LA ENCAMISADA

http://laencamisadadejordi.blogspot.com.es/ LA ENCAMISADA..."PASA REVISTA A LA HISTORIA".

jueves, 3 de julio de 2014

LOS CABALLEROS DEL BELLO MONTE.

EL MOJADO VELETA. "UN TERCIO DE RELATOS"(XI).

La noche llega y nosotros no. El Cicerone Veleta que nos guía y dirige, por esto así lo nombro Veleta, Giralda o Giraldillo que este nombre es más apropiado que el suyo del cual no hablo por ser impronunciable, dice conocer atajo y nos conduce por veredas angostas y descaminadas, desconocidas seguro de devotos pero no de seres heréticos pues otros que ésos no pueden sino deambular por estas angostas trochas.
Lindamos siempre con aguas y eso presume certeza que pronto hallaremos civilidad, el ruido del flujo fluvial atormenta nuestras cabezas mientras guijarros y cantos ruedan bajo las pezuñas de nuestros caballos. En esto sin darnos cuenta el río parte y taja nuestro camino, quedamos parados y todos miran la montura del pollino que se detiene y bebe de las aguas.


Descabalga el humilde caballero y queda desborricado mientras otea y mira, aflorando la desconfianza de Cano que también baja del caballo y en la misma estampa y figura mira del lado que lo hace el Giraldillo, desconcertado lanza su plática ¿perdido os encontráis verdad?, ¡cómo pudimos confiar en tal andrajoso postillón!, ¡cómo queréis que gobierne nuestra vida si incapaz de la suya pudo ser director!, – se lamentaba Cano mientras movía su sombrero.
– No temáis, que las aguas aquí fluyen cortas y cualquier rucio las atraviesa sin dificultad, yo mismo lo haré para que vos lo presenciéis, – dijo el mísero Veleta.
Así el hombre azuza al burro que temeroso las manos mete en el agua, y la barriga y casi el cuello y las cosas nuestras también rompen la corriente que cada vez parece ser más. En un paso quebrado, burro y hombre son arrastrados junto con los aperos hasta la otra orilla y los remolinos llevan todo lo nuestro girando. El de Aznalfarache en viendo el resultado de la hazaña hinca espuelas y sin miedo cual moisés en la huida lanza su figura donde bultos, mendigo, y aperos danzan. Uno y otro a gritos lizan mientras Acuña y Rafael de Estrada ríen en lo alto de sus caballos, el Calatravo más bien padece por el destino de sus torcidas. 
El de Aznalfarache lanza auxilio y brazo al Veleta que en su desesperación también hace naufrago al infante Enrique que cae al agua ante el alborozo de mis oreados hermanos. El sevillano casi obra con sus manos lo que el agua no hizo en la garganta del Giraldillo, pues lo ahoga de furioso ímpetu mientras maldice una y otra vez. Yo, que nunca había visto a mi hermano en semejante lance, guárdome de soliviantar su ánimo porque si el de Aznalfarache maldice y amenaza, ¡vive dios! que lo hace o lo mata. 


Como ven vuesas mercedes épica y milicia como al reo hace la soga aunque apriete nunca ahoga, pero habéis de entender que al plebeyo por su condición el agua siempre le viene al cuello.
Sacamos al mendigo, sale como aparición fantástica que huye y se lamenta, ejecuta lo que mejor conoce, suplica, pide, implora y reza. Tras de él va Enrique con la mano como daga y de sus gestos se intuye que los mandobles al aire no son mas que desahogos que hace por no matar...
Yo, que la escena observo graciosa le digo no sin sorna  ¡portentos hace el señor!, que en estas tierras sin amo, tan a mano puedo ver, la Giralda y a un Sevillano...




Esta es una Encamisada especial pues no voy a narrar ningún hecho histórico concreto ni pasado. Aunque todo acontecimiento presente puede convertirse en histórico con el paso del tiempo, no lo sería si en él se hablara de caballeros, justas, liza y palenque, de pendones, armaduras, escudos y espadas. En un relato actual no tendrían cabida semejantes actores de pretéritas hazañas, de pasadas famas, solo en viejos libros podríamos observar sus inmóviles y planas figuras o bajo los arcos de alguna catedral podríamos intuir sus pétreos gestos de acometida y las livianas telas de los velos de las damas.
La mente se transporta sin querer hasta otros tiempos animada por la visión de esas imágenes, pero la mente no huele, no toca, no siente y no ve, solamente recrea lo que intuye pudo ser.
El Cine es recreación, también el teatro lo es y hasta la pintura, puesto que ésta recrea o interpreta los hechos según la visión del artista o la opinión de otros que sí estuvieron presentes en los acontecimientos que pretenden recrear, además las dimensiones de los marcos artísticos, los proscenios y hasta las descomunales pantallas de los cines se ven incapaces de reproducir los escenarios donde las historias ocurrieron, y solo nos aproximan a ellas.
El pasado mes de Mayo tuve la ocasión de poder oler, sentir, tocar y ver la historia de una forma muy aproximada a como pudo olerse, sentirse y verse en aquellos tiempos, y todo gracias a celebración en el Castillo de Belmonte (Cuenca) del Campeonato Mundial de Combate Medieval. Y ustedes se preguntarán, ¿qué clase de campeonato es ése?. Pues he decirles - a pesar de lo fácil de la retórica- que jamás vi un deporte tan de Caballeros, que jamás sentí tan cerca lo que trovadores y juglares cantaron y que jamás de esta manera acaricié las páginas de los libros que enloquecieron a nuestro caballero D. Quijote, de caballeros se trataba,  de caballeros y damas, en definitiva de una turba de locos con armadura congregados en la Mancha, ¿les suena?.



