EL PERRO QUE
NO PODÍA LLAMARSE. UN TERCIO DE RELATOS (XVIII).
La parsimonia
de este viaje obliga a descabalgarnos y volver al que siempre fue nuestro
natural estado. Atamos las riendas a los palos del carro y descuidadas nuestras
posaderas de las monturas, vagamos complacidos agrupándonos en dúos, así como
lo hacen los alguaciles en las plazas, y como éstos, que aún pareciendo
descuidados en su postura permanecemos como ellos prevenidos de todo lo que
ocurra fuera de la normalidad de la trocha. El barro en ocasiones nos ancla al
terreno y tenemos que azuzar al jumento que tira del carro, y Acuña que gusta
como los peregrinos de acompañarse de báculo con éste le da a modo de estocada
avivadora.
Las jornadas
se acumulan como el barro a nuestros borceguíes y pesan igualmente las unas
como el otro, pero preferimos andar descabalgados que no vagar al paso y de la
postura parecer jinete de los que pintan en la corte, que aparecen inmóviles al
modo y gusto de las damas que los ven.
Al olor de la
copiosa mercancía aparecen desde lo desconocido animales que jamás viéramos en
otras circunstancias y que el hambre azuza hasta nuestra presencia, huelen y
salen corriendo hacia la espesura no sin antes haber sido conminados por la
espada del Aznalfaracho, que atina en alguna ocasión en su mandoble y estoquea
algún conejo que gruñe, y cuando la vida se torna prófuga de sus patas, las ciñe a su cintura. Hasta tres
lleva esta mañana el hábil espadachín que acostumbrado a esgrimir a temerarios
oponentes, se entretiene con estos orejados. Con las pieles solladas del
animal, teje pellicas con las que cubrir el lomo del caballo o del caballero,
según soliciten las circunstancias.
El vivandero,
que a los ojos parece parte del conjunto no mienta ni dice, pero sus carnes se
agitan a cada hondonada y las olas de grasa llegan bravas hasta sus
extremidades, convertidas en tormentas cuando el terreno se encrespa de rocas,
haciendo cimbrear el carro que parece por momentos naufragar en las lindes. El
meneo propicia la estampida de mis hermanos que temen no sin razón morir bajo
el acopio, y esa no es muerte digna para un soldado, ni correr del peligro y los ánimos comienzan a encresparse tanto
como el terreno.
Seguía con la
caza el Aznalfaracho entretenido con todo animal que aparecía a lo que
alcanzaba con su Toledana, la movía a modo de péndulo a ambos lados de sus
extremidades buscando entre las hierbas mientras andaba, pero desde hacía
tiempo no oteaba ninguna, tornando su ánimo en desesperanza. Ya sabemos que el
Sevillano cuando no acierta a matar cambia su habitual prestancia por el mal
humor y sus labios entonces susurran letanías incomprensibles que suenan más a
cada vez que mueve el acero.
–¡Otro acechador
escruta más que yo! –gritaba mientras le cortaba la gola a una hierba brava, y
otra vez decía –ha tiempo que no vemos otro animal. En la vieja Castilla dicen
que si no aciertas a ver alimañas, es porque otro las han visto antes… –y
seguía susurrando cosas inteligibles…
Y
era cierto, el silencio se prolongó hasta que el furioso ladrido de un perro
asustó a las caballerías.
–¡Ahí está el
acechador del que os hablaba! –dijo el Aznafaracho mientras hacía postura de
reverencia.
Acuña,
haciéndose a los lomos del garañón salió a buscar al autor del sobrio aullido y
al trote, tanto el macho, como él, desaparecieron bajo la espesura. El aullo animábase cada vez más y hasta parecía
acercarse, pero otro grito que no pudo ser más que de el Diablo lo cesaba.
Todos quedamos
petrificados, sólo los caballos resoplaban y movían sus cabezas del cielo a la
tierra y pataleaban, ¿qué era lo que pasaba?. Pasó un instante que pareció un
lustro, luego otro, y en llegando a la década se vio salir el trotón sin
cabalgador con la brida hecha barboquejo y de baba poblado el hocico.
