LA ENCAMISADA

http://laencamisadadejordi.blogspot.com.es/ LA ENCAMISADA..."PASA REVISTA A LA HISTORIA".

viernes, 31 de octubre de 2014

"UN TERCIO DE RELATOS" ESPECIAL NOCHE DE DIFUNTOS.

Llega Halloween un año más y yo sigo resistiéndome a unirme a esta especie de locura importada de telas de arañas, sangre embotellada y brujas Made in China. Me siento un poco como Kevin Costner en “Bailando con Lobos”, aislado en medio de una amplia estepa, sólo, pero acechado por los indios, los indios de la Tribu Halloween. En esta situación como todo reo acusado de este delito me acojo a mi derecho a no participar de esta fiesta aún a sabiendas de que mi decisión me dejará aislado en medio de las llanuras sin poder hacer nada para tratar de frenar a los Halloweens.
La globalización nos ha llevado a tomar como nuestras las tradiciones ajenas de otros países que han llegado hasta nuestras tierras embutidas como nuevos productos muy atractivos que nos revisten de modernidad – o eso nos hacen creer -. Debo decir que estas nuevas tendencias no estarían del todo mal si no tratasen ferozmente de engullir las tradiciones autóctonas a las que desplazan y desprecian como trasnochadas, sobreponiéndose las unas a las otras casi a la fuerza con el consiguiente peligro de hacer que la cultura vernácula desaparezca casi por completo o en todo caso quede como una mera excentricidad.

El peligro cierto de esta situación nos lleva a la pérdida progresiva de nuestra cultura e identidad mediante el desconocimiento de ésta, una gran pérdida que en unas generaciones habrá acabado casi por completo con ella, por eso desde este humilde Blog me siento en la obligación de retomar aunque sea por un día (El Día de Todos los Santos) la iniciativa en su recuperación, alentando a los lectores para que disfruten de otro modo de un día tan señalado para todos.
El miedo en la literatura tuvo su cenit en el Romanticismo que produjo gran cantidad de obras relacionadas con este tema inspirando a escritores, poetas y dramaturgos. Las acciones se presentaban épicas y ocurrían frecuentemente en ambientes nocturnos, cementerios y lugares apartados de atmósferas tormentosas como lo eran las vidas de sus protagonistas. Para ello recomiendo como no a Espronceda, Bécquer o Rosalía de Castro, además de José Zorrilla, que escribiría la genial obra  “DON JUAN TENORIO”.
Una de las tradiciones españolas más arraigadas nos lleva a la representación de esta obra la víspera del día de Todos los Santos, no se sabe ciertamente por qué se comenzó a representar en esta fecha, pero algunos creen que todo estaría relacionado con la escena del Cementerio que viene a suceder en el segundo acto, lo cierto es que toda la obra se encuentra envuelta de presencias fantasmagóricas, muerte y redención.

     En este especial de “Un Tercio de Relatos” recojo la tradición del Tenorio y la adapto a mis textos a través de una frase que atribuida a la obra de Zorrilla nunca apareció en ella, pero que a mí siempre me gustó, “Los muertos que vos matáis, gozan de buena salud”. Espero que disfrutéis de este pequeño homenaje a nuestras tradiciones, mientras yo sigo “Bailando con Lobos”.




"LOS MUERTOS QUE VOS MATÁIS, GOZAN DE BUENA SALUD"

"Los muros de mi mente encierran entierros y losas donde yacen los cuerpos despachados de mis intrigas, de mis miserias, de mis glorias. La noche fría del invierno me los trae abriendo las puertas ruinosas del camposanto y miran al interior de mis entrañas, el pozo oscuro donde habita la indigencia de mi procelosa existencia. La fiebre debilita mis músculos y ciega mis ojos mientras deambulo por las oscuras calles de esta maldita ciudad, brillan las losas bajo mis pies empapados de miseria y el agua resbala por mis vestiduras hasta llegar a los lodazales donde el reflejo de mi estampa se retuerce creando espectros que me miran.
            Los pensamientos se tornan en certeza y los temblores alentan las apariciones horribles en que viajan las sombras, entonces caigo al suelo y arrastro mi figura por las frías piedras hasta llegar al muro que abriga los túmulos, exhalo el aire de mis pulmones y entonces comienza la afrenta de mi mente.
         Son muchos los muertos que me persiguen y atormentan, que me siguen apremiantes de su deuda y que en noches como ésta asoman sus terribles caras para recordarme que siguen esperando que la parca obre sobre mí lo que ellos no acertaron, legiones de engendros engañados y perdidos vuelven la Noche de Difuntos para demandarme de nuevo su débito, y yo que jamás rehuí duelo me dirijo a reunirme con ellos enfermo de vino, esperando hallarlos para darles una nueva oportunidad que me libere de mis padecimientos.




     El viento mueve las copas de los cipreses convertidos en inquisidores de picudos sombreros, se les ve por encima de los húmedos paredones cubiertos de sediento musgo, mientras, la vista se nubla más y más produciendo vítreos espejismos que me atenazan, pero la decisión de mi mente lleva a mis entumecidas extremidades a empujar el sólido hierro de la puerta que cede ante mis impetuosos acometimientos. Cede la reja y la charnela anuncia mi presencia en el reino de los muertos, la fanfarria de la desolación les alerta del peligro cierto de mi espada por la que resbala en igual proporción agua y sangre, su sangre que nuevamente brota desde la cazoleta hasta la punta cayendo lenta hasta la tierra donde moran, y de ahí filtrada llega hasta los cuerpos sin vida. La linfa derramada poco a poco va empapando la tierra de la que asoman vapores hediondos que turban la poca consciencia que me mantiene en pie, y ya sólo acierto a decir   ¡Malditas ánimas que me atormentan aún después de finadas!,  presto estoy al sacrificio cierto de vuestro perverso desquite, !salid, criaturas demoníacas!, yo os cito a todas, soldados extintos bajo mi cruel hostigamiento a los que en defensa de mi vida la suya arrebaté, de todos guardo las caras impresas de mi miedo y llanto, dejádmelas ver una vez más...
Nuevamente el vendaval encrespa las figuras del sanedrín que forman los cipreses proyectando sus sombras en los mármoles pulidos, atenazadas las hojas en su superficie por el agua, trabadas, espero que alguna siniestra imagen recoja el guante de mi desolación, terrible silencio de muerte, rumor mudo de lluvia y ventarrón, a mi alrededor como única compañía las figuras pétreas de ángeles armados de tizonas que sobre sus baluartes me anuncian la llegada del último juicio lanzando el sonido de sus trompetas contra mí.
Entonces la aparición cierta de mis ansias se presenta tras un noble Panteón decorado de imágenes agonizantes, acierto a ver un ser deforme que parece haber sido zurcido de extremidades ajenas unas a otras, su cara cambia de gesto continuamente pareciendo que muchos rostros forman uno solo. Aparición fantástica de lúgubre jubón y míseros atavíos lleva calado un capacete herrumbroso de igual forja que la coraza de la que asoman enormes gusanos. Un coro de lloros y lamentos asonados le acompañan y el timbre de su tonada va subiendo hasta comprimir mis oídos, mis músculos y mis esperanzas, tras de la terrible figura tres jóvenes damas de imponente luto portan iguales crespones en el pecho a los que llegan mojados los bucles de su enorme melena que cubren su rostro, lloran y gimen por sus maridos arrebatados para la contienda de los hombres, para la gloria de otros y lanzan contra mí agravios que no entiendo.


