LA ENCAMISADA

http://laencamisadadejordi.blogspot.com.es/ LA ENCAMISADA..."PASA REVISTA A LA HISTORIA".

viernes, 25 de septiembre de 2015

EL EMPECINADO.

"LA CATEDRAL DE LA ABUNDANCIA". UN TERCIO DE RELATOS (XV).
En la testuz calada la prenda y dentro la copla que Cano cantaba, fanfarria y agasajo de la villa húmeda.
     En sus calles corderos esquivos, fruta, vino y otras mercaderías llevadas por los hombres destas tierras, gentiles villanos de mujeres prietas. Los pobres de mano mendicante relatan sus desdichas a nuestros recelosos oídos pues sus míseras estampas al taimado Veleta rememoran, y ¡vive Dios! que su recuerdo enfurece el ánimo de mis hermanos, así,  cuando uno sumiso se les acerca, aprisa le atiza el furioso y enorme Vascongado.
Descabalgado, al verme los demás me imitan en el porte exhibiendo ademán de corte y reverencia, que primero es “abrazalla” y que la prestancia en el trato calme el natural recelo que para el forastero se tiene por estas tierras. Me acerco al paisano y con la mano en el pomo de la espada le digo claramente por si sus entendederas resultan confusas:

– ¿Conocéis vos al Mercader Alvar de la Provenza que hace de vivandero?
– Claro forastero, el buscado da comida por dinero, lo encontrarán matando cerdos al final de ese sendero, lo conocerán por tener bien orondo el buche pues entenderá que es buen comido y su figura entre los cochos parece que desaparece. – contestó felizmente el paisano.

Con esas señas nos dirigimos hasta el macelo, primero cruzando, viendo y oliendo sus enlodadas calles, y en silencio, ni el Calatravo ni Acuña ni Cano bisbisean palabra alguna pareciendo que las mías en los en derredores de la villa hubieran puesto en fuga las suyas, creo que no hablan por no pecar.
            Finaliza el sendero mientras crecen nuestras esperanzas de encontrar el acomodo del que el soldado es justo acreedor y ahí, justo a su término se levanta el rico macelo de nuestro destino. Acordes de berridos, bramidos y mugidos, que tal parece que estos estrépitos más que fastidiosos sonidos obrados por bestias resultan a nuestros oídos melodiosas panegíricas realizadas por amas tentadoras. Se agitan cueros y aceros, del silencio comienza a brotar el murmullo entre los hombres que ahora sí farfullan los unos con los otros alegrándose de llegar, Cano dice en voz alta –¿Oís esos sonidos calamitosos?, barruntan nuestra llegada y temen de su vida por nuestras bocas y no por nuestros estoques, tanto lidiar con enemigos superlativos que acrecentaron vuestra fiera fama, para acabar temidos de vuestras tragaderas más que de vuestras espadas.
Todos rieron el tiempo que nos quedó por llegar a la embocadura, que era poco. De pie atamos las caballerías y sin llamar puesto que el ruido ahogaría nuestro llamamiento, apartamos todas las puertas que nos encontramos, despacio, viendo a cada paso que nadie se encontraba, sólo el ruido bronco de las bestias que no paraba.
   
  La enorme estancia de madera pareció a los ojos de mis acompañantes cual Seo dedicada a la advocación de los más diversos manjares que en años habían visto nuestras estampas. Retablos de piezas secas de bacalao colgaban de sus paredes encordadas de vetustos clavos, piezas de caza formando coro de santones emplumados y los sacos de harina en hileras procesionaban los unos con los otros apretados de abundancia bajo el crucero de la  herrumbrosa ermita. También óleos, y queso y aún dentro más exceso. Con los ojos llenos de abundancia, a patadas, alejamos a las devotas gallinas que cuales ruidosas feligresas llegaban a recibirnos, hasta que en el engordadero ahogado entre cerdos intuimos a nuestro convidante, y digo intuimos porque todos tuvieron que agudizar la vista pues cerdo y hombre nunca tuvieron tanta semejanza, lo explicaré desta manera:

Gruñía el Vivandero más que el puerco al que perseguía,
y como si de brujería se tratara
el cocho le contestaba,
pues la misma lengua tenía.

Y no sólo la lengua compartían,
pues panza, gola y orejas a la vista estaba
que de la misma madre venían.

Pezuñas por manos,
hocico y nariz,
colores rosados,
 pelo y cerviz.

Entre tanto puerco,
serían más de mil
difícilmente un soldado
 podría discernir
cuál era el hombre
cuál el cerdo
y cuál de ellos llevaba el mandil.







EL EMPECINADO.

          De regreso a la normalidad, ¡bendita normalidad!, o eso pensaba yo. Finalizado el verano con la traca oficial de fin de fiestas de mi pueblo, me disponía yo (pobre ­­­­­­ignorante) a volver a la normalidad diaria, a lo cotidiano que relaja por lo consecutivo de los acontecimientos, trabajo, obligaciones y devoción cuando no hay de lo primero, vamos, lo que se dice una gustosa vida normal y corriente. Termina el estío y comienzan en mi cabeza a brotar proyectos de todos los géneros, es como los anuncios de la vuelta al “cole”, todo un clásico otoñal en mi normal existencia. La mayor parte de los mismos nacen moribundos, otros prosperan vagamente hasta su fallecimiento, solo unos cuantos crecen pero debo reconocer que me entretengo y disfruto en ocasiones más pergeñando lo que sé que no llegará, que creando lo que finalmente será. Todo el proceso me mantiene inquieto y activo, además como no se trata de obligaciones los tiempos y los fines son irrelevantes. De niño pasaba más tiempo construyendo el campamento o el decorado donde jugaba con mis soldados que guerreando con ellos, me entretenía más proyectar el trazado terrestre de la Etapa que empujar las chapas de “Mirinda” con la cara de Marino Lejarreta. Puede que perdiera el partido de chapas, pero os aseguro que los uniformes de mis jugadores habían sido dibujados con todo detalle, pasando largo tiempo armado de rotulador y moneda de cinco duros.
            Pues en eso estaba yo, intentando retomar mis aficiones relevadas. Volviendo a ilusionarme con la redacción de este Blog comencé a pensar cual sería el tema con el que iniciaría esta temporada, sucesos, batallas y personajes iban y venían de la manera más normal y cotidiana en mi cabeza produciendo el consiguiente entretenido gusto del que os hablo. Y cuando ya tenía más o menos decidido el tema a tratar, de pronto, de forma abrupta y dramática escucho el ruido de cañón de la boca de FERNANDO TRUEBA



          El director de cine madrileño tras recibir el Premio Nacional de Cinematografía afirmaba en su alocución ante los ilustres asistentes que:

“Siempre he pensado que en caso de guerra iría con el enemigo, siempre. Cuando leía la historia siempre decía, qué pena que España ganara la Guerra de la Independencia. A mí me hubiera gustado muchísimo que la ganara Francia, entonces...claro, digo fufff...” (...)
(...) “La verdad es que yo nunca me he sentido Español, ¡nunca! en mi vida, ¡jamás!, ni cinco minutos de mi vida me he sentido Español...”