–¡A tierra! –grité
temiendo ser victima de otra emboscada. Nuevamente corrimos a escuadronarnos
contra lo desconocido que se había tragado a Acuña, hasta que de la boscosidad
apareció el huido acompañado del soldado afásico que se presumía vendría a
buscarnos para hacernos de guía.
El terrible
mudo iba acompañado del un Alano Español, era aquel un perro que iba siempre
añadido a las escuadras y su fama de cuadrúpedo feroz turbaba las mentes de sus
enemigos. Aquel “Cancerbero del Infierno” tenía una enorme cabeza y de sus
terribles mandíbulas asomaban fieros incisivos devoradores de infieles. Aún
mondo de cabellera parecía más león que perro, y su gollete llevaba en derredor
un collerón de grueso cuero cerrado por una fíbula del mismo tamaño.
El fiero
animal habíase criado entre la soldadesca que lo daba de comer lo que ellos no
rumiaban y de tanto echarlo hacia los discrepantes se había acostumbrado a
odiarlos y correrlos. Aquel demonio era agregado habitual de encamisadas donde
acechante esperaba con sus ojos encendidos a que la torcida iluminara la noche,
y así abalanzarse sobre sus inconscientes víctimas que prontamente contaban
haber sido atacados por seres llegados desde el infierno y de sus mentes
asustadas crecían leyendas que corrían por todo el Imperio.
Tenía razón el
Aznalfaracho, hasta nosotros había llegado a buscarnos el soldado cuya fama
había descrito, venía acompañado del Alano y lo dominaba haciendo sonar el
Chifle que llevaba colgado al cuello. Este Silbo se lo había ganado a cierto
Cómitre al que ya no le quedaba más heredad que arriesgar en sus apuestas, y lo
hacía sonar como él, pero ahora era el animal el que obedecía y no los galeotes
exhaustos. Por eso, ya tranquilos y conocedores de aquel hombre, descansamos
los aceros y urgiendo mis ademanes le dí la bienvenida sabedor que su presencia
entre nosotros nos llevaría seguros hasta el destino. Mis hermanos abrazaban al
animal al que conocían desde hijuelo y éste envainaba la cola entre sus patas
complaciente, iba y venía de un lado a otro, quedaba parado junto al carro
oliendo al Vivandero que seguía sin moverse, entonces el aleonado perro
resoplaba y continuaba el rastreo.
De
esta manera el mudo se añadió a la recua y desde lo alto del caballo delante de
nosotros disponía los movimientos del enorme animal. Cuando el acopio se
acercaba a los arrabales de alguna civilidad, “El Carraca” - que así se apodaba
por haber prestado sus servicios en los barcos del Rey -ataba con una cadena el
carro al perro, porque así lo parecía pues en ocasiones éste tiraba de él más
que las caballerías que llevaba enganchadas, y de esta manera se aseguraba que
no haría por escapar.
Cano, que
había conservado el sayo con el que se cubría el pedigüeño “Veleta”, lo hacía
pasar de vez en cuando por el hocico para que el fornido perro recordara el
tufo del traidor, y así, de encontrarlo, lo devorara.
