LA ENCAMISADA

http://laencamisadadejordi.blogspot.com.es/ LA ENCAMISADA..."PASA REVISTA A LA HISTORIA".

viernes, 25 de septiembre de 2015

EL EMPECINADO.

"LA CATEDRAL DE LA ABUNDANCIA". UN TERCIO DE RELATOS (XV).
En la testuz calada la prenda y dentro la copla que Cano cantaba, fanfarria y agasajo de la villa húmeda.
     En sus calles corderos esquivos, fruta, vino y otras mercaderías llevadas por los hombres destas tierras, gentiles villanos de mujeres prietas. Los pobres de mano mendicante relatan sus desdichas a nuestros recelosos oídos pues sus míseras estampas al taimado Veleta rememoran, y ¡vive Dios! que su recuerdo enfurece el ánimo de mis hermanos, así,  cuando uno sumiso se les acerca, aprisa le atiza el furioso y enorme Vascongado.
Descabalgado, al verme los demás me imitan en el porte exhibiendo ademán de corte y reverencia, que primero es “abrazalla” y que la prestancia en el trato calme el natural recelo que para el forastero se tiene por estas tierras. Me acerco al paisano y con la mano en el pomo de la espada le digo claramente por si sus entendederas resultan confusas:

– ¿Conocéis vos al Mercader Alvar de la Provenza que hace de vivandero?
– Claro forastero, el buscado da comida por dinero, lo encontrarán matando cerdos al final de ese sendero, lo conocerán por tener bien orondo el buche pues entenderá que es buen comido y su figura entre los cochos parece que desaparece. – contestó felizmente el paisano.

Con esas señas nos dirigimos hasta el macelo, primero cruzando, viendo y oliendo sus enlodadas calles, y en silencio, ni el Calatravo ni Acuña ni Cano bisbisean palabra alguna pareciendo que las mías en los en derredores de la villa hubieran puesto en fuga las suyas, creo que no hablan por no pecar.
            Finaliza el sendero mientras crecen nuestras esperanzas de encontrar el acomodo del que el soldado es justo acreedor y ahí, justo a su término se levanta el rico macelo de nuestro destino. Acordes de berridos, bramidos y mugidos, que tal parece que estos estrépitos más que fastidiosos sonidos obrados por bestias resultan a nuestros oídos melodiosas panegíricas realizadas por amas tentadoras. Se agitan cueros y aceros, del silencio comienza a brotar el murmullo entre los hombres que ahora sí farfullan los unos con los otros alegrándose de llegar, Cano dice en voz alta –¿Oís esos sonidos calamitosos?, barruntan nuestra llegada y temen de su vida por nuestras bocas y no por nuestros estoques, tanto lidiar con enemigos superlativos que acrecentaron vuestra fiera fama, para acabar temidos de vuestras tragaderas más que de vuestras espadas.
Todos rieron el tiempo que nos quedó por llegar a la embocadura, que era poco. De pie atamos las caballerías y sin llamar puesto que el ruido ahogaría nuestro llamamiento, apartamos todas las puertas que nos encontramos, despacio, viendo a cada paso que nadie se encontraba, sólo el ruido bronco de las bestias que no paraba.
   
  La enorme estancia de madera pareció a los ojos de mis acompañantes cual Seo dedicada a la advocación de los más diversos manjares que en años habían visto nuestras estampas. Retablos de piezas secas de bacalao colgaban de sus paredes encordadas de vetustos clavos, piezas de caza formando coro de santones emplumados y los sacos de harina en hileras procesionaban los unos con los otros apretados de abundancia bajo el crucero de la  herrumbrosa ermita. También óleos, y queso y aún dentro más exceso. Con los ojos llenos de abundancia, a patadas, alejamos a las devotas gallinas que cuales ruidosas feligresas llegaban a recibirnos, hasta que en el engordadero ahogado entre cerdos intuimos a nuestro convidante, y digo intuimos porque todos tuvieron que agudizar la vista pues cerdo y hombre nunca tuvieron tanta semejanza, lo explicaré desta manera:

Gruñía el Vivandero más que el puerco al que perseguía,
y como si de brujería se tratara
el cocho le contestaba,
pues la misma lengua tenía.

