LA ENCAMISADA

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miércoles, 4 de diciembre de 2013

BANDOLEROS. ASALTO AL MITO.

LA FUENTE DE LOS TRES CAÑOS. "Un Tercio de Relatos" (VII).


Seguimos adelante, recorro camino y vida, mengua uno a la vez que la otra, inquietante proporción que no amilana al soldado viejo pero intuyo turba las ansias impúberes de otros. Claro, que nada decrece si antes no ha espigado ya, todo se yergue a lo que puedo alcanzar con la punta de mi espada, arboledas, mieses, y nubes armadas de impía humedad amenazan a hombres y pólvora por igual, y digo impías sólo en ocasiones ya que dicha y desgracia del cielo vienen.
        Sol, luz y claridad son arrebatadas a duelo por la penumbra que envuelve en su capa todo el paisaje, en esto, cuidamos más por cobijar el pan del arcabuz que de alimentar al hombre. Cual manada boba seguimos la dirección que se nos da, rezando por llegar a ver tejados donde sustentarnos, pues ya es conocido que los soldados del Imperio derecho a manducatoria y posada tienen a su presencia, pero ni tejado ni sustento llega a su tiempo, por lo tanto, mal tiempo acostumbra para todos.
Sigo prevenido de la presencia del joven que no ceja en observarme de vez en cuando, mientras, se ordena parar. Gozosa orden, si bien no más que otras. Como todo en armas tarda en organizarse, y lo que pareciera revuelo se torna por obra del Tambor en ciencia, así los Doctores de la espada, los Académicos de la pica y los Bachilleres de la daga, en un instante quedan parados donde la superioridad ha determinado. Quedo yo con otros bajo un árbol tomando como asiento una roca tupida de verde musgo.
Juan Cano que a mi lado se encuentra, comienza y es su costumbre, a hablar de lo sediento que se halla - ¡Pardiez!, ni un solo soplo de líquido entra en mi boca desde que salimos de aquel maldito predio, con un cuartillo de vino ya me aliviaría yo - y continuaba su desdicha diciendo - presentaría mi pobre estampa en los infiernos por un poco de vino.-
El jocoso corral en que se había convertido el grupo rió hasta que mi voz irrumpió en la escena esgrimiendo la siguiente plática:
            - Conozco cierto hecho de un solado que sirvió en pretéritas famas a las nuestras, en el que contaba que cercano al camino del Milanesado se hallaba una fuente de hasta tres caños. De dos de ellos, como es costumbre, manaba agua, pero del tercero surgía abundante un gran chorro de rico vino. Dicen que aquellos que más sedientos y diezmados de fuerzas al llegar bebían de los emisarios de agua, regresando prestos a su destino, mientras que los menos aciagos y que llegaban únicamente para calmar sus yermas virtudes quedaban ebrios y difusos tras haber bebido una y otra vez del caño de Baco. Así quedaban sin poder precisar su origen y perdidos no regresaban jamás.
          Todavía soldados ebrios y sin destino vagan en busca de su mesnada, puesto que un caño es el Origen, otro el Destino, y el tercero sólo es Fatigosa Deambulación, ¿qué Caño quieres Cano?... -
El corral alborozado nuevamente rió, mientras, Cano que escuchaba no sin cierto asombro mi relato, con sorna aseveró:
            - Puesto que el destino nunca es preciso y para un soldado hoy no es mañana, tengan en cuenta vuesas mercedes que mi origen siempre ha sido el vino y si elegir tengo, me quedo con el origen que ya beberé de otras fuentes con menos caños. -



ASALTO AL MITO.

Así es, me encuentro emboscado tras una peña que me oculta de ustedes. Seguramente pueden imaginarme vistiendo calzón hasta la rodilla, pañuelo y manta al hombro. En la faja una buena “Faca” mientras cojo fuertemente un gran trabuco. De esta guisa me dispongo a asaltar el carruaje en el que viajan los mitos más románticos, y estereotipados de la cultura popular española. Los Bandoleros.