             La Explosión de verborrea me dejó francamente aturdido y herido de la metralla  convenientemente depositada para ocasionar el mayor daño entre los traicionados oyentes. La traición como locución adverbial indica que ésta se perpetra de forma alevosa, faltando a la lealtad y siempre es premeditada. Entonces pudiera entenderse que un individuo que manifiesta su posicionamiento con los fines de sus enemigos y que lo hace además quebrantando como dice el diccionario la lealtad y fidelidad que se debe tener con su misma identidad u origen, ¿es un traidor?
            La traición históricamente siempre ha buscado un fin y la historia de España ha sido víctima de muchos de sus episodios, desde la entrada de las tropas Musulmanas en España donde la traición de los hijos del Rey Witiza en la Batalla de Guadalete propició la invasión de la península, hasta la Guerra de la Independencia de la cual ya sabemos contra qué bando debió conspirar el Señor Trueba. Los efectos de la traición por estas tierras fueron terribles como ya se sabe, pero produjeron en sus víctimas un poder de resistencia extrema que fomentaría la aparición de verdaderos patriotas que de otro modo habrían quedado en el anonimato.
            Eso precisamente fue lo que sentí al escuchar el fogonazo dialéctico del Sr. Trueba, de repente tras reponerme de mis heridas, pasé de ser un humilde trabajador en fase de holganza a convertirme en el más irreductible patriota decidido a combatir a los aliados del conspirador, y como el cineasta ya había tomado bando en la Guerra de la Independencia, yo me transfiguré en uno de mis personajes favoritos “EL EMPECINADO”.

            El “Afrancesado” director con su infidelidad había producido que como Juan Martín Díez “El Empecinado” yo mismo corriera a enrolarme en las filas de este Blog dejando atrás (también como Juan Martín Díez) mi acomodada vida rural para combatir desde sus renglones contra los malvados efectos de su felonía. La diferencia de fuerzas era brutal, de un lado se encontraba uno de los ejércitos más grandes del mundo compuesto por los Coraceros, Dragones y Mamelucos de la renegada progresía políticamente correcta y de acomplejados patriotas. Del otro lado los de siempre, los pobres traicionados que sufren sus intrigas y que veían como su linaje era una vez más pisoteado.
            Las primeras escaramuzas demostraron que era casi imposible batir a la “Grande Armée” en campo abierto, por lo que decidí como “El Empecinado” organizar mi propia partida desde donde socavar constantemente sus líneas. La guerra de guerrillas se definió como la mejor forma de combatir a la infantería usurpadora, pero para que este tipo de táctica militar prospere debe de aglutinar a una gran cantidad de individuos que de forma individual o en pequeños grupos se revelen contra este tipo de actitudes, en pequeñas acciones que debiliten el ánimo de los empeñados en maltratar el sentimiento nacional y marchiten sus ansias. Sé que en los tiempos que corren es difícil abandonar nuestros cómodos posicionamientos para vivir emboscado en la sierra de la rebeldía, pero es necesario que todos de un modo u otro plantemos cara a este tipo de conductas realizadas por individuos miserables y malintencionados que lo único que pretenden es insultar gratuitamente la memoria de todos aquellos que como Juan Martín Díez dejaron su vida en defensa de su pueblo.
            Espero que mi partida, como las que organizaría contra “El Francés” por gran parte de la geografía española el “Empecinado”, produzca los efectos deseados contribuyendo a la expulsión y derrota social de este tipo de “Afrancesados” que intencionadamente cambian de bando esperando el reconocimiento del “Emperador”.
            Como al famoso héroe español, puede que mi atrevida militancia en el bando de los calumniados me granjee reconocimientos entre unos pocos, pero intuyo que como le ocurriría a “El Empecinado” terminaré encarcelado, falsamente juzgado y finalmente ahorcado por mis propios compatriotas.

Yo sigo “Empecinado” en defender mi patria, ¿y usted?....
           
    
       
... "LA CATEDRAL DE LA ABUNDANCIA". UN TERCIO DE RELATOS (XV).

            
        Andaba el matador entre los cochos enfurecidos cuando alzando la cabeza observó las nuestras testeras, quedó inmóvil y supo claramente por nuestra apariencia que la visita inesperada no trataba de mercaderes, que los hombres que allí se encontraban eran los soldados con los que contaba.
            El orondo vivandero apartó entonces a los animales y enseguida dijo – A juzgar por los hierros que portáis y los aires de vuestras figuras no creo que vengáis a despachar a estos cerdos, pues con un sólo sacabuche basta para finarlos, yo mismo lo hago por mucho oficio, un solo tajo certero basta y el “porc” sin ofrecer batalla deja sus carnes como trofeo. – dijo el vivandero. Presto le contesté – Nuestras cometidos como los vuestros son perseguir cerdos herejes, que por estas tierras cada vez son más, pero no basta con un sacabuches para diezmar la piara de los renegados y necesitamos de Vizcaína, Ropera y Pica para arrancarles las carnes, así pues nuestra encomienda y la de vos se parecen. 
– ¡Tanto como vos al Puerco...! – gritó Acuña y todos rieron, todos, menos el Vivandero.

Llegó la noche y en la Catedral de la Abundancia bajo las bóvedas colmadas comimos y bebimos entre las bravuconadas de mis hermanos. Mañana será otro día, pero no de forzado ayuno.


Texto e ilustraciones realizadas por Jorge J. Hervás Gómez-Calcerrada.




martes, 20 de enero de 2015

BLAS DE LEZO, EL HÉROE OLVIDADO.

"CUANDO EL ESPAÑOL CANTA..." UN TERCIO DE RELATOS (XIV).

El cubo de gélida agua que antes entibiaba los hierros bisoños del herrero ahora por acción de las manos de Acuña refrescan la desmemoria de su amo, lo agarra por la testuz y la introduce una y otra vez en el balde mientras le pregunta por la ignorancia de las intrigas que casi nos matan. Una y otra, que casi siete lo sumerge y ahoga, deja empapado al herrador que abre la boca cual trucha desaguada, ¡Escupe! maldito hereje los nombres de los conspirados, o prometo ¡Vive Dios! que lo último que verás será el suelo de este cubo... dijo el vascongado mientras le giraba la mollera hacia su enorme boca.
Aquel hombre no sabía nada, es más, el humilde también había padecido la jactanciosa presencia de aquellos Lansquenetes a los cuales había amamantado a punta de sus enormes armas, ¡pobre herrador! víctima de los amagos de los unos y de los otros yacía sentado bajo la fragua empapado, colorado aún más que las brasas de su fogón.