El sudor me recorre la frente y llega mezclada con el agua hasta mi nariz, llegó el momento, y con la mano desarmada de un tirón rompo el nudo de mi capa que cae al suelo cual sudario calado de sudor febril, con la diestra en posición de la verdadera destreza tomo el acero, luego, las tres damas dolientes rodean mi jaculatoria figura presta para el sacrificio. El espectro deslizante arma uno de sus desiguales brazos y lo levanta cortando los acordes de improperios y denuestos, el terrible silencio se hace presente hasta que el ser engendrado por mi espada comienza su espantosa plática con la voz tomada del diablo –¡Maldito Caballero!, soldado ejecutor de vidas ajenas, no tuvisteis bastante con diezmar la savia joven de los que yacen en estos túmulos, de los que forman mi propio cuerpo, de los que vagan en busca de la siniestra mesnada de ánimas itinerantes, que ahora llegado os mostráis ufano ante sus propias viudas de las que con vuestra presencia hacéis escarnio y afrenta.  ¡Yo soy todos¡, los pretendidos que no llegaron, los despachados sin ocasión, los condenados sin juicio, reos de la vida hurtada bajo vuestras intrigas, que ahora demandan justicia.
La faz del espectro cambiaba mostrando rasgos conocidos, trazos de los que en mi memoria seguían atormentándome, en posición de guardia baja retomo la escalofriante prédica haciendo defensa y abrigo de mi espíritu –¡Maldita aparición demoníaca! Demandáis justicia para los que no la tuvieron conmigo, si vos sois todos, ninguno os dirá que presenté engañoso encuentro pues siempre formé parte de las contiendas en las que todos pretendían matar o morir, y de otras, sólo deshice las intrigas de los conjurados contra mí, así pues la justicia que me falle no vendrá del infierno donde tú moras, ¡sino del cielo¡. Grité mientras alzaba mi espada, de pronto caigo al suelo mientras se turba mi consciencia.

Frío, mucho frío, tumbado y húmedo de sudor mis ojos se abren y con la cara en el suelo, veo los borceguíes de mi hermano Cano que me agarra y me iza sobre mis posaderas mientras me tapa con el embozo, sonríe y le pregunto –¿Donde se hallan los muertos que me amenazan?y Cano contesta AMIGO, LOS MUERTOS QUE VOS MATÁIS, GOZAN DE BUENA SALUD..."





Por Jorge J. Hervás Gómez-Calcerrada.



         

jueves, 3 de julio de 2014

LOS CABALLEROS DEL BELLO MONTE.

EL MOJADO VELETA. "UN TERCIO DE RELATOS"(XI).

La noche llega y nosotros no. El Cicerone Veleta que nos guía y dirige, por esto así lo nombro Veleta, Giralda o Giraldillo que este nombre es más apropiado que el suyo del cual no hablo por ser impronunciable, dice conocer atajo y nos conduce por veredas angostas y descaminadas, desconocidas seguro de devotos pero no de seres heréticos pues otros que ésos no pueden sino deambular por estas angostas trochas.
Lindamos siempre con aguas y eso presume certeza que pronto hallaremos civilidad, el ruido del flujo fluvial atormenta nuestras cabezas mientras guijarros y cantos ruedan bajo las pezuñas de nuestros caballos. En esto sin darnos cuenta el río parte y taja nuestro camino, quedamos parados y todos miran la montura del pollino que se detiene y bebe de las aguas.


Descabalga el humilde caballero y queda desborricado mientras otea y mira, aflorando la desconfianza de Cano que también baja del caballo y en la misma estampa y figura mira del lado que lo hace el Giraldillo, desconcertado lanza su plática ¿perdido os encontráis verdad?, ¡cómo pudimos confiar en tal andrajoso postillón!, ¡cómo queréis que gobierne nuestra vida si incapaz de la suya pudo ser director!, – se lamentaba Cano mientras movía su sombrero.
– No temáis, que las aguas aquí fluyen cortas y cualquier rucio las atraviesa sin dificultad, yo mismo lo haré para que vos lo presenciéis, – dijo el mísero Veleta.
Así el hombre azuza al burro que temeroso las manos mete en el agua, y la barriga y casi el cuello y las cosas nuestras también rompen la corriente que cada vez parece ser más. En un paso quebrado, burro y hombre son arrastrados junto con los aperos hasta la otra orilla y los remolinos llevan todo lo nuestro girando. El de Aznalfarache en viendo el resultado de la hazaña hinca espuelas y sin miedo cual moisés en la huida lanza su figura donde bultos, mendigo, y aperos danzan. Uno y otro a gritos lizan mientras Acuña y Rafael de Estrada ríen en lo alto de sus caballos, el Calatravo más bien padece por el destino de sus torcidas. 
El de Aznalfarache lanza auxilio y brazo al Veleta que en su desesperación también hace naufrago al infante Enrique que cae al agua ante el alborozo de mis oreados hermanos. El sevillano casi obra con sus manos lo que el agua no hizo en la garganta del Giraldillo, pues lo ahoga de furioso ímpetu mientras maldice una y otra vez. Yo, que nunca había visto a mi hermano en semejante lance, guárdome de soliviantar su ánimo porque si el de Aznalfarache maldice y amenaza, ¡vive dios! que lo hace o lo mata. 


Como ven vuesas mercedes épica y milicia como al reo hace la soga aunque apriete nunca ahoga, pero habéis de entender que al plebeyo por su condición el agua siempre le viene al cuello.
Sacamos al mendigo, sale como aparición fantástica que huye y se lamenta, ejecuta lo que mejor conoce, suplica, pide, implora y reza. Tras de él va Enrique con la mano como daga y de sus gestos se intuye que los mandobles al aire no son mas que desahogos que hace por no matar...
Yo, que la escena observo graciosa le digo no sin sorna  ¡portentos hace el señor!, que en estas tierras sin amo, tan a mano puedo ver, la Giralda y a un Sevillano...