Por primera vez en España se organizaba un evento internacional de semejantes características reuniendo hasta quince selecciones procedentes de cuatro continentes.   Más de 400 Caballeros y Damas de distinta procedencia llegaban hasta la cuna de las hazañas y hechos fabulosos narrados en los libros de caballería. El lugar elegido sería el imponente Castillo de Belmonte en (Cuenca), fortificación situada en lo alto del cerro de San Cristóbal y que mandó construir el Marqués de Villena a mediados del siglo XV, una verdadera belleza visual para todos los amantes de las fortificaciones.  Este Castillo-Palacio de estilo Gótico con elementos Mudéjares y Platerescos, de enormes muros y  robustos torreones, ya tuvo ocasión de deslumbrar al mundo mostrando su presencia imperturbable en la famosa película “El Cid” de Anthony Mann (1961), protagonizada por el épico actor Charlton Heston y una jovencísima Sofía Loren. En esta cinta y bajo los muros del castillo el personaje interpretado por Heston se batía en noble justa al inicio de la película recreando la vida del conocido héroe Castellano. Quedaría desde entonces encerrado en las pupilas de muchos espectadores y debo decir que también en las mías.





           
 Reconozco que ya lo había visitado en una ocasión, y que no defraudó mis expectativas a pesar del frío manchego y el fuerte viento que asediaba sus muros y torres en la misma medida que mis mejillas y manos. Enseguida comencé a sumergirme en el mundo del Combate Medieval intentando saber qué me encontraría, cualquier excusa era buena para visitar nuevamente el castillo y esta parecía ser una buena causa a juzgar de lo insólito del acontecimiento, así que no podía faltar.
            El tres de Mayo en compañía de mi familia y un buen amigo, me dirigí hasta mi destino conduciendo sin prisa y disfrutando del paisaje, buscando con la mirada la presencia en cualquier cerro o mota de alguna muralla o atalaya de las que tanto me gustan. De pronto en lo alto del horizonte comienza a adivinarse la silueta pétrea de nuestro destino que mengua y huye cuanto más nos acercamos.
Un error en el rumbo hizo que acabáramos perdidos cerca de las faldas del castillo, pero solo fue un error en el rumbo y no del destino ya que la errata nos permitió observar una panorámica completa del lugar. Asomados a la ventana del tiempo contemplamos una imagen espectacular, castillo, castellanos, tiendas, gente y vida de otros tiempos. Acostumbrado a visitar castillos en apartados lugares y en la más absoluta soledad llamó mi atención la gran cantidad de gente que se encontraba en el lugar, el bullicioso ambiente que rodeaba todos sus muros inyectaba vida al entorno, los nuevos visitantes armados de cámaras fotográficas esperábamos en perfectas colas conquistar los adarves, creo que desde la guerra de sucesión castellana no se vio a tanto interesado en entrar dentro de sus paredones.




Ya en el interior y culminado nuestro primer propósito, llegamos hasta el lugar donde se celebraría el evento no sin antes atravesar o mejor dicho circundar su planta entre las defensas y los muros que nos observaban con las saeteras como ojos dándonos su bienvenida. Asomados bajo el dintel de piedra de un portón bajamos por la terrible cuesta hasta la explanada donde se encontraba todo preparado.
La imagen que encontré era algo parecida a lo que el poeta Manuel Machado escribió...

El ciego sol se estrella
en las duras aristas de las armas,
llaga de luz los petos y espaldares

y flamea en las puntas de las lanzas.

El ciego sol, la sed y la fatiga

Por la terrible estepa castellana,

al destierro, con doce de los suyos

-polvo, sudor y hierro- el Cid cabalga. (...)


Y es que nuevamente el terrible sol castellano (de ello daría fe mi amigo y acompañante) iluminaría las romas aristas de las armas deslumbrando en los Guanteletes y las Grebas de las armaduras. Ciego sol, sed y fatiga en los exhaustos semblantes de los competidores que pugnaban en las diferentes modalidades empleando desiguales acometimientos según las terribles armas que portaban. Polvo, sudor y hierro, hierro en las armaduras, espadas, hachas y mazas de los caballeros voluntariamente desterrados de sus remotas tierras. Por la terrible estepa castellana, de nuevo, el Cid Cabalgaba. Otra vez el Castillo de Belmonte era testigo de sus gestas.