Pasamos la noche en el almiar y a la mañana marchamos hacia Arville, el Veleta se había trocado de Certera Señal en pieza a la que dar caza si era posible, la conversación durante el camino así lo afirmaba, era ajusticiado por el verbo de mis hermanos en desiguales formas, al Aznalfaracho parco en palabras le bastaba un mandoble diestro tras el cual con la siniestra decía dibujarle una enorme sonrisa de sangre en el cuello. El Calatravo, sus mercedes podrán adivinar la manera en que suprimiría al traidor, mecha y pólvora serían sus pertrechos, carne quemada pedía el paisano y todos asentían. Cano lo despachaba de arcabuz tras correrlo como liebre desprovisto de vestiduras y lo describía graciosamente recreando el lance de esta manera correría el fugitivo con el badajo cimbreante y con las manos tapando proa y popa, mientras yo, con  la serpentina presta le acertaría de manera que el desleal quedara volteado con los atributos despejados listos al expolio de los cuervos.
La  prédica entretenía a todos y relajaba las tensas caras intuyendo la llegada a Arville donde aguardaban las tabernas, las damas y las viandas, también el Vivandero al que debíamos dar protección, pero esa era la encomienda que menos preocupaba a los soldados sedientos de vino, mujeres y puchero, pues tiempo hay para todo. Así cabalgábamos dirigidos por los derroteros que ya pasaban de Trocha y Vereda a Cañada, seguíamos su solar sin necesidad de lazarillo siempre con Estrada casi descabalgado y yo casi a punto de hacerlo por los dolores de mi mano malsana en el pajar, casi no puedo asir las riendas y temo que la espada quede rebajada de mi hábil manejo pues al prenderla mis dedos huyen de la Contrataza y chocan lacerantes contra los Gavilanes, ¡Pardiez!, recelo en tomar el arma y eso produce en mi persona desasosiego, como el Calatravo la tapo con un lienzo blanco que al poco queda encarnado de linfa. Cano de vez en cuando se interesa por la herida, me conoce y por eso demanda respuesta a sus pensamientos, tras la pregunta ambos quedamos engañados por mi respuesta No es más que un rasguño, otro más que desvirtúa y cercena las líneas de la mano pero sin cortar de ésta el surco de la vida.
Comienza entonces a llover y aligeramos el trote para no mojarnos, encorvadas las chepas, calados los yelmos del cielo roto, las capas arrebujadas, se escucha a Cano silbar su tonada, siempre es la misma, ¡que mal canta el infortunado!. 

“Primero es abrazalla y retozalla,
y con besos un rato entretenella.
Primero es provocalla y encendella,
después luchar con ella y derriballa.


Primero es porfiar y arregazalla,
poniendo piernas entre piernas della.
Primero es acabar esto con ella,
después viene el deleite de gozalla. 

No hacer, como acostumbran los casados,
más de llegar y hallarla aparejada,
de puro dulce, creo, da dentera.

Han de ser los contentos deseados;
si no, no dan placer ni valen nada;
que no hay quien lo barato comprar quiera.

(Copla anónima del Siglo XVI) 


Canta Cano y llueve plano, cuanto más canta Cano más llueve sobre los soldados empapados, calados, infantes cabalgados, ¡ALEGRES MOJADOS!. Canta el español y cuando el español canta...



BLAS DE LEZO Y LA BATALLA DE CARTAGENA DE INDIAS.

Por fin uso la bala que tanto tiempo embutía mi recámara. Uno de los personajes que me animaron a realizar el presente blog fue sin duda El Almirante D. Blas de Lezo y Olavarrieta, mi admirado Almirante. Esta figura fue desde el principio el candidato número uno de mis Encamisadas, pero lo guardaba en mi mente como un tesoro que debía conservar y quizás por miedo no me atrevía a acometer en mis primeras incursiones. La grandeza del personaje me exigía experiencia y temeroso pensaba que su pronta inclusión me llevaría a una orfandad irremediable, pero era tanto el disfrute de sus historias que me veía en la obligación de contarlas y más si cabe por lo desconocido del personaje y lo injusto de su destino.
El famoso Cainismo Español una vez más arremetía contra uno de sus mejores hijos llevándolo hasta el más absoluto ostracismo del que gratamente comienza a salir en la actualidad gracias al convencimiento y tesón de unos pocos.
La vida de este gran hombre es una lección de valores impagable para una sociedad como la actual, toda una Master class (como dirían ahora) que por desgracia no se enseña en los colegios, un héroe cojo, tuerto y manco ejemplo de superación personal que escribiría renglones de oro en la historia de España.

Esta es la historia de Medio-hombre...



EL ALMIRANTE “PATAPALO” O “MEDIOHOMBRE”.

Vasco de nacimiento corazón y virtudes se crió junto al mar, junto a la mar que pronto sería testigo de sus hazañas, en la localidad de Pasajes crecería frente a los rizos de las olas que su familia habían peinado desde hacía mucho tiempo, no en vano era hijo de marinos, algunos de ellos de ilustre fama, por eso su destino quedaría atado siempre a esos paisajes marítimos que le llevarían a convertirse con el tiempo en un verdadero animal pelágico.
Pronto, muy pronto abandonaría su pueblo natal para ir a estudiar a Francia donde tras el inicio de la guerra de sucesión y con tan sólo 17 años se enrolaría en la armada Francesa a las órdenes del Conde de Toulouse. El joven Guardiamarina prestaría sus primeros servicios en la escuadra francesa que por aquel entonces era aliada de la española, el Rey Carlos II había muerto sin descendencia y las dinastías de los Borbones y los Austrias pugnaban por el apetitoso trono español.
En 1704 ya embarcado a bordo de la flota franco-española comenzaría su bautizo de fuego, sería durante la batalla de Vélez-Málaga donde se enfrentaría a otra escuadra anglo-holandesa comandada por el Almirante Rooke. Durante la feroz batalla el jovencísimo marino fue envestido por una bala de cañón que le destrozó una de sus piernas quedando gravemente herido, pero Lezo al contrario de lo que se podría pensar no abandonó su puesto y siguió combatiendo. Aquel impúber había asombrado a todos por su valentía y lo volvería a hacer cuando por la gravedad de sus heridas le fue amputada sin anestesia la pierna por debajo de la rodilla, se dice que el muchacho no profirió ningún lamento durante la precaria operación. 
El arrojo mostrado por Lezo llegaría a los oídos de los oficiales que no dudarían en ascenderlo a Alférez de Navío. Tan sólo tenía 17 años, mucho valor y una sola pierna. Pero ésta no sería la única parte de su cuerpo que sería sacrificada en pos de su rey, dos años más tarde también en el trascurso de la misma guerra perdería un ojo. Mientras prestaba servicio en el Sitio de Tolón otra bala de cañón impactaba contra los fornidos muros del fuerte de Santa Catalina haciendo que el globo ocular de su ojo izquierdo estallara a causa de la metralla provocándole la pérdida total de la visión. El destino se cebaba nuevamente con el marino mermando sus facultades físicas pero no lo hacía en absoluto con su moral, pues a pesar de sus dificultades físicas pidió seguir prestando servicio activo.
La Guerra de sucesión había finalizado con la firma de la paz con Gran Bretaña pero en 1714 aún los partidarios de los Austrias resistían en armas en Cataluña, allí nuevamente se encontraba Blas de Lezo participando en el asedio a Barcelona, tras varios combates fue herido por un disparo de mosquete en el antebrazo derecho después de acercarse demasiado a las defensas enemigas, esta vez la descarga le había roto multitud de tendones y su brazo quedó inmóvil de por vida. Pero Lezo continuó sus servicios a la corona y en los años siguientes al mando de una Fragata apresaría a más de 25 navíos británicos entre los que se encontraba el Stanhope, unos de los más importantes por su poder destructivo. Tenía tan sólo 25 años cuando repuesto ya de sus heridas y al mando de la Nuestra Señora de Begoña reconquistaría Mallorca en 1715 integrando una gran flota que no tuvo la necesidad de entrar siquiera en batalla.