Esta es una Encamisada especial pues no voy a narrar ningún hecho histórico concreto ni pasado. Aunque todo acontecimiento presente puede convertirse en histórico con el paso del tiempo, no lo sería si en él se hablara de caballeros, justas, liza y palenque, de pendones, armaduras, escudos y espadas. En un relato actual no tendrían cabida semejantes actores de pretéritas hazañas, de pasadas famas, solo en viejos libros podríamos observar sus inmóviles y planas figuras o bajo los arcos de alguna catedral podríamos intuir sus pétreos gestos de acometida y las livianas telas de los velos de las damas.
La mente se transporta sin querer hasta otros tiempos animada por la visión de esas imágenes, pero la mente no huele, no toca, no siente y no ve, solamente recrea lo que intuye pudo ser.
El Cine es recreación, también el teatro lo es y hasta la pintura, puesto que ésta recrea o interpreta los hechos según la visión del artista o la opinión de otros que sí estuvieron presentes en los acontecimientos que pretenden recrear, además las dimensiones de los marcos artísticos, los proscenios y hasta las descomunales pantallas de los cines se ven incapaces de reproducir los escenarios donde las historias ocurrieron, y solo nos aproximan a ellas.
El pasado mes de Mayo tuve la ocasión de poder oler, sentir, tocar y ver la historia de una forma muy aproximada a como pudo olerse, sentirse y verse en aquellos tiempos, y todo gracias a celebración en el Castillo de Belmonte (Cuenca) del Campeonato Mundial de Combate Medieval. Y ustedes se preguntarán, ¿qué clase de campeonato es ése?. Pues he decirles - a pesar de lo fácil de la retórica- que jamás vi un deporte tan de Caballeros, que jamás sentí tan cerca lo que trovadores y juglares cantaron y que jamás de esta manera acaricié las páginas de los libros que enloquecieron a nuestro caballero D. Quijote, de caballeros se trataba,  de caballeros y damas, en definitiva de una turba de locos con armadura congregados en la Mancha, ¿les suena?.



Por primera vez en España se organizaba un evento internacional de semejantes características reuniendo hasta quince selecciones procedentes de cuatro continentes.   Más de 400 Caballeros y Damas de distinta procedencia llegaban hasta la cuna de las hazañas y hechos fabulosos narrados en los libros de caballería. El lugar elegido sería el imponente Castillo de Belmonte en (Cuenca), fortificación situada en lo alto del cerro de San Cristóbal y que mandó construir el Marqués de Villena a mediados del siglo XV, una verdadera belleza visual para todos los amantes de las fortificaciones.  Este Castillo-Palacio de estilo Gótico con elementos Mudéjares y Platerescos, de enormes muros y  robustos torreones, ya tuvo ocasión de deslumbrar al mundo mostrando su presencia imperturbable en la famosa película “El Cid” de Anthony Mann (1961), protagonizada por el épico actor Charlton Heston y una jovencísima Sofía Loren. En esta cinta y bajo los muros del castillo el personaje interpretado por Heston se batía en noble justa al inicio de la película recreando la vida del conocido héroe Castellano. Quedaría desde entonces encerrado en las pupilas de muchos espectadores y debo decir que también en las mías.





           
 Reconozco que ya lo había visitado en una ocasión, y que no defraudó mis expectativas a pesar del frío manchego y el fuerte viento que asediaba sus muros y torres en la misma medida que mis mejillas y manos. Enseguida comencé a sumergirme en el mundo del Combate Medieval intentando saber qué me encontraría, cualquier excusa era buena para visitar nuevamente el castillo y esta parecía ser una buena causa a juzgar de lo insólito del acontecimiento, así que no podía faltar.
            El tres de Mayo en compañía de mi familia y un buen amigo, me dirigí hasta mi destino conduciendo sin prisa y disfrutando del paisaje, buscando con la mirada la presencia en cualquier cerro o mota de alguna muralla o atalaya de las que tanto me gustan. De pronto en lo alto del horizonte comienza a adivinarse la silueta pétrea de nuestro destino que mengua y huye cuanto más nos acercamos.
Un error en el rumbo hizo que acabáramos perdidos cerca de las faldas del castillo, pero solo fue un error en el rumbo y no del destino ya que la errata nos permitió observar una panorámica completa del lugar. Asomados a la ventana del tiempo contemplamos una imagen espectacular, castillo, castellanos, tiendas, gente y vida de otros tiempos. Acostumbrado a visitar castillos en apartados lugares y en la más absoluta soledad llamó mi atención la gran cantidad de gente que se encontraba en el lugar, el bullicioso ambiente que rodeaba todos sus muros inyectaba vida al entorno, los nuevos visitantes armados de cámaras fotográficas esperábamos en perfectas colas conquistar los adarves, creo que desde la guerra de sucesión castellana no se vio a tanto interesado en entrar dentro de sus paredones.




Ya en el interior y culminado nuestro primer propósito, llegamos hasta el lugar donde se celebraría el evento no sin antes atravesar o mejor dicho circundar su planta entre las defensas y los muros que nos observaban con las saeteras como ojos dándonos su bienvenida. Asomados bajo el dintel de piedra de un portón bajamos por la terrible cuesta hasta la explanada donde se encontraba todo preparado.
La imagen que encontré era algo parecida a lo que el poeta Manuel Machado escribió...

El ciego sol se estrella
en las duras aristas de las armas,
llaga de luz los petos y espaldares

y flamea en las puntas de las lanzas.

El ciego sol, la sed y la fatiga

Por la terrible estepa castellana,

al destierro, con doce de los suyos

-polvo, sudor y hierro- el Cid cabalga. (...)


Y es que nuevamente el terrible sol castellano (de ello daría fe mi amigo y acompañante) iluminaría las romas aristas de las armas deslumbrando en los Guanteletes y las Grebas de las armaduras. Ciego sol, sed y fatiga en los exhaustos semblantes de los competidores que pugnaban en las diferentes modalidades empleando desiguales acometimientos según las terribles armas que portaban. Polvo, sudor y hierro, hierro en las armaduras, espadas, hachas y mazas de los caballeros voluntariamente desterrados de sus remotas tierras. Por la terrible estepa castellana, de nuevo, el Cid Cabalgaba. Otra vez el Castillo de Belmonte era testigo de sus gestas.

Un inmenso palenque de madera sobre el polvo castellano sería el lugar donde se producirían los terribles y verdaderos combates, a su alrededor el público se situaba bajo las hileras de banderas, en gradas, en lo alto de los caminos de ronda y en las torres de la bella fortaleza que ejercía otra vez su papel de tramoya. Caballeros y damas eran llamados a batallar unas veces de uno contra uno, de tres contra tres, y de cinco contra cinco, aumentando la intensidad del espectáculo hasta llegar a los combates entre 16 caballeros contra otros tantos, pero la cima llegaría en la modalidad denominada “Captura al Rey” donde 25 caballeros de diferentes equipos guerreaban para intentar prender al rey que otros 25 defendían del hostigamiento, (Bellum omnium contra omnes) “Guerra entre todos contra todos”.


