LA ENCAMISADA

http://laencamisadadejordi.blogspot.com.es/ LA ENCAMISADA..."PASA REVISTA A LA HISTORIA".

jueves, 15 de marzo de 2018

EL MAQUIS


EL PERRO QUE NO PODÍA LLAMARSE. UN TERCIO DE RELATOS (XVIII).

La parsimonia de este viaje obliga a descabalgarnos y volver al que siempre fue nuestro natural estado. Atamos las riendas a los palos del carro y descuidadas nuestras posaderas de las monturas, vagamos complacidos agrupándonos en dúos, así como lo hacen los alguaciles en las plazas, y como éstos, que aún pareciendo descuidados en su postura permanecemos como ellos prevenidos de todo lo que ocurra fuera de la normalidad de la trocha. El barro en ocasiones nos ancla al terreno y tenemos que azuzar al jumento que tira del carro, y Acuña que gusta como los peregrinos de acompañarse de báculo con éste le da a modo de estocada avivadora.


Las jornadas se acumulan como el barro a nuestros borceguíes y pesan igualmente las unas como el otro, pero preferimos andar descabalgados que no vagar al paso y de la postura parecer jinete de los que pintan en la corte, que aparecen inmóviles al modo y gusto de las damas que los ven.
Al olor de la copiosa mercancía aparecen desde lo desconocido animales que jamás viéramos en otras circunstancias y que el hambre azuza hasta nuestra presencia, huelen y salen corriendo hacia la espesura no sin antes haber sido conminados por la espada del Aznalfaracho, que atina en alguna ocasión en su mandoble y estoquea algún conejo que gruñe, y cuando la vida se torna prófuga de sus  patas, las ciñe a su cintura. Hasta tres lleva esta mañana el hábil espadachín que acostumbrado a esgrimir a temerarios oponentes, se entretiene con estos orejados. Con las pieles solladas del animal, teje pellicas con las que cubrir el lomo del caballo o del caballero, según soliciten las circunstancias.


El vivandero, que a los ojos parece parte del conjunto no mienta ni dice, pero sus carnes se agitan a cada hondonada y las olas de grasa llegan bravas hasta sus extremidades, convertidas en tormentas cuando el terreno se encrespa de rocas, haciendo cimbrear el carro que parece por momentos naufragar en las lindes. El meneo propicia la estampida de mis hermanos que temen no sin razón morir bajo el acopio, y esa no es muerte digna para un soldado, ni correr del peligro  y los ánimos comienzan a encresparse tanto como el terreno.
Seguía con la caza el Aznalfaracho entretenido con todo animal que aparecía a lo que alcanzaba con su Toledana, la movía a modo de péndulo a ambos lados de sus extremidades buscando entre las hierbas mientras andaba, pero desde hacía tiempo no oteaba ninguna, tornando su ánimo en desesperanza. Ya sabemos que el Sevillano cuando no acierta a matar cambia su habitual prestancia por el mal humor y sus labios entonces susurran letanías incomprensibles que suenan más a cada vez que mueve el acero.
–¡Otro acechador escruta más que yo! –gritaba mientras le cortaba la gola a una hierba brava, y otra vez decía –ha tiempo que no vemos otro animal. En la vieja Castilla dicen que si no aciertas a ver alimañas, es porque otro las han visto antes… –y seguía susurrando cosas inteligibles…
            Y era cierto, el silencio se prolongó hasta que el furioso ladrido de un perro asustó a las caballerías.
–¡Ahí está el acechador del que os hablaba! –dijo el Aznafaracho mientras hacía postura de reverencia.
Acuña, haciéndose a los lomos del garañón salió a buscar al autor del sobrio aullido y al trote, tanto el macho, como él, desaparecieron bajo la espesura. El aullo  animábase cada vez más y hasta parecía acercarse, pero otro grito que no pudo ser más que de el Diablo lo cesaba.
Todos quedamos petrificados, sólo los caballos resoplaban y movían sus cabezas del cielo a la tierra y pataleaban, ¿qué era lo que pasaba?. Pasó un instante que pareció un lustro, luego otro, y en llegando a la década se vio salir el trotón sin cabalgador con la brida hecha barboquejo y de baba poblado el hocico.
–¡A tierra! –grité temiendo ser victima de otra emboscada. Nuevamente corrimos a escuadronarnos contra lo desconocido que se había tragado a Acuña, hasta que de la boscosidad apareció el huido acompañado del soldado afásico que se presumía vendría a buscarnos para hacernos de guía.
El terrible mudo iba acompañado del un Alano Español, era aquel un perro que iba siempre añadido a las escuadras y su fama de cuadrúpedo feroz turbaba las mentes de sus enemigos. Aquel “Cancerbero del Infierno” tenía una enorme cabeza y de sus terribles mandíbulas asomaban fieros incisivos devoradores de infieles. Aún mondo de cabellera parecía más león que perro, y su gollete llevaba en derredor un collerón de grueso cuero cerrado por una fíbula del mismo tamaño.