Mermaba su físico a la vez que crecía su leyenda, sus historias corrían como la pólvora y su estampa impactaba a todos los que le conocían y aún más a los que no, el valeroso tullido se había convertido en la úlcera de los ingleses y en el ariete de los españoles, unos y otros comenzarían entonces a llamarle “El Almirante Patapalo” o “Mediohombre”.
A pesar de sus limitaciones continuó con su servicio a España, finalizada la Guerra de sucesión sería destinado a los mares del sur donde las acciones de los piratas y corsarios castigaban continuamente los intereses españoles alentados por la intrigante y emergente corona británica que ansiaba hacerse con el control de las rutas comerciales y plazas españolas. En 1720 con la intención de limpiar las costas del Perú de corsarios se arma una escuadra hispano-francesa al mando Bartolomé de Urdizu en la cual se integra Blas de Lezo a bordo del galeón “Lanfranco”, la escuadra estaría formada por cuatro buques de guerra y una fragata, los franceses aportarían dos buques de línea. Las primeras incursiones resultarían muy fructíferas y estarían dirigidas a varias embarcaciones, el “Success” y el “Speed Well” haciendo que el corsario inglés John Clipperton huyera hacia Asia. Por estas y otras hazañas el Rey ascendió a “Mediohombre” en 1734 a Teniente General. 
Pero el destino haría que de nuevo el ya Teniente General volviera a Europa, el Mediterráneo no era un lugar seguro y a su llegada fue ascendido a jefe de la escuadra naval del Mediterráneo participando heroicamente en la expedición española a Orán donde rindió la ciudad que posteriormente fue sitiada por Bay Asan. Lezo regresó nuevamente y rompió el sitio con seis navíos y 5000 hombres iniciando la persecución del pirata Argelino hasta la bahía de Mostagán donde se había refugiado. Despreciando el peligro que suponían el fuego desde los baluartes y los 4000 hombres que lo defendían se internó en el interior incendiando la nave capitana y causando graves destrozos en sus castillos y defensas. Su presencia en el mediterráneo consolidaba la inseguridad de los piratas argelinos.
La fama de Lezo hacía temblar a los piratas que desde la cubierta de sus navíos como si de una pesadilla se tratase intuían su turbadora figura, su presencia resultaba un martillo constante a sus ansias de conquista y su fama haría que el Rey lo destinara en 1737 como Comandante General de Cartagena de Indias, la Perla del Pacífico y la llave del Imperio.



BLAS DE LEZO, LA OREJA DE JENKINS, VERNON Y EL SITIO DE CARTAGENA DE INDIAS.

En el siglo XVIII el comercio con las Américas era frenético, su control suponía en la práctica el dominio del mundo y el centro de ese comercio donde se concentraban las riquezas de las colonias españolas se encontraba en la Ciudad de Cartagena de Indias, una ciudad bellísima y fuertemente fortificada que se mostraba muy apetecible a los intereses de los enemigos de España, quien controlara esa ciudad con toda seguridad controlaría el continente. Ni que decir tiene que para los ingleses esa ciudad resultaba un objetivo imprescindible para hacerse con el control de las colonias del sur y se erigía en uno de sus mayores anhelos, sólo necesitaba un pretexto para poder intentar hacerse con ella. En 1731 se produjo un hecho que sería posteriormente utilizado por los ingleses para declarar la guerra a España, éste hecho sería el apresamiento de un buque comandado por el pirata Robert Jenkins por parte de un guardacostas español junto a las costas de Florida. El Capitán del guardacostas español Juan León Fandiño después de decomisarle todo el cargamento le amputó una oreja, y con ella en la mano le dijo mientras le dejaba marchar: 

“Ve y dile a tu Rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve”.

El acontecimiento sería utilizado en 1738 para declarar la guerra a España, se organizó toda una estudiada campaña de desprestigio orquestada por la oposición al primer ministro Walpole que derivaba de la comparecencia de Jenkins ante la cámara de los comunes donde con la oreja en la mano denunció el caso, su relato sería tomado por la opinión pública como una verdadera afrenta Nacional.


Es entonces cuando Inglaterra se dispone a preparar la mayor flota que jamás se había visto hasta el desembarco de Normandía en la II Guerra Mundial, un total de 195 navíos armados por 3000 cañones, 25.000 hombres apoyados por 4.000 milicianos de los Estados Unidos y 2.000 Macheteros Jamaicanos. Inglaterra mandaba a lo mejor de su flota y lo mejor de sus hombres con la determinación de hacerse con la llave del Impero Español, Cartagena de Indias. El encargado de mandar la flota sería el Almirante Edward Vernon, un viejo conocido de Blas de Lezo con el que ya antes había mantenido alguna que otra escaramuza dialéctica, como ocurrió en 1.739 cuando el primero tomó la desprotegida plaza de Portobelo.Tras recibir una misiva de Vernon en la que le informaba ufano del trato dado a los prisioneros, Lezo le contestó de esta manera: 

“Puedo asegurarle a Vuestra Excelencia, que si yo me hubiera hallado en Portobelo, se lo habría impedido, y si las cosas hubieran ido a mi satisfacción, habría ido también a buscarlo a cualquier otra parte, persuadiéndome de que el ánimo que faltó a los de Portobelo, me hubiera sobrado para contener vuestra cobardía”.


La ciudad de Cartagena de Indias a pesar de contar con unas buenas defensas en lo que se refiere a castillos y fortines era defendida con apenas unos 3000 hombres del ejército regular español a los que apoyaban unos 600 arqueros indios. En cuanto a la artillería, Lezo contaba con  unas 1.000 piezas a las que sumó los cañones desmontados de alguno de los 6 navíos con los que contaba únicamente para su defensa. A su favor jugaba la orografía del terreno y el enorme talento que atesoraba el cual en la práctica resultaría fundamental en el desenlace de los acontecimientos.
La bahía de Cartagena contaba con dos únicos accesos denominados “Bocachica” y “Bocagrande” en referencia clara a sus dimensiones, ambos eran defendidos por dos y cuatro fuertes respectivamente, "Mediohombre" ordenó que se situaran varios buques en los accesos de manera que impidieran el paso a las naves enemigas, ordenando también que en el caso de gran hostigamiento fueran hundidas para no ser apresadas y así sus restos impedirían el paso de los navíos ingleses a la bahía.
El 13 de Marzo de 1741 desde las defensas españolas pudo verse la silueta de lo que sería la mayor flota hasta entonces conocida, comenzaba la Batalla por hacerse con el Imperio Español. Las defensas del Vasco se encontraban preparadas en los diferentes fortines y castillos así como en los pocos barcos con los que contaba, entonces la armada inglesa ante la imposibilidad de entrar en la bahía comenzó a disparar sus 3.000 cañones contra los baluartes españoles, el ataque de la artillería era despiadado de manera que los cañoneros ingleses estuvieron castigando la fortaleza de San Luis de Bocachica durante dieciséis días seguidos, mañana, tarde y noche. Se decía que el promedio de disparos hacia las posiciones de los españoles era de 62 proyectiles por cada hora. Como vemos el inicio del sitio de Cartagena resultaba brutal, el acoso inglés permitió que algunos de sus soldados tomaran tierra haciendo que los españoles tuvieran serias dificultades para aguantar sus posiciones hasta verse obligados abandonar el fuerte de San José y el de Santa Cruz en los días posteriores. Ante la más que notable inferioridad española, Lezo utilizaría varias tretas contra sus poderosos enemigos, ordenaría que se unieran bolas de proyectil con cadenas de manera que al ser lanzadas causaran graves daños en los mástiles de los navíos que quedaban desarbolados y con grandes dificultades para maniobrar, el genio del marino vasco compensaba las más que notables carencias defensivas. Así tras el terrible asalto decidió hundir los pocos navíos con los que contaba en un intento de frenar el acceso hasta la bahía, de esta manera ordenó incendiar los navíos situados en la entrada de “Bocachica” cuyos restos frenaron considerablemente el avance inglés. No lo harían las naves incendiadas en la entrada de “Bocagrande”, dos barcos “El Dragón” y “El Conquistador” no arderían a tiempo y el casco de uno de ellos sería remolcado propiciando la entrada de las tropas inglesas. Se habían perdido las posiciones más avanzadas pero resistían aún los fuertes de Manzanillo y San Sebastián que servían como vanguardia del verdadero último baluarte, el Castillo de San Felipe desde donde el Almirante Blas de Lezo dirigía la defensa.