Con mi asalto pretendo desvalijar a estos personajes de sus leyendas ideadas de forma fantasiosa en los Pliegos de Cordel, por escritores y poetas de escasa categoría intelectual que pretenciosamente exageraron la vida Bandoleril, vertiendo sobre sus actitudes mentiras y virtudes que envueltas en romanticismo han llegado hasta nuestros días como una verdad casi imperecedera.
Debo reconocer que a mí siempre me han gustado los personajes épicos y si pertenecen al imaginario patrio aún más si cabe, pero en el caso que nos ocupa las distorsiones que de ellos se han hecho por parte de escritores y poetas sobre todo extranjeros para adecuarlos a los gustos románticos de la época, han favorecido poco su conocimiento, propiciando así una idea inadecuada de ellos.
Su verdadero conocimiento les llevará a distinguir lo real de la ficción, por lo tanto a disfrutar de ellas a partes iguales. De esta manera, paso a presentarles a los protagonistas de mi historia, que en esta ocasión es real como la vida misma.
Aquellos fugitivos que fueron reclamados por la justicia mediante un Bando, se convertirían en Bandidos, Proscritos, Salteadores de Caminos, Forajidos, Facinerosos o Dronistas como se les denominaría en Germania. También se les llamó Caballistas en Andalucía, y Trabucaires en Cataluña. Todos ellos no serían más que vulgar delincuencia en cuadrilla, que actuaron delinquiendo contra las personas y sus bienes, con la única intención de enriquecerse.
Pero para poder entender el bandolerismo en España hay que viajar a su origen, y determinar los factores que lo propiciaron.
En la España decimonónica las desigualdades sociales, la pobreza derivada del atraso endémico y el inadecuado reparto de las tierras en algunas regiones, serían determinantes en su aparición. Otros factores como las diferentes Guerras Civiles que asolaron a la población, la deficitaria red de caminos y sobre todo la abrupta orografía que facilitaba el ocultamiento de las Partidas, permitieron y fomentaron su aparición.
Con este panorama todo aquel hombre desarraigado a causa de las guerras que acuciaron el reinado de Isabel II, que acostumbrado al peligro y a la vida fatigosa de la guerrilla, vio en ese modo de vida una forma de escapar de la pobreza y el aislamiento social sin tener que trabajar en las labores ingratas del campo, rentabilizando las habilidades y conocimientos adquiridos. Convertirse en bandolero les permitía, además de no trabajar, ser temido por parte de todos, proporcionándoles el respeto y la admiración de aquellos que veían como una cualidad el fácil enriquecimiento.
Muchos hombres fueron llamados a formar parte de las cuadrillas y partidas que se extendieron por toda la geografía española, y sobre todo por aquellas en las que lo abrupto del terreno les permitía dar el golpe y ocultarse rápidamente. De esta forma los caminos se llenarían de malhechores que crearon un clima de inseguridad insoportable sobretodo en las zonas rurales. Los caminos y sierras serían el dominio de Bandoleros legendarios como El Tempranillo, El Lero, Diego Corrientes, Los siete niños de Écija, Miguel Villegas, Jaime El Barbudo, Los Llandres de Pou, Ramón Pujol, Jaume Batlé, El Bote, El Chato de Benamejí, Caparrota, etc.
También se unirían a las partidas otros de diversa procedencia, prófugos, desertores del ejército, fugados de las cárceles y en general todos aquellos que por otros motivos se encontraban fuera de la ley.
La situación en el campo era cada vez más precaria, los propietarios de fincas, terratenientes y campesinos por igual, se encontraban en manos de los asaltantes que con total impunidad golpeaban una y otra vez sus propiedades. Viajar por España en aquella época se convertiría en toda una aventura que algunos cronistas extranjeros relataron, sería el caso Teófilo Gautier que en 1840, escribió: " un viaje en diligencia, que sería la cosa más normal del mundo en cualquier otra parte del globo, se convertía en España en una auténtica aventura porque se podía adivinar cuándo salías pero nunca cuándo llegabas o, lo que era mucho peor, si finalmente arribarías sano y salvo a tu destino; uno pone en peligro a cada paso su vida (...) porque tenéis adelante los facciosos, los ladrones".
Como vemos el oficio de Bandolero se basaba principalmente en el robo, el crimen y el hostigamiento de las poblaciones cercanas, de las que muchas veces procedían algunos de sus instigadores. Realidad muy lejana de las abultadas exageraciones y desmedidas fantasías vertidas en los escritos de la época que tan del gusto fueron de una población en su mayoría analfabeta y muy proclive a la adoración de atractivos mitos.
A modo de comparación citaré dos textos en los que se diferencian con claridad los límites de una literatura desmesurada y otra más ajustada a la realidad, escritas ambas por viajeros extranjeros que anduvieron por los derroteros de nuestra geografía. En la primera Prospero Merimée dice de El Tempranillo:
" Si asalta una diligencia da a las señoras la mano para bajar y cuida de hacerlas sentar cómodamente a la sombra, por que la mayor parte de sus hazañas las lleva a cabo de día. Nunca dice un juramento, ni una palabra grosera. La trata por el contrario, con miramientos casi respetuosos y con una finura natural que jamás desmiente. Cuando saca una sortija de la mano de una mujer, dice: “¡Ah, señora!, una mano tan bella no necesita adorno. Y, mientras hace resbalar el anillo por el dedo, besa la mano con tal devoción que haría creer, según la frase de una dama española, que el beso tenía para él más precio que la sortija. Cogía ésta como una obligación, pero el beso lo prolongaba. Me han asegurado que siempre deja a los viajeros dinero suficiente para llegar a la ciudad más próxima y que nunca rehusó a nadie licencia para conservar una alhaja que le fuera preciosa por su recuerdo.”