Las melés grupales daban una idea muy cercana de lo sucios y violentos que podían llegar a ser los combates del medievo y acercaban al impresionado espectador a la realidad de la lucha mostrando la dificultad que llevaba guerrear con una armadura de hasta 30 Kg de peso bajo un sol abrasador. Todo era real, armaduras, indumentaria, armas, escudos y blasones recreados mediante fieles reproducciones que vestían los acontecimientos de un rigor histórico impactante. La dureza de las escaramuzas y la violencia empleada en las agresiones hacía que a cada golpe certero y sonoro la concurrencia lanzara un clamor conmocionado que llegaba desde las gradas a los adarves y de éstos a las vertientes y las torres. En ocasiones los rivales quedaban enganchados por la fatiga hasta que otro de un mandoble violento les separaba, otras veces eran empujados contra las maderas hasta que uno caía al suelo y el otro mostraba su furia lanzando gritos de rabia mientras agitaba sus defensas animando la aclamación de los espectadores. Luego todos finalizaban abrazados en reconocimiento a la caballerosidad con que habían presentado batalla.
 De una liza a otra las banderas y estandartes eran flameadas a la carrera por hombres vestidos de la época como aviso de las naciones que iban a contender y llegado el caso para informar de la victoria de alguno de ellas. Acompañando a éstos se encontraban los aguadores, árbitros y jueces que auxiliaban y controlaban la liza, todos ellos igualmente incrustados en el entorno que se había vestido de tiendas, mercaderes, artesanos e itinerantes posadas que ofrecían al espectador refresco entre una y otra contienda.













Esta fue la historia de los CABALLEROS DEL BELLO MONTE. Jorge Hervás, Pilar López, Jorge Hervás López, Roberto Olmos Roldán y Eugenio P. Sánchez.










EL MOJADO VELETA. "UN TERCIO DE RELATOS".

En la oquedad rocosa buscamos cobijo, junto a la pira mis agregados secan pensamientos y vestiduras, la acechante oscuridad decide por nosotros que mejor quedar despoblados que itinerantes, el suceso de esta tarde entretiene nuestro partoleo mientras observo al Veleta que no dice, que no mienta. Solo atisba con su mirada a Enrique.
La imagen del soldado, calado, empapado y soliviantado no puede ser más descriptible, despojado del suyo jubón enseña las señales de heridas pretéritas, su enjuto cuerpo se muestra como carta, papiro y rollo de surcos mal curados y peor zurcidos, unos llegan desde el costado a la espalda siguiendo el costillar, deformes, rotos y a veces, hundidos. Largas cuchilladas, tajos parvos en el pecho, en los brazos más. Pellejos que guardan el mapa de su azarosa vida.
El Veleta mira y calla intentando descifrar el planisferio doloroso, de arriba a bajo, de abajo hasta arriba. Entonces tercio y pregunto al sevillano lo que ya conozco – ¡Soldado viejo! Cuenta las hazañas vetustas de tus heridas, de tus miserias, de tus carencias, pues la mirada del pedigüeño pide clemencia. 



El soldado relata cada una desta manera:

 Los costurones que veis todos tuvieron un padre que los hizo, algunos fueron huérfanos por la acción de mi espada y su hacedor no tuvo la ocasión de acabar su primer propósito y debo decir no sin sofoco que el último, tampoco. Unas de espada, otras de daga, y otras veces arcabuzada. Pocos sobrevivieron a ellas, a cual más doloras, las mayores las que no hallé sitiante, me refiero al que por la zaga vino a cortarme. Yo mismo remendé alguna de ellas, son las que posan junto a las entrañas, las otras las remendó creo si no me equivoco, el barbero del Tercio, un galeno de Valladolid y un curandero que desto sabía poco. Pero no todas se infligieron en el campo, alguna ocurrió en lecho y otras en la cama, unas por pecho y otras por dama, que de amores no son pocas y casi todas las hicieron en duelo y arrebato los maridos de las damas que después yo mato.

Dudo si el parlamento del sevillano calmó las ansias del Veleta, pues creo que mojado seguía después de tener la ropa seca.


Por Jorge J. Hervás Gómez-Calcerrada.


Gracias a mi amigo Roberto Olmos Roldán por sus excelentes Fotografías y su compañía.




lunes, 5 de mayo de 2014

EL HÉROE DE MADRID.

EL CICERONE MENESTEROSO. "UN TERCIO DE RELATOS"(X).



            El Sol de España ya había coronado nuestras cabezas, y digo bien en nombrarlo astro hispánico porque jamás de otra tierra fue estrella tan suya. De los predios del orbe gran parte son administrados por el buen gobierno de mi Rey que suyos son por la Gracia de Dios.
            La desconfianza, dama unida por filiación con la cautela viajan a la vanguardia y a la zaga, esto es, El Calatravo delante vigila la presencia de cualquier cosa, hombre, animal, circunstancia o ánima; en su papel de acechador escucha, fisga y ojea mientras chupa cualquier esqueje o pimpollo y sujeta los arreos con la mano inacabada a modo de tenacilla lanzando de cuando en cuando su mirada hacia la cola de su garañón.

            En retaguardia al paso del burro que lo lleva anda el Vascongado Acuña que ni escucha ni fisga ni otea pues es hombre desprovisto de discernimiento al igual que el jumento que lo acompaña y al igual que este, si presume la llegada pronta del topetazo, seguro derrama patada, puñada o testarada pues su discurso es éste y no otro y sus palabras no son otras que ésas. Delante de los borricos va Rafael de Estrada que camina más que cabalga, y de ello siempre reprocha. Dice el infante que la cabalgadura no se hizo para sus posaderas –¡maldito animal que al hombre hace caballero!, prefiero errar plebeyo que seguir izado en su lomo. Mis posaderas nacieron encarnadas a golpes de un caballero y morirán si dios no lo remedia bermejas por caballo.
            Cano ríe a mi izquierda y yo a su diestra voy y vengo intentando determinar que vereda tomar. Estos caminos son ignotos a mis ojos pero no de las alimañas que los habitan, seres volantes, deslizantes, fluidos de patas y sonoros picos, de todos hay y nos notan esquivos de su presencia. Su compañía no hace si no servir de alarma de nuestros sentidos, pues su presencia cierta indica que otros antes no nos han precedido ni aguardan emboscados, además puede que alguno termine sirviendo de manduca.
En ocasiones parecemos llegar a una villa y esta desaparece bajo las ansias y el decorado forestal, creo que al menos hoy no pisaremos morada. De pronto el rucio comienza a rebuznar provocando la estampida sonora de todo ser animado. Comienzan caballos y caballeros a deshacer la recua y el ruido placentero de los aceros vuelve a escucharse, todos descabalgados, todos armados, todos afónicos de prudencia, todos en direcciones opuestas. El de Aznalfarache en posición de la suya verdadera destreza y llevando la tizona desde la guardia baja hasta su mirada dice –¡allí, bajo la peña!, ¡donde crece el septentrión musgo!.
 Bajo esa peña sentado y abrigado de mísero sayo se adivina la presencia de uno en figura mendicante. Son muchos los que por estas tierras practican la profesión de malhechores, vagos, prófugos y pícaros de jabega, que mañosos de su innoble profesión nublan la razón de los incautos caminantes.
Viendo que solo uno se halla y nosotros siendo más nos dirigimos hacia la peña sin descuidar los hierros y llegando le digo –¿Quien sois vos que vestís harapos roña y báculo?, contestad si es que el idioma del imperio habláis, –el harapiento levantando la cabeza contestó. –Por qué sospecháis de un pobre mendigo que pordiosea y que a la vista muestra su condición, mientras vos siendo soldado procura no parecerlo?. El mendigo solicita dádiva en el pórtico, duerme en los paseos y descansa en los caminos, ¿qué hace el soldado fuera de su guarnición?...
Quedaron todos pasmados de su verbo firme y la certidumbre de sus palabras, entonces, desnudando la mano del mitón le pregunté que casi conminación se trató. Si cierto es lo que decís y vuestra penosa condición os lleva a deambular por los caminos en busca de qué comer, seguro podéis ayudarme a encontrar la villa de Arville. Rápidamente y tornando el gesto el mugroso dijo –¡Santos me guían¡, presto habéis de saber que hacia la aldea Arville vago, dicen que sus avecindados son abundantes en limosna y por costumbre no apedrean a los que como yo solamente imploran y no afanan.
Juan Cano ya había cruzado su mirada con todos, cuando de su boca salió lo que digo –Muda tu báculo en vergajo con el que arrear al burro, que yo arrearé a los dos si el camino descarriáis....





