar como  acólitos de la Hermandad de los Absortos.

Cada vez cuesta más zurcir palabras y no he de negar que fueron varias las acometidas desde entonces las que se tornaron en retirada, pero vuelvo, vuelvo de nuevo  con ganas de CONTAR o mejor esta vez podría decir que con ganas de CANTAR.
De CONTAR y CANTAR versa esta Encamisada repatriada de la retaguardia, algo que casi se ha perdido entre los soniquetes reiterativos de las tonadas actuales. Las letras de las canciones que antaño contaban historias ahora parecen ser los cooperadores necesarios del delito. Los Juglares en su versión menos pintoresca y lúdica servían como verdaderos vehículos pedagógicos haciendo llegar a las mentes menos roturadas por el arado de la erudición hechos y circunstancias que jamás llegarían a sus mentes constreñidas al oscurantismo. Cantares de Gesta, obras líricas o épicas llegaban hasta sus mentes embarcadas en melodías o empotradas en las métricas más o menos capaces de sus versos. Una de las funciones de la creación artística es servir como vehículo de la cultura, así yo lo entiendo y la música es uno de sus mejores trajinantes. La música actúa como las figuras de piedra esculpida en los pórticos de las antiguas catedrales, de un golpe de vista la historia inerte entra en nuestro cerebro.
La historia también viaja en la música actual, así lo pude comprobar gratamente hace unos años. En el interior de un disco encontré casualmente –como suele suceder con todos los tesoros –una canción cuya letra parecía narrar hechos ciertos acaecidos en las costas de Almería en tiempos del Rey Felipe II. La melodía escrita con el gusto lírico de antaño, narraba la azarosa vida de Alonso “El Joraique”, facineroso berberisco que a golpe de alfanje y Jabeque, unas veces desde las sierras, otras desde el crepúsculo de las costas, aterraban a los desasistidos pobladores de las estribaciones del Cabo de Gata.
La letra en uno de sus compases lo denominaba “Monfí”, pero... ¿quien era ése Alonso “Joraique”?, ¿era cierta su historia?. ¿Qué era un “Monfí”?. Todas esas preguntas me llevaron a investigar sobre el personaje y reconozco que fue un grato acierto pues me abría una parte de la historia que casi desconocía.
Concretamente me trasladaba a la España liberta de los usurpadores mahometanos, a sus consecuencias, a sus luces y sus sombras.
Tras la toma de Granada por los Reyes Católicos, con el afán seguramente de preservar la entidad que tanto les había costado alcanzar, los regios gobernantes de las nuevas tierras anexionadas publicarían varios textos legales en los que se obligaba a la conversión de los moriscos al Cristianismo. Una de estos textos sería “La Pragmática Conversión Forzosa” por la cual se obligaba a los Moriscos y Mudéjares a procesar la fe en Cristo. Esta medida y otras dictadas por las nuevas autoridades Castellanas, llevaron sobre todo en décadas posteriores a muchos moriscos a verse desdeñados dentro su propia tierra, llegando a enfrentarse a las jerarquías. De esta manera muchos fueron los que en desacuerdo con las leyes que les obligaban de manera forzosa a apostatar se vieron obligados a echarse al monte convirtiéndose en prófugos de la ley o mejor dicho se convertirían en los  primeros bandoleros. Las sierras comenzaron a poblarse de lo que se  denominaría “Monfíes“ (derivado del árabe Desterrado), desde allí se organizaron en cuadrillas encabezadas por un Capitán. Las crónicas hablan terriblemente de sus fechorías, todas ellas muy crueles y dirigidas casi siempre al robo, el hurto y el asesinato de cristianos.
Muchos de estos bandoleros moriscos o “Monfíes” participarán en 1568 en la conocida como la “Rebelión de las Alpujarras”, donde de manera violenta se instaba al Rey Felipe II a anular los efectos de la “Pragmática Sanción”. La contundente respuesta del Monarca haría que muchos de ellos fueran hechos cautivos y desterrados a otros lugares de la Corona.
 Con la ignota letra de la canción apenas desentrañada, seguí intentando disipar quién era aquel “Monfí” que turbaba  las tranquilas vidas de los pacíficos habitantes de Almería. La letra lo identificaba como Alonso “El Joraique”, pero, ¿Quién era Alonso El Joraique?.
La toponimia Andaluza nos ofrece multitud de lugares concretos con ese apelativo, así en la provincia de Almería en las estribaciones de la sierra de los Filabres, se sitúa el Cocón del Joraique, un cerro crecido de 1928mts. También en Granada y muy cerca de Sierra Nevada, existe otro cerro llamado también del El Joraique. Estas denominaciones nos dan una idea de la amplitud de lugares por donde pudo errar nuestro Monfí.
Pero Alonso “El Joraique” resultaría ser un bandolero morisco nacido en Almería, posiblemente en Tahal en el año de 1548. Según cuentan las crónicas pudiera tratarse en sus inicios de un labrador que las circunstancias llevarían a aliarse con los Piratas Berberiscos, y así lo hizo en 1566 aprovechando el ataque que los piratas perpetraron en la ciudad de Tabernas, es ahí donde nuestro personaje comienza sus desafueros. Desde su nueva condición y como integrante de su partida participó en la Rebelión Morisca de 1568 sembrando el terror a golpe de espada por toda la franja de Almería.