El fiero animal habíase criado entre la soldadesca que lo daba de comer lo que ellos no rumiaban y de tanto echarlo hacia los discrepantes se había acostumbrado a odiarlos y correrlos. Aquel demonio era agregado habitual de encamisadas donde acechante esperaba con sus ojos encendidos a que la torcida iluminara la noche, y así abalanzarse sobre sus inconscientes víctimas que prontamente contaban haber sido atacados por seres llegados desde el infierno y de sus mentes asustadas crecían leyendas que corrían por todo el Imperio.
Tenía razón el Aznalfaracho, hasta nosotros había llegado a buscarnos el soldado cuya fama había descrito, venía acompañado del Alano y lo dominaba haciendo sonar el Chifle que llevaba colgado al cuello. Este Silbo se lo había ganado a cierto Cómitre al que ya no le quedaba más heredad que arriesgar en sus apuestas, y lo hacía sonar como él, pero ahora era el animal el que obedecía y no los galeotes exhaustos. Por eso, ya tranquilos y conocedores de aquel hombre, descansamos los aceros y urgiendo mis ademanes le dí la bienvenida sabedor que su presencia entre nosotros nos llevaría seguros hasta el destino. Mis hermanos abrazaban al animal al que conocían desde hijuelo y éste envainaba la cola entre sus patas complaciente, iba y venía de un lado a otro, quedaba parado junto al carro oliendo al Vivandero que seguía sin moverse, entonces el aleonado perro resoplaba y continuaba el rastreo.

            De esta manera el mudo se añadió a la recua y desde lo alto del caballo delante de nosotros disponía los movimientos del enorme animal. Cuando el acopio se acercaba a los arrabales de alguna civilidad, “El Carraca” - que así se apodaba por haber prestado sus servicios en los barcos del Rey -ataba con una cadena el carro al perro, porque así lo parecía pues en ocasiones éste tiraba de él más que las caballerías que llevaba enganchadas, y de esta manera se aseguraba que no haría por escapar.
Cano, que había conservado el sayo con el que se cubría el pedigüeño “Veleta”, lo hacía pasar de vez en cuando por el hocico para que el fornido perro recordara el tufo del traidor, y así, de encontrarlo, lo devorara.
            Se preguntarán ustedes cómo se llamaba el fiero animal, pues decirles debo que  su nombre nunca lo supe, porque “El Carraca” como es fácil de esperar nunca lo llamó, ni nombrarlo podía, ¿Cómo podía nombrar el que voz no tenía? porque “El Carraca” sólo gritaba, gemía y de él todos corrían y corrían y corrían…


            De dos a tres jornadas quedaban…



"EL MAQUIS"