De nuevo estoy aquí, de nuevo paseando por la línea del tiempo de nuestra historia, y es que pasear es muy recomendable. Dicen los galenos que saben mucho de esto que pasear fortalece los músculos, relaja, combate el estrés, fortalece el corazón y el cerebro. Todo eso está muy bien, pero lo que a mi juicio verdaderamente estimula y fortalece es la psique, es decir, el Alma, el Espíritu.
            La gran mayoría de las veces paseamos sin prestar atención a nuestro entorno, edificios, paisajes y monumentos se cruzan con nosotros como ajenos testigos de nuestra presencia. Hoy caminaré por una de las Plazas más populares de Madrid en pleno Barrio de Lavapiés y antesala de la Ribera de curtidores, ¡casi ná!, que diría el castizo. Creo que con estos datos casi todo el mundo se ubica o por lo menos los habitantes de la Villa y corte; estamos en la Plaza de Cascorro.
            Antigua Plaza donde se mataba a los animales, de estas hay muchas en España, y donde hoy se ubica El Rastro, visita casi obligada de madrileños y forasteros, lugar de compras, fisgo, tapeo y chalaneo. Los que habitualmente se acercan por esa Plaza observan entre la marabunta de visitantes la presencia de una estatua la cual, frecuenteme es utilizada como punto de encuentro o reunión de transeúntes emplazados y muchas veces desorientados, “...tío si te despistas quedamos en Cascorro, bajo la estatua, que aquí hay mucha gente...”. Todo el mundo pasa, pero pocos se detienen a mirar quién se alza sobre el basamento.

Un hombre de poblado bigote y paso firme lleva al hombro un fusil con una magnífica bayoneta calada y porta bajo su brazo izquierdo algo muy voluminoso, parece una caja o algo así, además de un gran machete a la cintura lleva atada al cuerpo una gruesa cuerda. Ésta es la peculiar estampa con la que nos encontramos, imagen extraña de un soldado. Pero, ¿qué hace?, ¿por qué lleva atada una cuerda al cuerpo? y ¿qué es lo que lleva bajo su brazo?. Señores transeúntes, interrumpan su marcha unos minutos y escuchen la historia  del “HÉROE DE CASCORRO”, si peculiar fue su hazaña, no menos lo fue su vida.

Estatua de Eloy Gonzalo en el Madrileño barrio de Lavapiés.

 ELOY GONZALO GARCÍA "CASCORRO"

El 1 de Diciembre de 1868 un recién nacido lloraba a las puertas de la Inclusa de Madrid, las monjas que lo recogieron observaron que la única compañía del neonato era una nota en la que ponía su nombre, Eloy Gonzalo García, así se llamaría. Las monjas preocupadas por el destino del pequeño Eloy, lo entregaron a la mujer de un Guardia Civil que acababa de perder a su hijo y se encontraba en disposición de poder criarlo. Las mensualidades para su mantenimiento fueron puntualmente pagadas por las monjas hasta que el muchacho cumplió los trece años, entonces Braulia, que así se llamaba su madre adoptiva, decidió que ya era hora de que Eloy buscase un trabajo con el que contribuir a la exigua economía familiar.
El pequeño deambularía como aprendiz de diversos trabajos, albañil, barbero, carpintero, pero en ninguno tuvo fortuna. Así en 1889 se alistaría en el ejército, concretamente en el Regimiento de Dragones de Lusitania, la dura vida que había llevado agudizaría su ingenio alentando su iniciativa, y en poco tiempo ascendería a cabo. Su humilde carrera militar proseguiría esta vez en el prestigioso Instituto de Carabineros del Reino donde el joven soldado alcanzaría cierta estabilidad, pues era un hombre bien parecido y no tardaría en encontrar novia. Cuando todo parecía irle bien al joven Eloy, un hecho le devolvería a su procelosa vida. Cierta noche nuestro soldado se dirigió a encontrarse con su prometida, al llegar pudo ver como ésta se encontraba citada con un Oficial en amorosa actitud, Eloy resolvió la flagrante infidelidad con su arma, con la que amenazó al Teniente valiéndole su expulsión del cuerpo y su internamiento en la cárcel militar de Valladolid.
Nuevamente nuestro héroe llegaba a las puertas del Penal desnudo y portando solo su nombre, había sido desposeído de su condición de militar y su destino sería una larga condena de 12 años. Un hombre joven, sin futuro y sin familia se podría en una  oscura celda, el destino jugaba una vez más en su contra hasta que una noticia irrumpió de pronto en la sociedad Española. El estallido de la Guerra de Cuba.




Este acontecimiento sería la llave que lo liberaría de la cárcel pues ese mismo año el Gobierno ante los acontecimientos que se estaban produciendo en ultramar, decide redactar un Real Decreto en el que ordena una recluta extraordinaria y permite el alistamiento de convictos. Nuestro protagonista no se lo piensa ni un instante y se enrola en el primer reemplazo que lo llevaría a Cuba a bordo del Vapor León XIII desde La Coruña.
 Tras un largo viaje en el que cumple los 27 años, el 9 de diciembre de 1896 llega a la isla de Cuba, concretamente será destinado a la Provincia interior de Camagüey integrándose en el Regimiento de Infantería María Cristina nº 63. La unidad recibe el encargo de la defensa de los diferentes “Blocaos” que se reparten por toda la zona. Los “Blocaos” son fortificaciones aisladas entre sí que cuentan con unidades de artillería e Infantería. El Infante Gonzalo será destinado a uno de los más pequeños de estos Blocaos, el de Cascorro, pequeña aldea situada a más de 60 kilómetros de Camagüey. Este pequeño pueblo rodeado de plantaciones de cañas de azúcar y prácticamente sin valor estratégico, apenas puede mantener su deficiente defensa de las innumerables acometidas de los Mambises que atacan sus posiciones para luego ocultarse en la sabana.