Las autoridades encargadas de la jurisdicción de aquellas tierras comenzaron a combatir a todos los que como “El Joraique” suponían un peligro para la nueva convivencia, para ello personajes como el Maestrescuela Marín facilitaría la entrega de diez Monfíes previamente desarmados en 1572. Entre ellos no se encontraba nuestro protagonista que siguió emboscado, pero esta vez por poco tiempo. Trascurridos unos meses “El Joraique” sería hecho preso junto con otros moriscos. En aquella época el destino de los presos aseguraba casi por completo su presencia en galeras, o el destierro como esclavo en otras partes del reino, así lo presintió Alonso, que espoleado  por su natural rebeldía consiguió escapar de su cautiverio, para marcharse al lugar donde más cómodo se encontraba, las escarpadas sierras Filabres, Alhamilla y Gádor.
Desde estas posiciones volvería nuestro Monfí a atemorizar a los habitantes cristianos que veían impotentes como una y otra vez los prófugos arruinaban sus vidas. Esta actividad se prolongaría en el tiempo hasta que las autoridades conscientes y convencidas que sus esfuerzos por la vía de la fuerza habían sido prácticamente irrealizables, recurrieron nuevamente a la mediación del Maestrescuela Marín para que mediara entre las partes. El arbitraje consistía en el ofrecimiento del perdón al desterrado Joraique y su traslado hasta otra ciudad de Castilla. A pesar que el acuerdo resultaba ventajoso si tenemos en cuenta la singularidad de la época, Alonso renunció al mismo aduciendo en su negociación una serie de exigencias difícilmente realizables. Hasta dos veces se intentaría, pero ninguna resultó fructífera, de modo que El Joraique en un golpe de mano o más bien en una urdida y atroz huída en compañía de otros hombres, se lanzó hasta las costas de Vera, donde tras apoderarse de una embarcación y habiendo despachado a sus marineros, pusieron rumbo hasta el Cabo de Gata donde unos galeotes les esperaban para trasladarse a la berbería.
Alonso llegó hasta Tetuán y tras ofrecer sus servicios a las autoridades locales fijó nuevamente sus ojos en lo que fue su hogar hasta su conversión en Monfí.
Desde las costas africanas navegaría embarcado en la madrugada del día 16 de Septiembre de 1573 hasta el Cabo de Gata, una vez allí y tras atacar varias poblaciones, sembraría el pánico de manera que los habitantes de hasta quince aldeas cercanas abandonaron despavoridos sus casas al tener conocimiento de la presencia del El Joraique. Después de estos hechos parece que nuestro bandolero jamás volvió por estas tierras, pero su huella quedó impresa en las mentes de sus habitantes.

Esta es la historia de “EL JORAIQUE”, por cierto, la canción a que hago referencia está escrita e interpretada por SANTIAGO AUSERÓN, y se encuentra incluida en el Álbum “MR. HAMBRE” editado en el año 2.000.

Espero la disfruten ahora tanto como yo.




LETRA DE “EL JORAIQUE”
Tus soldados, rey Felipe

No querrán poblar la tierra

Mientras ande con su gente 

El Joraique por la sierra

Cada noche los cristianos 

Con los ojos muy abiertos

Velan por no despertar

En el reino de los muertos

Nadie alcanza a descansa

De su carga al fín del día

Porque esta suelto El Joraique 

Por los montes de Almería

Dicen que Alonso El Joraique

Con las sombras tiene un trato

Que se cierran cuando salen

Los soldados a arrebato

Dicen que la medialuna 

Le prestó su blanca espada

Y antes de llegar el alba

El se la volvió encarnada

Y El Joraique prometía

Yo daré fin a la guerra

Si me dais la llave que abre

La cancela de mi tierra

El monfí robó una barca

A la mar echó su pena

Dejo nueve pescadores

Peces muertos en la arena

El Joraique allá en Tetuán

Armó su negra goleta

Ya llegó al cabo de Gata

Ya no duerme un alma quieta

No soñaron nunca más 
Las mujeres de Almería
Que se les llevo El Joraique
El ensueño a berbería.


Texto e ilustraciones realizadas por:

 Jorge Hervás Gómez-Calcerrada.