En anteriores Encamisadas abordé temas relacionados con la figura del bandidaje, entre otras figuras aparecieron por este pliego digital los icónicos Bandoleros decimonónicos y los antecesores de éstos como fueron los Monfíes de los siglos XVI y XVII. Este asunto por definición nos traslada sin darnos cuenta hasta épocas y lugares que nos envuelven en aromas románticos de los que difícilmente podemos deshacernos por la tendencia innata del ser humano a abstraerse de la maldad para convertirla en algo más agradable a su existencia, con frecuencia deprimida. El mito del Ladrón bueno que se ve abocado a delinquir como consecuencia de su procelosa vida resulta muy atrayente, y hasta podría decirse que necesario,  necesario en tanto en cuanto la lírica que destila la realidad endulzada, alumbra relatos literarios, teatrales o cinematográficos que de otra manera no existirían. Pero una cosa es la leyenda y otra la realidad, aunque la primera beba los sorbos más colmados de la segunda.
Suele decirse que la realidad siempre supera a la ficción, y así es, pues la ficción siempre va a la zaga de la realidad, de la que copia algunas cosas, las añade y zurce en algunos casos o  las cercena dependiendo de los gustos y apetencias de los espectadores. Es por esto que la realidad siempre sorprende más, por lo impredecible de los acontecimientos y acciones que produce, por esa razón la historia y la leyenda se cruzan constantemente.
Como digo, después de Bandoleros románticos, Monfíes desterrados, llega a esta Encamisada casi por obligación el Fenómeno del MAQUIS.
La leyenda, -que como digo, es el acomodo de los hechos históricos-  lo definiría como la pírrica lucha de unos hombres contra el Fascismo impuesto por la fuerza. Esta descripción presenta como todas las leyendas partes ciertas y otras, como digo, acomodadas al imaginario digamos “bandoleril”, pero lo cierto es que lo que comenzaría siendo en parte el anhelo de revertir el resultado de la contienda española del 1936 por parte de excombatientes del bando Repúblicano, se convertiría más tarde en el mayor problema de Orden Público con el que se enfrentó el Régimen de Franco, mayor aún que el fenómeno del Bandolerismo.
Su nombre “Maquis”, surge por la deformación de la palabra francesa “Maquisard”, que alude al matorral o manto vegetal que crece en la zona mediterránea. Este término se comenzaría a usar en el país vecino para denominar a los combatientes emboscados en las zonas montañosas contra la ocupación alemana en la Segunda Guerra Mundial. El apelativo intentaba asemejar la figura del guerrillero Francés y sus ideales libertarios con los que se ambicionaban alcanzar en la península.
            El número iría creciendo desde el inicio de la Guerra Civil, con el paso del tiempo sería muy numeroso y se extendería prácticamente por toda la península. Hubo partidas de maquis allá donde el terreno fuera propicio para ocultarse, de esta manera las comarcas montañosas y de difícil vigilancia se erigieron en verdaderos centros de operaciones de sus acciones; escogían zonas remotas alejadas de las vías de comunicación, bosques frondosos y riscos desde donde vigilar el movimiento de sus perseguidores. Se trataba de un enemigo esquivo, conocedor del terreno y con amplia experiencia en el combate adquirido durante la contienda.