Se
preguntarán ustedes cómo se llamaba el fiero animal, pues decirles debo
que su nombre nunca lo supe, porque “El
Carraca” como es fácil de esperar nunca lo llamó, ni nombrarlo podía, ¿Cómo
podía nombrar el que voz no tenía? porque “El Carraca” sólo gritaba, gemía y de
él todos corrían y corrían y corrían…
De
dos a tres jornadas quedaban…
"EL MAQUIS"
En anteriores
Encamisadas abordé temas relacionados con la figura del bandidaje, entre otras
figuras aparecieron por este pliego digital los icónicos Bandoleros
decimonónicos y los antecesores de éstos como fueron los Monfíes de los siglos
XVI y XVII. Este asunto por definición nos traslada sin darnos cuenta hasta
épocas y lugares que nos envuelven en aromas románticos de los que difícilmente
podemos deshacernos por la tendencia innata del ser humano a abstraerse de la
maldad para convertirla en algo más agradable a su existencia, con frecuencia
deprimida. El mito del Ladrón bueno que se ve abocado a delinquir como
consecuencia de su procelosa vida resulta muy atrayente, y hasta podría decirse
que necesario, necesario en tanto en
cuanto la lírica que destila la realidad endulzada, alumbra relatos literarios,
teatrales o cinematográficos que de otra manera no existirían. Pero una cosa es
la leyenda y otra la realidad, aunque la primera beba los sorbos más colmados
de la segunda.
Suele decirse
que la realidad siempre supera a la ficción, y así es, pues la ficción siempre
va a la zaga de la realidad, de la que copia algunas cosas, las añade y zurce
en algunos casos o las cercena
dependiendo de los gustos y apetencias de los espectadores. Es por esto que la
realidad siempre sorprende más, por lo impredecible de los acontecimientos y
acciones que produce, por esa razón la historia y la leyenda se cruzan
constantemente.
Como digo,
después de Bandoleros románticos, Monfíes desterrados, llega a esta Encamisada
casi por obligación el Fenómeno del MAQUIS.
La leyenda,
-que como digo, es el acomodo de los hechos históricos- lo definiría como la pírrica lucha de unos
hombres contra el Fascismo impuesto por la fuerza. Esta descripción presenta
como todas las leyendas partes ciertas y otras, como digo, acomodadas al
imaginario digamos “bandoleril”, pero lo cierto es que lo que comenzaría siendo
en parte el anhelo de revertir el resultado de la contienda española del 1936
por parte de excombatientes del bando Repúblicano, se convertiría más tarde en
el mayor problema de Orden Público con el que se enfrentó el Régimen de Franco,
mayor aún que el fenómeno del Bandolerismo.
Su nombre
“Maquis”, surge por la deformación de la palabra francesa “Maquisard”, que
alude al matorral o manto vegetal que crece en la zona mediterránea. Este
término se comenzaría a usar en el país vecino para denominar a los
combatientes emboscados en las zonas montañosas contra la ocupación alemana en
la Segunda Guerra Mundial. El apelativo intentaba asemejar la figura del
guerrillero Francés y sus ideales libertarios con los que se ambicionaban
alcanzar en la península.
El
número iría creciendo desde el inicio de la Guerra Civil, con el paso del
tiempo sería muy numeroso y se extendería prácticamente por toda la península.
Hubo partidas de maquis allá donde el terreno fuera propicio para ocultarse, de
esta manera las comarcas montañosas y de difícil vigilancia se erigieron en
verdaderos centros de operaciones de sus acciones; escogían zonas remotas
alejadas de las vías de comunicación, bosques frondosos y riscos desde donde
vigilar el movimiento de sus perseguidores. Se trataba de un enemigo esquivo,
conocedor del terreno y con amplia experiencia en el combate adquirido durante
la contienda.
La
presencia de estos grupos podrían delimitarse en varias zonas, la primera se
denominó “Centro-Extremadura” y operaba en la sierra de Gredos, sierras
extremeñas y Montes de Toledo. La segunda abarcaría la Provincia de Ciudad Real
y zonas aledañas; así hasta disgregarse en nueve zonas que ocupaban casi toda
la geografía española, su actividad causaba graves trastornos en el
funcionamiento cotidiano por la profusión de sabotajes, asesinatos y robos,
hechos que dañaban fuertemente al incipiente régimen Franquista.
La procedencia
de sus integrantes también sería diversa y cada una vendría determinada por las
circunstancias y ascendencias de sus militantes, pudiendo dividirlas en tres
grupos diferentes, huidos, guerrilleros y bandoleros.