El Almirante Vernon entonces entra en la bahía a bordo de su nave Almirante con las banderas desplegadas, el marino inglés se sentía vencedor o al menos eso creía después de tomar las primeras posiciones defensivas, su ánimo se encontraba exultante, la “Perla del Caribe" se encontraba casi en sus manos y propicia para serle entregada a su Rey, así decidió enviar a Inglaterra una corbeta con un mensaje que anunciaba su gran victoria sobre los españoles. La noticia nada más llegar a su destino creó tal clima de júbilo entre la población que se organizaron grandes festejos ordenándose por las autoridades acuñar unas monedas conmemorativas que recordaran la gran victoria, en ellas se podía ver la siguiente leyenda: “El orgullo Español humillado por Vernon”, además de un grabado central donde se podía ver la figura arrodillada del Almirante Blas de Lezo frente al Inglés.
La ciudad se encontraba prácticamente en manos de Vernon, pero aún quedaba la última y más complicada resistencia, el Castillo de San Felipe, un verdadero fortín que a buen seguro daría muchas dificultades a pesar de los pocos defensores que lo ocupaban, apenas unos seiscientos soldados españoles esperaban el masivo ataque inglés, soldados que compensaban su mermado número con el ánimo y la determinación que su comandante les infundía, las ordenes eran resistir a toda costa y defender la ciudad hasta morir todos si era necesario.
El mando inglés consciente de las dificultades que suponía un ataque frontal a la fortaleza consideró que debería hacerse a las espaldas del enemigo para lo cual las numerosísimas tropas de Vernon se vieron obligadas a atravesar gran parte de la selva. Muchos de los soldados enfermaron y murieron, pero el ataque se llevaría acabo. Así comenzaría el asedio dirigido a uno de los accesos del castillo donde los españoles se defendían con uñas y dientes, los sitiados aguantaban los incesantes bombardeos y disparaban fuertes descargas de fusil que diezmaron a las nutridas tropas asaltantes, en este primer intento morirían a manos de los soldados de Lezo más 1.500 soldados ingleses. Después de esto Vernon ya no estaba tan seguro de su victoria y comenzó a obsesionarse con Blas de Lezo, no en vano ya se había encargado de vender un éxito que parecía por momentos alejarse de sus manos, debía hacerse con la ciudad sin más demora, todo le era propicio y aquellos diezmados soldados españoles no deberían alejarle de su conquista. Decidió entonces realizar un gran asalto al Castillo de San Felipe, el 19 de Abril comenzaría la gran batalla por la toma de Cartagena de Indias. Se organizaron tres grandes grupos entre las tropas inglesas, en la vanguardia irían los temidos Macheteros Jamaicanos, las órdenes eran tomar los muros utilizando grandes escalas para salvarlos y ahí es donde nuevamente el ingenio del Almirante Blas de Lezo sería concluyente, pues días antes y para evitar el asalto había ordenado cavar un foso bajo los muros y así aumentar su altura. Los soldados ingleses al llegar bajo las paredes veían como sus escalas se quedaban pequeñas y nada podían hacer mientras eran masacrados por el fuego de los españoles. También el ingenioso defensor ordenaría que se cavara una trinchera en zig-zag lo que dificultaba que la artillería y los cañones se acercaran demasiado y los daños fueran menores. 
El golpe psicológico dado por Lezo a la moral de los soldados ingleses fue brutal, de tal manera que al día siguiente en una decisión casi suicida los exiguos soldados españoles salieron de San Felipe con los mosquetes calados de bayoneta, al frente el Almirante Lezo corría con su arma en la única mano útil que tenía. Tras una cruenta batalla cuerpo a cuerpo los pocos soldados ingleses que quedaron con vida huyeron pavorosos para refugiándose en sus barcos. Como ven, apenas seiscientos soldados comandados por un marino manco, tuerto y cojo habían pasado a cuchillo y plomo el orgullo de Vernon, y cómo no, el de toda Inglaterra.
Los bombardeos continuarían al menos durante un mes más, pero sólo sería la traca final que despediría a Sir Edward Vernon, dicen que cuando se marchaba de la bahía y desde la cubierta de su barco gritó “God damn you, Lezo”, (“Que Dios te maldiga, Lezo”), en su marcha se vió obligado a hundir varios navíos por la imposibilidad de gobernarlos dado que no tenía suficiente tripulación para manejarlos y no quería que éstos pasaran a manos de los españoles, se despediría con una carta dirigida a Blas de Lezo en la cual decía:



 «Hemos decidido retirarnos para volver pronto a esta plaza después de reforzarnos en Jamaica». 

Lezo le contestó: 


«Para venir a Cartagena es necesario que el rey de Inglaterra construya otra escuadra mayor, porque ésta sólo ha quedado para conducir carbón de Irlanda a Londres, lo cual les hubiera sido mejor que emprender una conquista que no pueden conseguir».
Tal fue la importancia de la derrota en Cartagena de Indias que el Rey Jorge II prohibió que se escribiera sobre ella bajo pena. Vernon sería destituido de sus cargos y expulsado de la marina, pero a su muerte fue enterrado en un panteón de la Abadía de Westminster con todos los honores junto con otros héroes. Por el contrario Blas de Lezo moriría cinco meses más tarde a causa de las heridas y enfermo, nadie a día de hoy sabe donde fue enterrado.
Un héroe injustamente olvidado ejemplo de superación, valentía y tesón, una gesta cuya importancia propició que hoy todavía se hable español en la mayoría del continente Americano. En los colegios Británicos a los chavales de primaria se  les enseña la historia de Nelson, aquí pocos podrían siquiera decir quién fue el Almirante “Patapalo” o “Medihombre”. Por fin y gracias al tesón de unos pocos entre los cuales yo me encuentro se inauguró el pasado 15 de Noviembre de 2.014 en los Jardines del Descubrimiento de Madrid una estatua a la figura del Insigne marino Vasco y Español D. Blas de Lezo y Olabarrieta, Pasajes (Guipúzcoa) 3 de Febrero de 1.689 - Cartagena de Indias 1.741 - (Madrid 15 de Noviembre de 2.014).