            La presencia de estos grupos podrían delimitarse en varias zonas, la primera se denominó “Centro-Extremadura” y operaba en la sierra de Gredos, sierras extremeñas y Montes de Toledo. La segunda abarcaría la Provincia de Ciudad Real y zonas aledañas; así hasta disgregarse en nueve zonas que ocupaban casi toda la geografía española, su actividad causaba graves trastornos en el funcionamiento cotidiano por la profusión de sabotajes, asesinatos y robos, hechos que dañaban fuertemente al incipiente régimen Franquista.
La procedencia de sus integrantes también sería diversa y cada una vendría determinada por las circunstancias y ascendencias de sus militantes, pudiendo dividirlas en tres grupos diferentes, huidos, guerrilleros y bandoleros.
Entre los primeros se encontraban los que huían del frente o bien se habían escapado de las zonas donde el Frente Popular había cedido terreno y cuyo dominio lo ostentaba ahora las tropas Nacionales. Los segundos, denominados guerrilleros, se nutrían de aquellos combatientes con vocación guerrillera y fuertemente ideologizados que habían luchado durante la guerra en el bando republicano, y pretendían seguir la lucha hasta la liberación total del territorio, esperanzados sobre todo, en el auxilio aliado tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial, anhelo que más tarde se vería frustrado por los motivos que se expondrán más tarde.
El tercer grupo sería una mezcla entre delincuentes comunes e idealistas de izquierdas, casi todos comunistas, que vieron en esta vida una salida a su existencia y único remedio a su más que probable apresamiento por los delitos que habían cometido.
Los grupos de individuos se denominarían “Partidas”, y el número de sus integrantes variaba de una a otra, actuando al modo pequeñas unidades militares fuertemente disciplinadas y en sus momentos más organizados con gran dependencia del Partido Comunista. Pero el nexo común a todas ellas era la férrea dirección por parte de la figura del Jefe, normalmente un hombre con fuertes convicciones ideológicas, robusto carisma y una gran preparación en las técnicas de combate en el medio rural, muchas veces adquirida en la URSS. Los nombres más conocidos entre los muchos que también los fueron serían los de “Chaquetalarga”, Ángel Fuentes “El Maño”, El “Manco de la Pesquera”, Quico Sabater, Foucellas y “Caraquemada” por poner un ejemplo.


            Su actividad se centraba principalmente en el sabotaje, atracos, asaltos y atentados. Su modus operandi consistía en viajar de noche utilizando desfiladeros y zonas de difícil acceso para atacar de un modo colectivo y rápido que impidiera organizar su persecución. Es destacable la complicidad de la que gozaron por parte de una porción de la población, complicidad sobrevenida por la afinidad ideológica y de fines en algunos casos, y en otras como consecuencia del temor a las represalias a las que pudieran ser sometidos. Se trataba de una población pobre que subsistía a duras penas en un medio rural cada vez más inhóspito y que se hallaba atenazada entre ambos bandos; el maquis lo aprovecharía para crear una tupida red de apoyo e información que permitió su permanencia en el tiempo, mostrándose como un elemento determinante en su supervivencia. La mayoría de los contactos con los que contaron venían acordados por razón de vinculaciones familiares, vecinales, de amistad o como he dicho anteriormente ideológicas, otras veces solo se dedicaban a pagar los servicios de campesinos desesperados. Las ayudas mayoritariamente consistían en delaciones, aprovisionamiento, informaciones sobre los movimientos de la Guardia Civil y de alojamiento o cobijo en sus propias casas en las duras jornadas de invierno. Este es un elemento que lo diferenciaba del Bandolerismo tradicional haciendo más difícil su erradicación.
Aunque en origen su contención fue encomendada al Ejército, sería finalmente la Guardia Civil la que soportaría todo el peso, una Guardia Civil fuertemente militarizada, de carácter austero y sacrificado, con gran experiencia en el combate y conocedores del terreno en el que se movían. Pagaría muy caro su arrojo en su lucha contra el maquis, en la que emplearía gran cantidad de efectivos; hombres duros que soportaban jornadas extenuantes de servicio, en ocasiones de semanas en la montaña. Si bien los ataques en un principio se dirigieron hacia las infraestructuras del Estado, Jefes Locales de la Falange, Curas, Alcaldes, Sindicatos y colaboradores de la Guardia Civil -a los que solían ahorcar como medio de ultrajar su memoria-, a medida en que el tiempo pasaba y los apoyos de la población mermaban, comenzaron a actuar directamente contra los Cuarteles de la Guardia Civil, a pesar de ser éste un objetivo que suponía muchas desventajas por la dificultad que suponía. En este momento las familias de los propios Guardias Civiles comenzaron a ser objetivo del movimiento subversivo, múltiples asesinatos se producirían sobre todo al final de la Guerra ordenados por el PCE desde su base en Francia.
El fenómeno del Maquis encontraría un fuerte enemigo en las recién creadas “Contrapartidas”. Las “Contrapartidas” se crearon en 1.942 para combatir al maquis en su propio terreno y estaban formadas por grupos de Suboficiales, Cabos y Guardias Civiles de probada lealtad que actuaban de paisano, más bien se diría que vestían al modo de las partidas, confundiéndose con ellas. Su misión era identificar las redes de informadores y colaboradores para así estrangular o limitar los movimientos de las partidas. Pero estas unidades no resolverían el problema aún de ser muy desestabilizadoras, y el incierto final de la Guerra de Europa llevaría a un enquistamiento del fenómeno. Con esta situación, en el año 1.944 se produce uno de los hechos que pondrían a prueba la fortaleza de las autoridades franquistas, bajo la organización del Partido Comunista en Octubre de 1.944 más de 3.000 hombres penetraron en territorio español a través de la frontera del Pirineo navarro y el Valle de Arán, se trataba de una invasión en toda regla; excombatientes republicanos armados saltándose las líneas fronterizas intentaron desestabilizar al régimen. La facilidad con la que los guerrilleros habían violado las fronteras dejaban a la vista las múltiples deficiencias existentes en su control y vigilancia; tampoco habían funcionado los servicios de información pues no habían sabido anticiparse de manera efectiva a una amenaza de tal envergadura. La noticia disgustó sobremanera a Franco, que no dudó en dar órdenes al ejército para que actuara de manera expeditiva, serían los Generales Yagüe García Valdiño, Monasterio y Moscardó los encargados de reprimir la invasión en colaboración con las unidades de la Guardia Civil de las zonas ocupadas, el resultado del cerco a los guerrilleros sería la de 129 muertos y algunos centenares de heridos.