Entre los
primeros se encontraban los que huían del frente o bien se habían escapado de
las zonas donde el Frente Popular había cedido terreno y cuyo dominio lo
ostentaba ahora las tropas Nacionales. Los segundos, denominados guerrilleros,
se nutrían de aquellos combatientes con vocación guerrillera y fuertemente
ideologizados que habían luchado durante la guerra en el bando republicano, y
pretendían seguir la lucha hasta la liberación total del territorio,
esperanzados sobre todo, en el auxilio aliado tras la finalización de la
Segunda Guerra Mundial, anhelo que más tarde se vería frustrado por los motivos
que se expondrán más tarde.
El tercer
grupo sería una mezcla entre delincuentes comunes e idealistas de izquierdas,
casi todos comunistas, que vieron en esta vida una salida a su existencia y
único remedio a su más que probable apresamiento por los delitos que habían
cometido.
Los grupos de individuos se
denominarían “Partidas”, y el número de sus integrantes variaba de una a otra,
actuando al modo pequeñas unidades militares fuertemente disciplinadas y en sus
momentos más organizados con gran dependencia del Partido Comunista. Pero el
nexo común a todas ellas era la férrea dirección por parte de la figura del
Jefe, normalmente un hombre con fuertes convicciones ideológicas, robusto
carisma y una gran preparación en las técnicas de combate en el medio rural,
muchas veces adquirida en la URSS. Los nombres más conocidos entre los muchos
que también los fueron serían los de “Chaquetalarga”, Ángel Fuentes “El Maño”,
El “Manco de la Pesquera”, Quico Sabater, Foucellas y “Caraquemada” por poner
un ejemplo.
Su
actividad se centraba principalmente en el sabotaje, atracos, asaltos y
atentados. Su modus operandi consistía en viajar de noche utilizando
desfiladeros y zonas de difícil acceso para atacar de un modo colectivo y
rápido que impidiera organizar su persecución. Es destacable la complicidad de
la que gozaron por parte de una porción de la población, complicidad
sobrevenida por la afinidad ideológica y de fines en algunos casos, y en otras
como consecuencia del temor a las represalias a las que pudieran ser sometidos.
Se trataba de una población pobre que subsistía a duras penas en un medio rural
cada vez más inhóspito y que se hallaba atenazada entre ambos bandos; el maquis
lo aprovecharía para crear una tupida red de apoyo e información que permitió
su permanencia en el tiempo, mostrándose como un elemento determinante en su
supervivencia. La mayoría de los contactos con los que contaron venían
acordados por razón de vinculaciones familiares, vecinales, de amistad o como
he dicho anteriormente ideológicas, otras veces solo se dedicaban a pagar los
servicios de campesinos desesperados. Las ayudas mayoritariamente consistían en
delaciones, aprovisionamiento, informaciones sobre los movimientos de la Guardia
Civil y de alojamiento o cobijo en sus propias casas en las duras jornadas de
invierno. Este es un elemento que lo diferenciaba del Bandolerismo tradicional
haciendo más difícil su erradicación.
Aunque en
origen su contención fue encomendada al Ejército, sería finalmente la Guardia
Civil la que soportaría todo el peso, una Guardia Civil fuertemente
militarizada, de carácter austero y sacrificado, con gran experiencia en el
combate y conocedores del terreno en el que se movían. Pagaría muy caro su arrojo
en su lucha contra el maquis, en la que emplearía gran cantidad de efectivos;
hombres duros que soportaban jornadas extenuantes de servicio, en ocasiones de
semanas en la montaña. Si bien los ataques en un principio se dirigieron hacia
las infraestructuras del Estado, Jefes Locales de la Falange, Curas, Alcaldes,
Sindicatos y colaboradores de la Guardia Civil -a los que solían ahorcar como
medio de ultrajar su memoria-, a medida en que el tiempo pasaba y los apoyos de
la población mermaban, comenzaron a actuar directamente contra los Cuarteles de
la Guardia Civil, a pesar de ser éste un objetivo que suponía muchas
desventajas por la dificultad que suponía. En este momento las familias de los
propios Guardias Civiles comenzaron a ser objetivo del movimiento subversivo,
múltiples asesinatos se producirían sobre todo al final de la Guerra ordenados
por el PCE desde su base en Francia.