Estandarte de Blas de Lezo.


S.M. el Rey Juan Carlos I en el momento de inaugurar la estatua de Blas de Lezo en Madrid.

















..."CUANDO EL ESPAÑOL CANTA..." UN TERCIO DE RELATOS (XIV).

Aparece Arville entre las copas arbóreas y la incesante lluvia, casas de piedra de musgo vestidas, de madera y chimeneas, el humo de las piras y la bruma que nace de la lluvia lo oculta y lo trae. De la alegre tonada ya solo queda la melodía que se escapa de los labios y los garañones barruntan la presencia próxima de vida, y donde mora la vida espera la muerte.
Tiempo hace que no tocamos urbanidad y el comportamiento mal educado por la costumbre de no hacerlo me preocupa, las penurias de la milicia amamantan al balandrón y ahuyentan al hidalgo caballero que distingue al genio español por eso a Dios pido que nuestra sucinta estancia en esta villa obre en pos del caballero y en contra del opositor, pues más placentera será la estancia si en compañía del primero nos encontramos que al segundo seguro ya lo hallaremos. No dudo de la prestancia de mis hermanos pero las ansias que muestran sus caras me hacen prevenir de sus comportamientos y en esta villa nuestro paso tiene que ser inicio de Encamisada y no final del que ya saben que siempre corremos del ímpetu furioso y el tremendo ruido, así se lo hago saber bajo una arboleda próxima. Todos quietos, hasta los caballos comprenden mi contraria arenga,  y para que la entiendan les canto la estrofa de la coplilla que tanto gusta a Cano: 

“Primero es abrazalla y retozalla,
y con besos un rato entretenella.
Primero es provocalla y encendella,
después luchar con ella y derriballa.

Cuando el español canta...


Texto e ilustraciones realizadas por Jorge J. Hervás Gómez-Calcerrada.





LOS 300 DE PELAYO.

ESCORIA EN LA FRAGUA. "UN TERCIO DE RELATOS" (XII).

    Secos de ropa y figura, callado el verbo, al alba partimos en la dirección donde muere el sol, donde mueren las sombras y nace el horizonte inmortal de los ojos del viajero. El recién nacido, de principio moreno va cambiando su tez en albino, y las estrellas huyen alzadas en la niebla que brota de las copas arbóreas, siempre lo mismo, nace y alumbra, que lo mismo es, pues naciendo se alumbra, brota y después va muriendo, con él las nuestras sombras también fallecen.
    Cruzamos la mirada ya con labriegos y pastores, lanzan sus ojos contra la misteriosa reata de no menos raros miembros, alguna vez Acuña baja su sombrero en reverencia, la intuición de la pronta asistencia femenina espiga la noble prestancia del caballero español que en circunstancias del cortejo esgrime por igual espada que devoción, ello a pesar que alguna de las doncellas y no pocas, más que flor parecen hueso, tornando de una a otro según las ansias amorosas del que mira, y ¡vive Dios que éstos mucho avizoran! y doy fe que las flores de los camposantos de sus mentes ocultan las lápidas donde reposan los huesos verdaderos.
    Vemos los primeros tejados y me apresuro al dar alcance al Giraldillo que sigue callado cumpliendo el voto de silencio impuesto por mis hermanos. Todos miran al Veleta pero éste no mienta, mudo y callado solo levanta el palo que lo asiste empalmando brazo y báculo haciendo suya la figura que toma por apodo.
    Enseguida Cano remonta el rosario de estampas y pregunta al Veleta —¿son acaso esas pobres techumbres nuestro destino?, la postura de mi hermano resulta la de galgo mal comido que no corre por no hallar liebre. 
    El andrajoso veleta corto de palabras dice —No, no se trata de Arville, solo es una pobre aldea de no menos pobres labriegos, pero encontraremos viandas y vino para acompañarlas. La liebre de Cano en ese momento quedó desencamada y nosotros en rehala convertidos, pero las orejonas de estas tierras todas corren quebradas y cuando parece que la mordida es certera tuerce su destino dejando el hambre del lebrel nuevamente engañado, así pues yo y el Calatravo nos adelantamos quedando los demás a las afueras prevenidos. Es costumbre que Lansquenetes y otros busquen cobijo y posada en pequeñas aldeas como estas mientras demandan manduca y esperan oficio, y pocos de las dos hay y muchos postulantes que en soldados del hambre convertidos sirven fervorosamente al maestre de la necesidad y no dudan en tomar como enemigo a aquellos que como nosotros pretenden lo mismo, así es mejor ver la necesidad que de esta villa hacen otros que torcer el último fin de nuestra encomienda.
    Llevo al Calatravo, pues viudo de sus torcidas resulta menos aventurado y la palabra carece de mecha y si por el destino ésta prende, mejor llevar al Calatravo que al Infante Enrique que no hace sino avivar más el fuego con el aire de su espada que es la que habla y no su boca, y si Cano me acompaña, tras la plática del vino la insinuación se convierte en afrenta. Del Vascongado Acuña no he de acordarme y a Rafael de Estrada lo dejo para que cuide del Veleta.


    El trote lento aparta las gallinas del suelo, algún niño de ojos legañosos nos recibe y saluda, no así las doncellas que los cuidan que con una vara en la mano los ahuyenta de nuestro camino. Humildes cuatro casas, huertos y hambre en las pocas caras que vemos y una herrería, yunque deformado, escoria en la fragua y cubo de agua, entonces el compás férreo de los golpes del herrador desafina hasta parar la cadencia del fierro y los caballos.

    Desmontado, descubierto de guantelete y sombrero saludo al enjuto tañedor —Buenos días nos dé el señor. El herrero cual ingenioso balancín saluda bajando el martillo y subiendo la cabeza mientras dice —Esas pezuñas no necesitan herrador, entonces intuyo que estando servido el garañón el que busca posada es su señor. —Pregunta temeroso el humilde forjador.
 —Así es, no le falta razón pues peor comido es el caballero que su montura y en la misma tesitura prefiero que el jumento coma y alivie, pues su conveniencia mi destino asegura.
—Pues pasar ambos al pajar y saciar entonces a los caballos. —dijo el herrero mientras tomaba agua como si la garganta se le secase.
    Con el pie ya en tierra, luego es cosa de infantes andar y no trotar, llevamos las monturas hacia el almiar donde la paja es abundante, y los arreos, y la leña seca, y también abundante es el tizón, y en viendo tal abundancia el Calatravo con cierta resignación dice —Creo que más han de rumiar nuestros jumentos que nosotros, que solo rumiamos las desventuras que nos acechan. —Y yo le contesto: —Calatravo, en estas necesidades poco se distingue al hombre de la bestia, las mismas moscas nos fatigan mientras el mismo refugio nos aposenta, ellos rumian la paja que comen, nosotros la poca comida que nos dejan. —El Calatravo ríe y reza.
    Lo menos abundante la luz, poca, casi ninguna, moscas, polvo y tierra seca. La sombra apaga la plática, me refiero a la nuestra, la de los caballos comienza. Sopla y sopla el monturado, recula su paso, para, y luego empieza, vibran los hierros colgados, viejos, secos y abandonados, siguen soplando los melenados, a cada paso le miro, me mira El Calatravo. De las argollas anudadas las riendas una a cada lado, ruido de arreos, de cascos y de pasos, el ruido en silencio, la luz en ocaso.