La situación en el Blocao de Cascorro cada vez es peor, los continuos ataques de los rebeldes junto con la insoportable humedad producida por las frecuentes lluvias merma las capacidades defensivas españolas. Aprovechando la situación de desgaste, el 22 de Septiembre de 1.896 más de 2500 rebeldes atacan la plaza con piezas de artillería, iniciando entonces un hostigamiento constante a los tres fuertes que a duras penas resisten el envite. El Capitán Neila que defiende la posición, decide resistir y solicita auxilio al Cuartel General, pero las fuerzas enviadas se atascan en el camino el 5 de Octubre.
Después de semana y media la defensa empeoraba, a los constantes bombardeos rebeldes se unían las enfermedades que empezaban a mermar la salud de los defensores, la disentería y el tifus atacaban a la vez que lo hacían los Mambises, también la falta de munición y comida suponían otro frente al que combatir. Esta situación fue aprovechada por el enemigo para intentar parlamentar con el Capitán Neila y pedirle que se rindiera, su respuesta fue esta:

“He admitido al parlamentario que me envía usted porque creí que, habiéndose desvanecido todas nuestras ilusiones de triunfar, y aprovechando la bondad de España, veníais a acogeros al indulto. Nosotros no nos rendiremos nunca, y no me envíen más recado, o haré fuego sobre el emisario.”

 El tiempo pasaba y las adversidades crecían en su entorno, pero el verdadero problema provenía de dos casas cercanas desde donde se atacaba constantemente las posiciones Españolas. Este lugar suponía una continua amenaza que había que cortar si se pretendía aguantar la posición y ya casi no quedaba tiempo. Una de ellas pronto fue desalojada en un rápido contraataque pero aún quedaba otra. Aquí comienza la verdadera historia de nuestro protagonista, y que dará luz a su efigie.

El Comandante de la Plaza el día 5 de Octubre decide que la única solución para romper el asedio sería realizar una incursión suicida en el Cuartel General enemigo, para lo cual un hombre dispuesto a morir debía prenderle fuego. Así por la tarde el Capitán Neila tras reunir a los soldados propuso la descabellada acción a todos los allí presentes, y solicitó un voluntario. De todos ellos un joven dio un paso al frente, se trataba de Eloy Gonzalo García, el madrileño se propuso como voluntario para realizar la mortal hazaña pidiendo únicamente y ante la certeza de su muerte, que se le atase una cuerda alrededor del cuerpo para que si fallaba en el intento y moría pudiera ser recuperado su cadáver y honrado convenientemente por sus compañeros.
Al anochecer salió nuestro héroe vistiendo la imagen que rememora su estatua, fusil al hombro con la bayoneta calada, una antorcha en la mano derecha y una gran lata de petróleo bajo su brazo izquierdo. Rodeándole el torso y la cintura un gran cordel cuyo extremo quedaba en las manos de sus compañeros a modo de cordón umbilical que le unía a la muerte. Como una sombra se dirigió hasta el edificio Miguel Hernández, tras unos minutos de silencio éste comenzó a arder convirtiéndose en un infierno del que huían los rebeldes ignorantes de que Gonzalo eficazmente agazapado los esperaba para abatirles con su fusil.
El Capitán Neila envió entonces un pelotón al rescate de Eloy al cual trajeron incomprensiblemente salvo hasta sus posiciones, habían traído al ya Héroe de Cascorro. Al día siguiente llegaron los refuerzos comandados por Jiménez Castellanos, pero la amenaza había desaparecido bajo las llamas de aquel edificio y como el fuego la noticia llegaría a Madrid donde pronto pasaría de boca en boca. Aquella gesta no significó nada en una guerra destinada al fracaso, tampoco se trató de una gran batalla que consolidara grandes fines estratégicos pero el pueblo de Madrid de donde procedía el infante tomó a éste como la representación del triunfo y el heroísmo desde la humildad y un ejemplo a seguir. Su hazaña se contaría una y otra vez.



El 5 de Junio de 1902 el Rey Alfonso XIII descubrió la estatua de Eloy Gonzalo en la Plaza de Nicolás Salmerón y desde entonces los Madrileños la conocieron ya siempre como la Plaza de Cascorro, uno de los héroes más populares de Madrid.





EL HÉROE DE CASCORRO EN EL CINE...

"HÉROES DEL 95", película Española rodada en 1947, dirigida por Raúl Alfonso y protagonizada por Afredo Mayo y Jorge Mistral entre otros.











EL CICERONE MENESTEROSO. "UN TERCIO DE RELATOS".

Entonces ya éramos siete,
dos Borricos,
un Mendigo,
un Caballero descabalgado,
el Manco de tres dedos,
Cano,
y el hacedor de este entramado.


Delante el Mendigo dirige,
si la ruta deshace,
detrás Cano con el palo
da por cierto que le atíce.




POR JORGE J. HERVÁS GÓMEZ-CALCERRADA.

A la señora de pies inquietos....












martes, 11 de marzo de 2014

SALVAR AL SOLDADO CULTURA.

EL VIVANDERO. "UN TERCIO DE RELATOS" (IX).

      Mis pasos engullen destino y carne, el hambre convertida en escudero nos recuerda cada poco tiempo su fatigosa presencia menguando memorias y estómagos. La barriga llega a convertirse en cabeza, si bien la una aliviada de sombrero se contenta, no así el infortunado estómago que solo a base de pan se sacia. Mientras todo pasa  esperamos la pobre ración que borre la presencia de la ferviente compañera.


Llegan dulces noticias que no a muchos días pudiéramos llegar al Étape donde abundante manducatoria se reserva a nuestras ganas, haciendo que el ánimo se adelante a todos. Como sabéis yo desconfío de los rumores más que de la espada hereje, pero ¡pardiez!, el estómago pesa en este instante más que la testa, así pues quedo víctima voluntariosa de sus mandobles.
Apenas llegado el orto un joven muchacho se acerca presuroso hasta el fuego donde nos hallamos, dice portar encomienda del Furriel Mayor para que yo a su presencia me llegue. Todos los infantes presentes dejan caer el ala de su sombrero con la intención de ausentar sus rostros. No es la primera vez que de mi persona se interesa alguna cosa del mando pues las intenciones son tan viejas como yo, así pues envaino la ropera y diríjome tras el comisionado. Atravesando el tumulto me presento en reverencia ante el Furriel Pineda, el cual convenientemente espigado y haciéndome  ver su espalda me invita a pasar bajo los lienzos de su morada.
-Os preguntaréis por qué os hecho llamar, aunque a vos creo que el motivo poco le inquieta teniendo en cuenta su fama, ¿verdad?. -dijo el furriel mientras se rascaba la sucia pelambrera.
       -Soldado soy desde hace tiempo y mis destinos los dejo correr a cuenta de las jerarquías que me gobiernan, así pues no suelo preocuparme más por ellos que de mi persona –respondí. 
     Entonces el Furriel se giró y mirándome dijo -: Como sabe vuestra merced uno de los enemigos de los soldados del Rey es el hambre, éste ataca todos los días sin descanso y es obligación mía mitigar sus acometidas, pues bien, es necesario que vos y los infantes que a su disposición toméis den escolta a cierto Vivandero para que sin mal ni demora pueda traer hasta nosotros sus productos y así asegurar la pitanza de las escuadras. Será necesario que lo recojan en la aldea de Arville y lo traigan hasta aquí por las inseguras y emboscadas veredas de estas tierras. Es hijo de Francia y toma por nombre Alvar de la Provenza. Tienen licencia directa del Maestre de Campo que conoce el asunto.
Ya no necesitaba más por conocer, otra vez el acero me acompañaba. Reconocer debo que el asunto era de mi gusto ya que soy hombre de acción y no de relajo, ahora mi mente solo pensaba en distinguir cuál de los hombres de mi confianza me llevaría. Seguro lo haría Juan Cano, la misión concreta me aseguraba su fervorosa ayuda. La presencia de las viandas afianzaba su fiel traza apartándole de sus notorias ganas de gozosa evasión. ¿Los otros?, pues para que pensar más, los compañeros de habituales encamisadas.
 Al llegar se encontraba Cano descalzo de una bota, con la pezuña airosa y un dedo casi lisiado a causa del camino. -¡Pardiez!, no es posible que dedo tan parvo pueda provocar más dolor que una cuchillada, pareciera que un hurgón me atizara a cada paso. –dijo llevándose casi la zarpa a la nariz.
-Temo amigo que tus males acabarán con la proposición que llevo. El Furriel dispone dar escolta a un Vivandero, o mejor dicho a sus viandas, uno y otras deben llegar sanos hasta el campamento, así pues calza pie y espada que esta noche salimos sin demora. –dije mientras observaba su postura.