El
fenómeno del Maquis encontraría un fuerte enemigo en las recién creadas
“Contrapartidas”. Las “Contrapartidas” se crearon en 1.942 para combatir al
maquis en su propio terreno y estaban formadas por grupos de Suboficiales,
Cabos y Guardias Civiles de probada lealtad que actuaban de paisano, más bien
se diría que vestían al modo de las partidas, confundiéndose con ellas. Su misión
era identificar las redes de informadores y colaboradores para así estrangular
o limitar los movimientos de las partidas. Pero estas unidades no resolverían
el problema aún de ser muy desestabilizadoras, y el incierto final de la Guerra
de Europa llevaría a un enquistamiento del fenómeno. Con esta situación, en el
año 1.944 se produce uno de los hechos que pondrían a prueba la fortaleza de
las autoridades franquistas, bajo la organización del Partido Comunista en
Octubre de 1.944 más de 3.000 hombres penetraron en territorio español a través
de la frontera del Pirineo navarro y el Valle de Arán, se trataba de una
invasión en toda regla; excombatientes republicanos armados saltándose las
líneas fronterizas intentaron desestabilizar al régimen. La facilidad con la
que los guerrilleros habían violado las fronteras dejaban a la vista las
múltiples deficiencias existentes en su control y vigilancia; tampoco habían
funcionado los servicios de información pues no habían sabido anticiparse de
manera efectiva a una amenaza de tal envergadura. La noticia disgustó
sobremanera a Franco, que no dudó en dar órdenes al ejército para que actuara
de manera expeditiva, serían los Generales Yagüe García Valdiño, Monasterio y
Moscardó los encargados de reprimir la invasión en colaboración con las
unidades de la Guardia Civil de las zonas ocupadas, el resultado del cerco a
los guerrilleros sería la de 129 muertos y algunos centenares de heridos.
Como diría al
principio, el fenómeno de maquis cuya aparición al inicio de la Guerra Civil
habría de incluirse dentro de las tácticas, medios o modos de combatir al
enemigo, quedó legitimada por la propia conflagración. Fue deformándose a
medida que trascurría el tiempo hasta trasformarse por su incapacidad táctica,
apoyos, fundamentos ideológicos y las derivas de los sucesos históricos que más
tarde se producirían, en un grave problema delincuencial que afectaba a una
población extremadamente castigada, exhausta por la violencia y que nunca quiso
continuar con el enfrentamiento del que era una víctima. Esta situación
llevaría al hostigamiento del maquis por la continua falta de apoyo social, que
junto con la inacción de los países vencedores tras Segunda Guerra Mundial, la
precariedad de la ayuda soviética y la efectividad demostrada por la Guardia
Civil, propiciarían su extinción entre los años 1.948 y 1.952, periodo donde el
Régimen de Franco practicó una ofensiva total.
La presencia
de Franco en la península, a los ojos de los vencedores de la Segunda Guerra
Mundial, sobre todo de Inglaterra y Estados Unidos, al contrario de lo que
podría pensarse no suponía una amenaza, más bien constituía un cortafuegos
contra el Comunismo, necesario por la deficiente situación en la que había
quedado el Viejo Continente tras la guerra. El recién instaurado Régimen había
permanecido en estado no beligerancia durante el conflicto y aunque su estética
se asemejaba al fascismo, el ideario se alejaba mucho de estas doctrinas, así
que el apoyo de los recientes vencedores nunca se produjo y las autoridades de
Franco quedaron libres para tomar las medidas necesarias.
Todos
estos factores, unidos a la violencia ejercida contra la población supuso su
final.
Texto e Ilustraciones realizadas por:
Jorge J. Hervás Gómez-Calcerrada
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