Como diría al principio, el fenómeno de maquis cuya aparición al inicio de la Guerra Civil habría de incluirse dentro de las tácticas, medios o modos de combatir al enemigo, quedó legitimada por la propia conflagración. Fue deformándose a medida que trascurría el tiempo hasta trasformarse por su incapacidad táctica, apoyos, fundamentos ideológicos y las derivas de los sucesos históricos que más tarde se producirían, en un grave problema delincuencial que afectaba a una población extremadamente castigada, exhausta por la violencia y que nunca quiso continuar con el enfrentamiento del que era una víctima. Esta situación llevaría al hostigamiento del maquis por la continua falta de apoyo social, que junto con la inacción de los países vencedores tras Segunda Guerra Mundial, la precariedad de la ayuda soviética y la efectividad demostrada por la Guardia Civil, propiciarían su extinción entre los años 1.948 y 1.952, periodo donde el Régimen de Franco practicó una ofensiva total.
La presencia de Franco en la península, a los ojos de los vencedores de la Segunda Guerra Mundial, sobre todo de Inglaterra y Estados Unidos, al contrario de lo que podría pensarse no suponía una amenaza, más bien constituía un cortafuegos contra el Comunismo, necesario por la deficiente situación en la que había quedado el Viejo Continente tras la guerra. El recién instaurado Régimen había permanecido en estado no beligerancia durante el conflicto y aunque su estética se asemejaba al fascismo, el ideario se alejaba mucho de estas doctrinas, así que el apoyo de los recientes vencedores nunca se produjo y las autoridades de Franco quedaron libres para tomar las medidas necesarias.





            Todos estos factores, unidos a la violencia ejercida contra la población supuso su final.

Texto e Ilustraciones realizadas por:

Jorge J. Hervás Gómez-Calcerrada


No hay comentarios:

Publicar un comentario