    -¿Viandas decís?, os aseguro que mi vida dejaré en su custodia, mi alma en su bálsamo, mis fuerzas en ello, que de tan grande encargo jamás fui comisionado. Certero habéis de estar que no habrá momento en que cerca de tan sabrosa mercadería no me encuentre y ¡Vive Dios! que a nadie he de dejar sustraerla -.dijo Cano mientras calzaba repentinamente su desnudo pie...


   Andaba yo bastante tiempo rumiando cual sería mi próxima encamisada, mi cabeza por momentos desconectaba y se quedaba con el pensamiento puesto en una historia para después como si de un televisor mal ajustado se tratase, desconectar súbitamente y volver a la realidad sin haber podido determinar cual sería. Reconozco que en mi mente se esparcían multitud de temas que me apasionan, a unos los desechaba por ser demasiado conocidos temiendo que su lectura resultara aburrida, y más en estas redes de dios donde el párrafo largo asusta al lector de pantalla táctil. Otros me parecían que debía reservarlos para otro momento no sé muy bien por qué. En esto estaba cuando me llamó la atención el estreno de una película. Hacía tiempo que no iba al cine y me pareció una buena ocasión. A mí siempre me ha gustado el cine. En los tiempos de noviazgo (este palabro asusta ahora más que la Bicha) llegaba a sentarme en las butacas hasta en dos ocasiones por semana, pero ahora reconozco que mi presencia en las salas enmoquetadas ha menguado tanto como mi flequillo.
Pues bien, la película en cuestión se llamaba “MONUMENTS MEN”, dirigida por George Clooney presentaba un elenco (toma otro palabro antiguo) de fantásticos actores que, a mi juicio, junto con el tema que trataba resultaba más que tentador. Matt Damon, Cate Blanchett, Bill Murray, John Goodman entre otros formaban parte de la cinta que trataba como tema principal la incursión en plena Segunda Guerra Mundial de un Batallón Norteamericano formado por  directores de museos, artistas, arquitectos, conservadores e historiadores del arte.  Con este peculiar grupo se pretendía entrar en la Francia ocupada e intentar rescatar las obras de arte del expolio Nazi evitando su destrucción o desaparición, y si era posible devolverlas a sus legítimos dueños.

Más que una película bélica resulta una llamada de atención sobre la importancia del patrimonio histórico, el legado cultural y los logros de la humanidad, que en ocasiones se ven en riesgo de desaparecer llevándonos irremediablemente a la pobreza cultural por tratarse de bienes irreemplazables. La historia se basa en hechos reales, lo que de inmediato hizo que mi mente conectara de nuevo y me llevara a redactar la presente Encamisada, que contaría esta vez cómo se intentó preservar el legado histórico en plena Guerra Civil Española.

 ESPAÑA 1.936. EL PATRIMONIO HISTÓRICO EN PELIGRO.

      Todo conflicto bélico conlleva una pérdida irreparable de vidas, de pronto todo deja de tener valía llegando al convencimiento de que si la vida deja de tener importancia lo demás pasa a ser solo una consecuencia irremediable de los propósitos casi siempre políticos que se pretenden alcanzar. De esta manera sus atroces consecuencias se ceban además de con la vida en sí misma, con la propia existencia humana y en definitiva con sus logros.  Uno de sus efectos menos conocidos es el expolio, deterioro o destrucción del patrimonio histórico.
Iniciada la Guerra Civil Española el fanatismo del Frente Popular llevaría a multitud de milicias al expolio y destrucción de edificios singulares, bibliotecas y obras de arte. Una de sus puntas de lanza sería el ataque a la Iglesia Católica a la que se odiaba por representar un referente de la España más tradicional, en su enfurecida acometida se quemarían edificios y templos de los cuales se sustrajeron gran cantidad de obras de arte, otras quedarían deterioradas o destruidas.
     Como consecuencia del inicio del conflicto el orden público comienza a deteriorarse gravemente, el gobierno de la República desbordado por los exaltados acontecimientos que empiezan a producirse se ve en la obligación de proteger el tesoro histórico. Así en un intento de preservar el Patrimonio, el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes ordena la creación de la Junta de Incautación gobernada por diversos intelectuales y artistas. Desde ese momento comienza a trabajar en la incautación, traslado, restauración y elaboración de catálogos. Esta labor  llegaría a ser muy dificultosa en ocasiones por la negativa de multitud de jefes o responsables de las milicias a desalojar los edificios singulares que ocupaban o a entregar las obras de las que se habían apropiado.

      No cabe duda que la labor realizada por la Junta en los primeros inicios fue muy importante pues se trasladaron abundantes cantidades de piezas de gran valor histórico en riesgo de destrucción o desaparición al interior de la Basílica de San Francisco El Grande y al Convento de las Descalzas en el centro de Madrid. Se comenzaba a trabajar de una manera más organizada y a un buen ritmo, pero pronto llegarían las desavenencias entre los responsables de la Junta y el Gobierno, pues los primeros se mostraban más preocupados por preservar las obras por su valor artístico y los segundos más por su valor económico, se sabe que Negrín ordenaría al acopio de objetos artísticos de gran valor con la intención de asegurar los medios económicos en el caso de ser derrotados y tener que marchar al exilio.
      En este contexto, a pesar de los esfuerzos de algunos en salvar el legado histórico, una gran cantidad de obras de arte fueron robadas, destruidas o dañadas, desaparecerían multitud de colecciones de monedas antiguas de los museos, algunas de las cuales se fundirían, también serían sustraídas las alhajas depositadas en los montes de piedad y en algunas casas particulares. De la misma forma importantes bibliotecas fueron despojadas de valiosísimos libros incunables y primeras ediciones. 