Y no sólo la lengua compartían,
pues panza, gola y orejas a la vista estaba
que de la misma madre venían.

Pezuñas por manos,
hocico y nariz,
colores rosados,
 pelo y cerviz.

Entre tanto puerco,
serían más de mil
difícilmente un soldado
 podría discernir
cuál era el hombre
cuál el cerdo
y cuál de ellos llevaba el mandil.







EL EMPECINADO.

          De regreso a la normalidad, ¡bendita normalidad!, o eso pensaba yo. Finalizado el verano con la traca oficial de fin de fiestas de mi pueblo, me disponía yo (pobre ­­­­­­ignorante) a volver a la normalidad diaria, a lo cotidiano que relaja por lo consecutivo de los acontecimientos, trabajo, obligaciones y devoción cuando no hay de lo primero, vamos, lo que se dice una gustosa vida normal y corriente. Termina el estío y comienzan en mi cabeza a brotar proyectos de todos los géneros, es como los anuncios de la vuelta al “cole”, todo un clásico otoñal en mi normal existencia. La mayor parte de los mismos nacen moribundos, otros prosperan vagamente hasta su fallecimiento, solo unos cuantos crecen pero debo reconocer que me entretengo y disfruto en ocasiones más pergeñando lo que sé que no llegará, que creando lo que finalmente será. Todo el proceso me mantiene inquieto y activo, además como no se trata de obligaciones los tiempos y los fines son irrelevantes. De niño pasaba más tiempo construyendo el campamento o el decorado donde jugaba con mis soldados que guerreando con ellos, me entretenía más proyectar el trazado terrestre de la Etapa que empujar las chapas de “Mirinda” con la cara de Marino Lejarreta. Puede que perdiera el partido de chapas, pero os aseguro que los uniformes de mis jugadores habían sido dibujados con todo detalle, pasando largo tiempo armado de rotulador y moneda de cinco duros.
            Pues en eso estaba yo, intentando retomar mis aficiones relevadas. Volviendo a ilusionarme con la redacción de este Blog comencé a pensar cual sería el tema con el que iniciaría esta temporada, sucesos, batallas y personajes iban y venían de la manera más normal y cotidiana en mi cabeza produciendo el consiguiente entretenido gusto del que os hablo. Y cuando ya tenía más o menos decidido el tema a tratar, de pronto, de forma abrupta y dramática escucho el ruido de cañón de la boca de FERNANDO TRUEBA



          El director de cine madrileño tras recibir el Premio Nacional de Cinematografía afirmaba en su alocución ante los ilustres asistentes que:

“Siempre he pensado que en caso de guerra iría con el enemigo, siempre. Cuando leía la historia siempre decía, qué pena que España ganara la Guerra de la Independencia. A mí me hubiera gustado muchísimo que la ganara Francia, entonces...claro, digo fufff...” (...)
(...) “La verdad es que yo nunca me he sentido Español, ¡nunca! en mi vida, ¡jamás!, ni cinco minutos de mi vida me he sentido Español...”

             La Explosión de verborrea me dejó francamente aturdido y herido de la metralla  convenientemente depositada para ocasionar el mayor daño entre los traicionados oyentes. La traición como locución adverbial indica que ésta se perpetra de forma alevosa, faltando a la lealtad y siempre es premeditada. Entonces pudiera entenderse que un individuo que manifiesta su posicionamiento con los fines de sus enemigos y que lo hace además quebrantando como dice el diccionario la lealtad y fidelidad que se debe tener con su misma identidad u origen, ¿es un traidor?
            La traición históricamente siempre ha buscado un fin y la historia de España ha sido víctima de muchos de sus episodios, desde la entrada de las tropas Musulmanas en España donde la traición de los hijos del Rey Witiza en la Batalla de Guadalete propició la invasión de la península, hasta la Guerra de la Independencia de la cual ya sabemos contra qué bando debió conspirar el Señor Trueba. Los efectos de la traición por estas tierras fueron terribles como ya se sabe, pero produjeron en sus víctimas un poder de resistencia extrema que fomentaría la aparición de verdaderos patriotas que de otro modo habrían quedado en el anonimato.
            Eso precisamente fue lo que sentí al escuchar el fogonazo dialéctico del Sr. Trueba, de repente tras reponerme de mis heridas, pasé de ser un humilde trabajador en fase de holganza a convertirme en el más irreductible patriota decidido a combatir a los aliados del conspirador, y como el cineasta ya había tomado bando en la Guerra de la Independencia, yo me transfiguré en uno de mis personajes favoritos “EL EMPECINADO”.