Un inmenso palenque de madera sobre el polvo castellano sería el lugar donde se producirían los terribles y verdaderos combates, a su alrededor el público se situaba bajo las hileras de banderas, en gradas, en lo alto de los caminos de ronda y en las torres de la bella fortaleza que ejercía otra vez su papel de tramoya. Caballeros y damas eran llamados a batallar unas veces de uno contra uno, de tres contra tres, y de cinco contra cinco, aumentando la intensidad del espectáculo hasta llegar a los combates entre 16 caballeros contra otros tantos, pero la cima llegaría en la modalidad denominada “Captura al Rey” donde 25 caballeros de diferentes equipos guerreaban para intentar prender al rey que otros 25 defendían del hostigamiento, (Bellum omnium contra omnes) “Guerra entre todos contra todos”.


Las melés grupales daban una idea muy cercana de lo sucios y violentos que podían llegar a ser los combates del medievo y acercaban al impresionado espectador a la realidad de la lucha mostrando la dificultad que llevaba guerrear con una armadura de hasta 30 Kg de peso bajo un sol abrasador. Todo era real, armaduras, indumentaria, armas, escudos y blasones recreados mediante fieles reproducciones que vestían los acontecimientos de un rigor histórico impactante. La dureza de las escaramuzas y la violencia empleada en las agresiones hacía que a cada golpe certero y sonoro la concurrencia lanzara un clamor conmocionado que llegaba desde las gradas a los adarves y de éstos a las vertientes y las torres. En ocasiones los rivales quedaban enganchados por la fatiga hasta que otro de un mandoble violento les separaba, otras veces eran empujados contra las maderas hasta que uno caía al suelo y el otro mostraba su furia lanzando gritos de rabia mientras agitaba sus defensas animando la aclamación de los espectadores. Luego todos finalizaban abrazados en reconocimiento a la caballerosidad con que habían presentado batalla.
 De una liza a otra las banderas y estandartes eran flameadas a la carrera por hombres vestidos de la época como aviso de las naciones que iban a contender y llegado el caso para informar de la victoria de alguno de ellas. Acompañando a éstos se encontraban los aguadores, árbitros y jueces que auxiliaban y controlaban la liza, todos ellos igualmente incrustados en el entorno que se había vestido de tiendas, mercaderes, artesanos e itinerantes posadas que ofrecían al espectador refresco entre una y otra contienda.













Esta fue la historia de los CABALLEROS DEL BELLO MONTE. Jorge Hervás, Pilar López, Jorge Hervás López, Roberto Olmos Roldán y Eugenio P. Sánchez.










EL MOJADO VELETA. "UN TERCIO DE RELATOS".

En la oquedad rocosa buscamos cobijo, junto a la pira mis agregados secan pensamientos y vestiduras, la acechante oscuridad decide por nosotros que mejor quedar despoblados que itinerantes, el suceso de esta tarde entretiene nuestro partoleo mientras observo al Veleta que no dice, que no mienta. Solo atisba con su mirada a Enrique.
La imagen del soldado, calado, empapado y soliviantado no puede ser más descriptible, despojado del suyo jubón enseña las señales de heridas pretéritas, su enjuto cuerpo se muestra como carta, papiro y rollo de surcos mal curados y peor zurcidos, unos llegan desde el costado a la espalda siguiendo el costillar, deformes, rotos y a veces, hundidos. Largas cuchilladas, tajos parvos en el pecho, en los brazos más. Pellejos que guardan el mapa de su azarosa vida.
El Veleta mira y calla intentando descifrar el planisferio doloroso, de arriba a bajo, de abajo hasta arriba. Entonces tercio y pregunto al sevillano lo que ya conozco – ¡Soldado viejo! Cuenta las hazañas vetustas de tus heridas, de tus miserias, de tus carencias, pues la mirada del pedigüeño pide clemencia. 



El soldado relata cada una desta manera:

 Los costurones que veis todos tuvieron un padre que los hizo, algunos fueron huérfanos por la acción de mi espada y su hacedor no tuvo la ocasión de acabar su primer propósito y debo decir no sin sofoco que el último, tampoco. Unas de espada, otras de daga, y otras veces arcabuzada. Pocos sobrevivieron a ellas, a cual más doloras, las mayores las que no hallé sitiante, me refiero al que por la zaga vino a cortarme. Yo mismo remendé alguna de ellas, son las que posan junto a las entrañas, las otras las remendó creo si no me equivoco, el barbero del Tercio, un galeno de Valladolid y un curandero que desto sabía poco. Pero no todas se infligieron en el campo, alguna ocurrió en lecho y otras en la cama, unas por pecho y otras por dama, que de amores no son pocas y casi todas las hicieron en duelo y arrebato los maridos de las damas que después yo mato.

Dudo si el parlamento del sevillano calmó las ansias del Veleta, pues creo que mojado seguía después de tener la ropa seca.


Por Jorge J. Hervás Gómez-Calcerrada.


Gracias a mi amigo Roberto Olmos Roldán por sus excelentes Fotografías y su compañía.