    ¡Sonido fantasmal!, del heno emboscado dos figuras crecen desde el infierno envueltas en paja y repletas de negro, salen de sus tumbas de hojarasca empuñando dos "Destripagatos" que lanzan a nuestro degüello, —¡La daga no hallo!, —esquivo el tajo, —¡pardiéz!, ¡la daga no hallo!, caigo, ruedo, y del sayo esta vez la daga veo de soslayo. Julián entre las patas de su caballo por el cuello prende a su atacante y con un herraje lo golpea, más bien da cozes y no pelea, hasta que una cuchillada certera con el filo por la boca al cobarde emboscando la muerte provoca, brota de su boca sangre y lamentos, finalmente muere con la mano del moquero dentro. 
    Otro nace del mismo modo, surge de la paja, se arma contra mí, y ya son dos, mi espada a la diestra, en la siniestra la daga, mis brazos crucificados esperan a uno, grito y lamento, las caras oscuras, los ojos tremendos.
    Tiran contra mí sus armas, esquivo y atravieso, a uno en el costado a otro en el pecho, caigo al suelo herido de una mano, sale mal parado y grita de dolor de paja encamado, mientras el que sano se encontraba cogido por el pecho desde la zaga es atravesado nuevamente por el Calatravo, que lleva en su mano una encarnada daga que clava como clavo. Ruido, gritos y estruendo, todo acabado...





Después de una pequeña parada para tomar el oxígeno del estío y cambiar el decorado áspero y seco de mi tramoya por uno verde y húmedo, llego a esta Encamisada con la herida abierta y sangrante de lo vivido que no dejo cicatrizar a pesar de su gravedad y de la violencia con la que me fue infligida. No la atiendo ni curo, pues encontrándose abierta el recuerdo es más permanente y dejo que el tiempo pase lento hasta que se convierta en otra cicatriz más de la que enorgullecerme. Y es que el disfrute de las cosas, como todo en la vida, deja cicatriz, la cicatriz del recuerdo, en definitiva la huella perpetua de la historia.
Y de eso y otras cosas se trataba, del disfrute de seguir las huellas de la historia que esta vez me llevaban hacia el Norte, hacia las montañas, hacia los oscuros y verdes bosques Asturianos donde aún permanecen emboscados e irreductibles los 300 hombres de Pelayo.
Pelayo, el hijo de Fávila y nieto del Rey Visigodo Chindasvinto esperaba la llegada de las huestes arábigas en el interior de aquella cueva oscura y húmeda, sus ojos brillantes hacían de centinela en aquel angosto valle hasta donde el destino le había llevado.


La Tierra de sus antepasados había sido usurpada por los musulmanes que llegaron años antes desde el norte de África alentados y conspirados por la viuda e hijos del anterior monarca Witiza con la intención de derrocar al nuevo monarca D. Rodrigo, primo de Pelayo. Las ansias por hacerse con el trono de la península llevarían a la viuda e hijos del fallecido rey a pedir el apoyo de los ejércitos musulmanes para tratar de conseguir el trono que ellos reclamaban como suyo. De esta manera las luchas internas por el control de la península serían tomadas por los musulmanes como una oportunidad muy propicia de invadir la ansiada Hispania, poco tardarían en atravesar el corto estrecho que les separaba. En el año 711 un nutrido grupo de soldados cruzaba el mar y llegaba hasta las costas ibéricas, Tariq sería el general encargado de comandar la expedición de 11000 soldados bereberes, la élite del ejército árabe. 
D. Rodrigo, informado de lo que acababa de suceder parte con un ejército de unos 40.000 hombres hasta Cádiz en un intento de sofocar la invasión, Pelayo iría en esa expedición.


El enfrentamiento se produciría junto al río Guadalete, y el ejército godo a pesar de ser más numeroso tendría muchas dificultades para hacerse con la victoria ya que la mayoría de sus hombres eran esclavos obligados a combatir, mientras que las huestes árabes estaban formadas por soldados profesionales muy bien entrenados. Aunque inicialmente la batalla se decantaría hacia el bando cristiano, un suceso inesperado haría que la balanza cayera en su contra, la traición de dos oficiales que manejaban los flancos de  D. Rodrigo le conduciría incomprensiblemente a la derrota, de pronto éstos huían y se integraban en el bando musulmán dejando al ejército cristiano en sus manos.  Tras la batalla nada más se supo del Rey D. Rodrigo, según afirman algunos historiadores podría haber muerto tiempo después de las heridas recibidas en el choque, historiadores musulmanes por el contrario afirman que habría muerto tras ser atravesado por la lanza de Tariq, lo cierto es que no se sabe con certeza el destino del monarca visigodo.


        En Guadalete los musulmanes hallaron la llave que les llevaría en menos de diez años a controlar la península ibérica, donde no encontrarían apenas resistencia. Los nobles cristianos se vieron entonces obligados a marchar hacia el norte asentándose en las zonas Pirenaicas y Cantábricas donde comenzarían a organizar núcleos de resistencia que con el tiempo y ayudados por la orografía del terreno darían sus frutos.  Los musulmanes incapaces de controlar algunos de ellos prefirieron someterles a la imposición de fuertes impuestos, conformándose con organizar fortificaciones a su alrededor que evitaran su expansión hasta otras zonas.
D. Pelayo tras el desastre de Guadalete marcharía como muchos hasta el norte, cansado del vasallaje al que eran sometidos los cristianos por parte del Gobernador musulmán de Gijón Munuza, en el año 718 en comunión con otros nobles Astures decide negarse a pagar los tributos y recuperar la legitimidad sobre la tierra que les había sido usurpada, de esta manera se inicia la sublevación contra el poder musulmán que en un principio los denominan “Asnos salvajes”, y “Gente Bárbara”.
Ante los acontecimientos que se estaban produciendo en el norte y con la certeza de  que sólo sería cuestión de tiempo poder sofocar el brote de insurrección, desde Córdoba se organiza un poderoso ejército al mando de Alqma destinado a aplastar la resistencia cristiana, que de prosperar supondría una amenaza ya que su efecto podía extenderse por otras zonas bajo su control. Mientras tanto Pelayo apoyado por otros nobles comienza a controlar las montañas cercanas a Cangas de Onís donde establecería su cuartel general.
Pronto la amenaza se convertiría en realidad, el ejército mandado contra ellos se acercaba a las estribaciones de los Picos de Europa, 20.000 hombres bien entrenados formaban un ejército compuesto por arqueros, jinetes y honderos, un gran ejército que en comparación con los apenas 300 hombres con los que contaba Pelayo resultaba grotesco.