Tras su lectura queda claro que el autor nos presenta al Tempranillo, como un ejemplo de virtudes, de educación refinada y adalid de la justicia. Cabe reseñar que Merimée siguió enviando crónicas del Tempranillo hasta después de pasados siete años de su muerte, éstas fueron presentadas como recientemente producidas, lo que da una idea de lo rentable que fue el personaje.
Como contrapunto, otro relato, esta vez escrito por el inglés Samuel Edgard Cook evidencia lo alejado del romanticismo que fueron las acciones del legendario Bandolero, el cual trata a sus víctimas de una forma muy diferente y más ceñidas a la realidad:
A mediodía ordenó que se matara un cordero y que se diera de comer para lo que todo el grupo se sentó junto; después de comer una de las escenas características de estas gentes tuvo lugar. La excitación, que en los países del norte hubiese terminado en peleas y borracheras, con esta raza de semiafricanos tomó otros derroteros. Algunas de las damas que pertenecían al grupo estaban en inminente peligro, cuando se vieron salvadas por la voluntariedad de ciertas solteras que se acercaron y se ofrecieron para el sacrificio, suplicándoles que dejaran de lado a las señoras casadas. Los ladrones estaban tan contentos con su conducta que no se quedaron con sus pertenencias sino que les hicieron regalos como recuerdo de la aventura.
En el segundo relato escrito por Edgard Cook, y recogido por Emilio Soler, se puede apreciar una imagen más real del Bandolerismo que asolaba las tierras españolas, mientras que en el primero se nos presenta un personaje, El Tempranillo, a modo de un Robin Hood que imparte justicia social, enamorando a las damas con una exquisita educación y notable galantería. Además se les atribuían otras virtudes no menos endulzadas por las cuales los Bandoleros resultaban ser, cultos de bella estampa y hasta de origen noble.
Puede decirse que todo ello es falso, pues todos en su gran mayoría fueron integralmente unos analfabetos de tomo y lomo, de ínfimo origen social y cualidades humanas en completo desacuerdo con el mito literario, lo que les descartaba radicalmente como amorosos pretendientes de Duquesas, hijas de Corregidores y otras bellas damas como se contaba.
Tan solo Juan Caballero “El Lero” dejó escritas unas memorias, y se sabe que otro bandolero llamado “Caparrota” procedía de noble cuna, siendo hijo del Marqués de Casa Vieja. También el conocido Luis Candelas, al que algunos conocen como culto, no poseyó mas que una instrucción bastante deficiente.
Por cierto, ningún fantasioso escritor utilizó en sus historias el verdadero apodo de El Tempranillo, al cual se le conocía “Medio Peo”, sobrenombre muy alejado de lo poético con que se presentaba al personaje.


Por último les hablaré del conocido Bandolero Francisco López Jiménez, más conocido por “El Barquero de Cantillana” o Curro Jiménez. ¿Les suena?, pues he de decirles que fue más famoso por sus andanzas por las pantallas de televisión gracias a la imaginación de los guiones, que por las fechorías perpetradas en los alrededores de la sierra de Cazalla y Sanlúcar la Mayor. La nueva imagen a la que fue sometido por los guionistas hizo que hostigara en la Guerra de la Independencia a los Franceses y hasta a los Cien Mil Hijos de San Luis. Pues nada de todo esto es cierto, ya que ambos personajes llevaron vidas muy diferentes. 
He de decirles que después de desvalijar esta diligencia, sigo vistiendo como dije al principio, me gusta ésta estampa, me gustan las sierras, las navajas de siete muelles y las historias de bandoleros, que le voy a hacer. El Western Español, donde los buenos siempre han sido los malos... muy habitual en mi querida Patria. 


Por cierto, el Séptimo de Caballería llegó, la Guardia Civil, pero esa es otra historia...








"LA FUENTE DE LOS TRES CAÑOS"

A la noche llegamos, la noche que nos oculta de nosotros mismos. Luces y sombras bailan en lienzos sucios, mientras comienza a escucharse el silencio que por conocido no sorprende menos. Las velas se organizan y el fraile inicia la letanía del Santísimo Rosario con algunos de los magníficos hombres de la compañía. Uno tras otro los quince misterios de la Señora son recitados por todos los que escuchan, luego rezos y más rezos, que falta nos hacen ¡Vive Dios!, que el caballero Español callado reza  y combate, combate y reza, habla la espada y el alma crece.
Tras santiguarme, vuelvo mi figura del lado que más certero sea para asir mi Vizcaína....

Por Jorge Hervás Gómez-Calcerrada.

Finalizo vistiendo de esta guisa.






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