            El “Afrancesado” director con su infidelidad había producido que como Juan Martín Díez “El Empecinado” yo mismo corriera a enrolarme en las filas de este Blog dejando atrás (también como Juan Martín Díez) mi acomodada vida rural para combatir desde sus renglones contra los malvados efectos de su felonía. La diferencia de fuerzas era brutal, de un lado se encontraba uno de los ejércitos más grandes del mundo compuesto por los Coraceros, Dragones y Mamelucos de la renegada progresía políticamente correcta y de acomplejados patriotas. Del otro lado los de siempre, los pobres traicionados que sufren sus intrigas y que veían como su linaje era una vez más pisoteado.
            Las primeras escaramuzas demostraron que era casi imposible batir a la “Grande Armée” en campo abierto, por lo que decidí como “El Empecinado” organizar mi propia partida desde donde socavar constantemente sus líneas. La guerra de guerrillas se definió como la mejor forma de combatir a la infantería usurpadora, pero para que este tipo de táctica militar prospere debe de aglutinar a una gran cantidad de individuos que de forma individual o en pequeños grupos se revelen contra este tipo de actitudes, en pequeñas acciones que debiliten el ánimo de los empeñados en maltratar el sentimiento nacional y marchiten sus ansias. Sé que en los tiempos que corren es difícil abandonar nuestros cómodos posicionamientos para vivir emboscado en la sierra de la rebeldía, pero es necesario que todos de un modo u otro plantemos cara a este tipo de conductas realizadas por individuos miserables y malintencionados que lo único que pretenden es insultar gratuitamente la memoria de todos aquellos que como Juan Martín Díez dejaron su vida en defensa de su pueblo.
            Espero que mi partida, como las que organizaría contra “El Francés” por gran parte de la geografía española el “Empecinado”, produzca los efectos deseados contribuyendo a la expulsión y derrota social de este tipo de “Afrancesados” que intencionadamente cambian de bando esperando el reconocimiento del “Emperador”.
            Como al famoso héroe español, puede que mi atrevida militancia en el bando de los calumniados me granjee reconocimientos entre unos pocos, pero intuyo que como le ocurriría a “El Empecinado” terminaré encarcelado, falsamente juzgado y finalmente ahorcado por mis propios compatriotas.

Yo sigo “Empecinado” en defender mi patria, ¿y usted?....
           
    
       
... "LA CATEDRAL DE LA ABUNDANCIA". UN TERCIO DE RELATOS (XV).

            
        Andaba el matador entre los cochos enfurecidos cuando alzando la cabeza observó las nuestras testeras, quedó inmóvil y supo claramente por nuestra apariencia que la visita inesperada no trataba de mercaderes, que los hombres que allí se encontraban eran los soldados con los que contaba.
            El orondo vivandero apartó entonces a los animales y enseguida dijo – A juzgar por los hierros que portáis y los aires de vuestras figuras no creo que vengáis a despachar a estos cerdos, pues con un sólo sacabuche basta para finarlos, yo mismo lo hago por mucho oficio, un solo tajo certero basta y el “porc” sin ofrecer batalla deja sus carnes como trofeo. – dijo el vivandero. Presto le contesté – Nuestras cometidos como los vuestros son perseguir cerdos herejes, que por estas tierras cada vez son más, pero no basta con un sacabuches para diezmar la piara de los renegados y necesitamos de Vizcaína, Ropera y Pica para arrancarles las carnes, así pues nuestra encomienda y la de vos se parecen. 
– ¡Tanto como vos al Puerco...! – gritó Acuña y todos rieron, todos, menos el Vivandero.

Llegó la noche y en la Catedral de la Abundancia bajo las bóvedas colmadas comimos y bebimos entre las bravuconadas de mis hermanos. Mañana será otro día, pero no de forzado ayuno.


Texto e ilustraciones realizadas por Jorge J. Hervás Gómez-Calcerrada.




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