MUSEO DEL PRADO

   Avanzada la contienda el gobierno cambia, se nombra como presidente a Largo Caballero, el cual a su vez nombra como Ministro de Instrucción Pública al Comunista Jesús Hernández. Dos meses después las tropas nacionales ya se encuentran a las puertas de Madrid y se tiene casi la certeza que la ciudad caerá en sus manos en cuestión de pocas horas. Entonces la preocupación se centra en proteger el Museo del Prado de los inminentes bombardeos de la aviación Nacional. En ese momento el museo ya había sido destinado a almacenar gran cantidad de obras de arte que junto con las colecciones propias suponía toda una joya artística mundial.
 
 El Gobierno ante la amenaza de la caída de Madrid decide trasladarse a Valencia donde fija su residencia ordenando mediante Decreto que el tesoro de El Prado lo acompañe, justifica esta medida aduciendo que es lo más conveniente para protegerlo de los apremiantes bombardeos. En principio puede parecer que la medida resultaría la más propicia a los intereses del patrimonio albergado en El Prado, pero no se justifica ya que el museo siguió refugiando durante toda la guerra gran cantidad de obras por considerarse un lugar seguro. Además otra razón para evitar el traslado a Valencia sería la posibilidad totalmente viable de su depósito en la Cámara subterránea del Banco de España, una de las mejores del mundo destinada a la protección de obras artísticas, entonces, ¿por qué el Gobierno de Largo Caballero decide trasladar las obras hasta Valencia?.

     Esta es una pregunta a la que diversos autores han pretendido dar respuesta, pero lo que está claro es que el traslado se produjo, y éste sí supuso un riesgo de considerables proporciones ya que las precarias condiciones en que se realizó pondrían en un gran peligro a las obras. Además el riesgo de bombardeo esgrimido como justificación para su traslado a Valencia aumentaba sustancialmente durante el camino donde los transportes eran un blanco fácil de la aviación, en ocasiones estos se alojaban en polvorines o cercanos a objetivos militares. Si a todo ello unimos la deficitaria red de carreteras la cual como es de suponer se encontraba maltrecha por los efectos de la guerra y a merced de fáciles emboscadas, llegamos a la conclusión que la medida tomada más que una salvación supuso un temerario error. 
     Para hacerse una idea de las condiciones en que se realizó el traslado cabe describir cómo en un primer Convoy en el que viajaba el famoso cuadro de “Las Meninas” de Velázquez, al llegar al Puente de Arganda tuvo que detenerse de manera estrepitosa al percatarse a tiempo los conductores de que la estructura superior del puente era más baja que la altura de la carga de los camiones, teniendo entonces que descargar las pesadas piezas y viéndose obligados en ocasiones a utilizar rodillos bajo las cajas dada la gran altura y peso de alguna de ellas.
     
 Cierto es que los bombardeos sobre Madrid se producirían ente los días 14 y 16 de Noviembre como consecuencia del fracaso de las tropas sublevadas a acceder a la ciudad por tierra. Los bombardeos comenzarían el día 14 la zona de Atocha y en las fechas posteriores serían atacadas la Ciudad Universitaria y el Congreso, de esta manera con la intención de arremeter contra la legación de asesores Soviéticos hospedados en el Hotel Savoy, el día 16 se lanzarían varias bombas incendiarias y explosivas. Trece de las bombas incendiarias caerán en la zona del Paseo del Prado impactando nueve de ellas contra los muros del museo lo que produciría la rotura de cristales y daños en los cerramientos de las puertas, si bien no se produciría ningún incendio de consideración. Pronto la propaganda republicana usaría este acontecimiento a su favor esgrimiendo que el ataque se había producido con la intención clara de afectar al museo pretendiendo su destrucción. Cuesta creer que fuese así, pero éste sería el pretexto más eficaz para el traslado que en breve comenzaría.

       Las consecuencias de los bombardeos además, claro está, de las perdidas de vidas humanas, y en cuanto al tema que trato serían diversos daños en edificios importantes como el Ministerio de Fomento, la Iglesia de San Sebastián, la Biblioteca Nacional o el Palacio de Liria y otros que se convertirían en blanco de la aviación por utilizarse como sedes o cuarteles de las milicias republicanas.
Existió una gran preocupación por el destino de las obras evacuadas desde Madrid, la posibilidad de que muchas de ellas salieran al extranjero y desaparecieran era una constante inquietud, también existía la posibilidad que algunas de ellas fueran utilizadas por el Gobierno del frente Popular como pago a los créditos que Stalin recientemente les había concedido, aumentando las dudas sobre las intenciones por las cuales se llegó a acumular tan ingente cantidad de obras de arte, monedas y joyas. Es de justicia resaltar que si bien las grandes obras pictóricas no eran un producto valido para ser vendido en el mercado precisamente por tratarse de obras universales y fácilmente reconocibles, si lo hubieran podido ser otras muchas muy apetecibles para ser adquiridas por coleccionistas particulares. 
         La conclusión es que después de este periplo la mayor parte de las obras pudieron salvarse y hoy pueden disfrutarse por sus legítimos dueños, la Humanidad, de la cual yo formo parte. 
        Me gustaría finalizar con una frase de la película que cito al principio “MONUMENTS MEN” que resume muy bien todo lo dicho anteriormente:


“Pueden exterminar a toda una generación, arrasar sus casas y aún así el pueblo se repondría. Pero si destruyen su historia, si destruyen sus logros es como si nunca hubiera existido”







EL VIVANDERO. “UN TERCIO DE RELATOS”



Los elegidos de este incierto lance serían para mi ventura, Enrique de Aznalfarache hombre enjuto de pellejos mil zurcidos, embozo y certero hurgonazo, de  verbo sucinto solo sentencia para ratificar a su espada. Otros, Julián Calatravo, hidalgo de mecha fácil al que le faltan dos dedos de su mano izquierda, la lleva siempre vestida de un moquero que deja ver su tridente digital, es decir, sus tres dedos. También a otros dos los llevo, a uno por diestro y a otro por zocato, el último con su mano inversa esgrime del lado que no se espera el acometimiento, confundiendo las arrancadas del otro que no encuentra por donde le llega el zarpazo de la daga.
 El primero, diestro tanto en la espada como en el arcabuz, Vascongado de corcova ancha y de manos, las cuales nunca se hallan desarmadas, pues a falta de espada sus dedos forman gavilanes y cazoleta con los que acomete en violentas empuñadas. Ambos se hacen llamar Santiago Acuña y Rafael de Estrada.
Ya formada la quinta, ya formado el cortejo, ya la noche llegada, ya el sosiego inquieto, un caballo al caballero y un pollino cargado de aperos, esta es la estampa de cinco caballeros que nunca lo fueron. Comienza la épica del puchero, soldados de la carne y el queso, ¡QUÉ PENA DEJAR LA VIDA EN ESO¡

Por Jorge Hervás Gómez-Calcerrada.