 El caudillo asturiano había elegido un estrecho valle como el lugar donde esperaría a sus atacantes, concretamente elegiría una cueva en el monte Auseva desde donde dirigiría sus defensas, estaba convencido de que aquel lugar sería el más idóneo y no le faltaba razón, la zona suponía una verdadera ratonera, un valle angosto de grandes desfiladeros esperaban a los hombres Alqma. Pelayo persuadido de su legitimidad inicia así su cruzada contra el invasor convencido también de que su lucha tiene un respaldo divino protector, y en su firme convencimiento nuestro héroe es testigo de una visón en el cielo, se trata de una Cruz Bermeja que resulta ser el pendón perdido por los cristianos en Guadalete, la aparición afianza aún más su determinación en la Victoria y su empresa se convierte en una lucha por la fe. Éste suceso divino no sería el único que animaría a Pelayo a continuar con su gesta, la aparición de la Virgen en la cueva le anunciaba la ansiada victoria en la batalla y del mismo modo un ermitaño también testigo del advenimiento mariano le hace entrega de una cruz confeccionada con dos ramas de roble, se trata de la Cruz de la Victoria. 
Pelayo ya no tiene dudas sobre su papel en la resolución de los acontecimientos y se apresura a resistir en la Cueva Dominica a pesar de los intentos para que desista, en uno de estos intentos es enviado un antiguo Obispo Visigodo, se trataba del traidor Oppas, es llevado por los musulmanes para convencer al irreductible Pelayo de que sus pretensiones son inútiles e intentan convencerlo de que si desiste le serán entregadas grandes posesiones, pero nada consiguió pues las pretensiones del godo nada tenían que ver con las riquezas y el poder, y sí como he dicho con la fe. Este fue su parlamento según las crónicas cristianas de Alfonso III:

“Juzgo, hermano e hijo, que no se te oculta cómo hace poco se hallaba toda España unida bajo el gobierno de los godos y brillaba más que los otros países por su doctrina y ciencia, y que, sin embargo, reunido todo el ejército de los godos, no pudo sostener el ímpetu de los ismaelitas. ¿Podrás tú defenderte en la cima de este monte? Me parece difícil. Escucha mi consejo: vuelve a tu acuerdo, gozarás de muchos bienes y disfrutarás de la amistad de los caldeos», y Pelayo contestó:

 “¿No leíste en las Sagradas Escrituras que la iglesia del Señor llegará a ser como el grano de la mostaza y de nuevo crecerá por la misericordia de Dios?”

El Traidor Oppas no pudo más que retirarse y la resistencia comenzaba.

El 28 de Mayo del año 722 la resistencia goda se encontraba apostada en los desfiladeros y ocultos entre la masa verde del bosque, expertos arqueros y  avezados lanzadores de piedras se repartían por las entradas naturales a Covadonga, su conocimiento del terreno les daba cierta ventaja ante la desproporción de fuerzas con el bando musulmán. Comienzan los ataques invasores que se suceden uno tras otro,  los defensores descargan sus flechas y golpean a los árabes con las piedras que lanzan desde las laderas con sus hondas, golpean, y se marchan, desaparecen y aparecen como verdaderos fantasmas aumentando el desconcierto enemigo, esos “Asnos Salvajes” les estaban haciendo retroceder. En su avance, los musulmanes son hostigados una y otra vez por los 300 de Pelayo, son un blanco fácil, comienzan entonces a multiplicarse las bajas caldeas que cada vez son más, éstos ven como sus flechas rebotan contra las piedras de la cueva y caen sobre ellos, las crónicas dirían: 

“Al punto se mostraron las magnificencias del Señor: las piedras que salían de los fundíbulos y llegaban a la casa de la Virgen Santa María, que estaba dentro de la cueva, se volvían contra los que las disparaban y mataban a los caldeos. (…).” 

La situación para los hombres de Alqma se torna en desesperada y comienzan la retirada, no pueden entender lo que estaba ocurriendo, mientras huyen por el estrecho valle son nuevamente atacados, Pelayo ordena a los suyos una acometida brutal y desesperada, los soldados cristianos convencidos de la victoria golpean violentamente contra las huestes de Alqma que muere en la refriega, también el traidor Oppas caería prisionero y el desconcierto entre los soldados árabes propiciaría su encolerizada huída.


Los 300 de Pelayo habían vencido. Si bien Covadonga no resultó una gran batalla sí sería el inicio del movimiento que llevaría a la consecución de la Reconquista, pues el impacto que tuvo sobre la moral de Cristiana sería determinante. Las crónicas árabes confirman que algo importante ocurrió en esas fechas en Covadonga, pues se dice que desde la Galia se tuvieron que desviar grandes contingentes de soldados hasta la zona norte de Hispania haciendo que el avance en la zona Francesa quedara ralentizado, y por ende en toda Europa. La reconquista había empezado.





En Covadonga, rodeado de niebla y verdes montañas, de pie bajo el basamento de su estatua, Pelayo me saluda con el brazo en alto. 
¡Que gozada!.












Tumba de D. Pelayo en la Cueva Dominica.


FRAGUA Y ESCORIA. "UN TERCIO DE RELATOS" (XIII).

    Llegan entonces Acuña, Enrique, Estrada y Cano con las manos armadas y el espíritu excitado, entran a patadas, se asustan los caballos y gritan —¡Santiago!, ¡Santiago!, ¡Santiago!. Mientras, el Vascongado apuntilla nuevamente al malogrado que no se mueve hasta ser atravesado, gime y cercena el último hilo de vida al infame despachado. Enrique furioso por no encontrar con quien blandir pincha el heno con su espada y a cada pincho escucha esperando el gemido de otro apostado. Pincha, clava y calla, y nada halla —¡Malditos desgraciados, salid si todavía alguno se encuentra de paja arropado¡, —¡Salid malditas ratas de establo!, el sevillano maldice espada en mano lo que no pudo hacer mientras pincha , hinca y remacha la espada como clavo.
    Cano buscando entre los aperos del pajar encuentra una boina de emplumada cresta y colores vivos, la coge con la punta de un horquillo y la eleva hacia la mirada de todos —No hay duda señor, no conozco a varón que pueda llevar tan ostentosa prenda sino que los Lansquenetes, que calan casquetes y empuñan grandes dagas, sin duda también nos esperaban. —dijo Cano
    La certeza de la emboscada asalta a los asaltados, los enmascarados de tizón sin duda los esperaban urdidos y avisados de un traidor conocedor del entramado. Lansquenetes anunciados, escondidos y embozados cortar pretendían la vida de los soldados, dirigidos al matadero, llevados al establo. ¡Dirigidos! ¡Llevados! como el aire al Catavientos, ¡Dirigidos!, ¡Llevados!, como el aire a la banderola,  —¡Ahora lo entiendo!, —dijo El Calatravo, —¡Lo entiendo ahora!. —¡La Veleta nos ha traído, la Veleta nos ha llevado¡ —¡El Veleta nos ha traicionado!.

Nadie había fuera del establo.


Por JORGE J. HERVÁS GÓMEZ-CALCERRADA.