Llega
Halloween un año más y yo sigo resistiéndome a unirme a esta especie de locura
importada de telas de arañas, sangre embotellada y brujas Made in China. Me
siento un poco como Kevin Costner en “Bailando con Lobos”, aislado en medio de
una amplia estepa, sólo, pero acechado por los indios, los indios de la Tribu
Halloween. En esta situación como todo reo acusado de este delito me acojo a mi
derecho a no participar de esta fiesta aún a sabiendas de que mi decisión me
dejará aislado en medio de las llanuras sin poder hacer nada para tratar de
frenar a los Halloweens.
La
globalización nos ha llevado a tomar como nuestras las tradiciones ajenas de
otros países que han llegado hasta nuestras tierras embutidas como nuevos
productos muy atractivos que nos revisten de modernidad – o eso nos hacen
creer -. Debo decir que estas nuevas tendencias no estarían del todo mal si no
tratasen ferozmente de engullir las tradiciones autóctonas a las que desplazan
y desprecian como trasnochadas, sobreponiéndose las unas a las otras casi a la
fuerza con el consiguiente peligro de hacer que la cultura vernácula
desaparezca casi por completo o en todo caso quede como una mera excentricidad.
El peligro
cierto de esta situación nos lleva a la pérdida progresiva de nuestra cultura e
identidad mediante el desconocimiento de ésta, una gran pérdida que en unas
generaciones habrá acabado casi por completo con ella, por eso desde este
humilde Blog me siento en la obligación de retomar aunque sea por un día (El
Día de Todos los Santos) la iniciativa en su recuperación, alentando a los
lectores para que disfruten de otro modo de un día tan señalado para todos.
El miedo en la
literatura tuvo su cenit en el Romanticismo que produjo gran cantidad de obras
relacionadas con este tema inspirando a escritores, poetas y dramaturgos. Las
acciones se presentaban épicas y ocurrían frecuentemente en ambientes
nocturnos, cementerios y lugares apartados de atmósferas tormentosas como lo
eran las vidas de sus protagonistas. Para ello recomiendo como no a Espronceda,
Bécquer o Rosalía de Castro, además de José Zorrilla, que escribiría la genial
obra “DON JUAN TENORIO”.
Una de las
tradiciones españolas más arraigadas nos lleva a la representación de esta obra
la víspera del día de Todos los Santos, no se sabe ciertamente por qué se
comenzó a representar en esta fecha, pero algunos creen que todo estaría
relacionado con la escena del Cementerio que viene a suceder en el segundo
acto, lo cierto es que toda la obra se encuentra envuelta de presencias
fantasmagóricas, muerte y redención.
En este especial de “Un Tercio de Relatos” recojo
la tradición del Tenorio y la adapto a mis textos a través de una frase que
atribuida a la obra de Zorrilla nunca apareció en ella, pero que a mí siempre
me gustó, “Los muertos que vos matáis, gozan de buena salud”. Espero que
disfrutéis de este pequeño homenaje a nuestras tradiciones, mientras yo sigo
“Bailando con Lobos”.
"LOS MUERTOS QUE VOS MATÁIS, GOZAN DE BUENA SALUD"
"Los muros de mi mente
encierran entierros y losas donde yacen los cuerpos despachados de mis
intrigas, de mis miserias, de mis glorias. La noche fría del invierno me los
trae abriendo las puertas ruinosas del camposanto y miran al interior de mis
entrañas, el pozo oscuro donde habita la indigencia de mi procelosa existencia.
La fiebre debilita mis músculos y ciega mis ojos mientras deambulo por las
oscuras calles de esta maldita ciudad, brillan las losas bajo mis pies
empapados de miseria y el agua resbala por mis vestiduras hasta llegar a los
lodazales donde el reflejo de mi estampa se retuerce creando espectros que me
miran.
Los pensamientos se tornan en certeza y los
temblores alentan las apariciones horribles en que viajan las sombras, entonces
caigo al suelo y arrastro mi figura por las frías piedras hasta llegar al muro
que abriga los túmulos, exhalo el aire de mis pulmones y entonces comienza la
afrenta de mi mente.
Son
muchos los muertos que me persiguen y atormentan, que me siguen apremiantes de
su deuda y que en noches como ésta asoman sus terribles caras para recordarme
que siguen esperando que la parca obre sobre mí lo que ellos no acertaron,
legiones de engendros engañados y perdidos vuelven la Noche de Difuntos para
demandarme de nuevo su débito, y yo que jamás rehuí duelo me dirijo a reunirme
con ellos enfermo de vino, esperando hallarlos para darles una nueva
oportunidad que me libere de mis padecimientos.
El viento mueve las copas de los cipreses convertidos en inquisidores de picudos sombreros, se les ve por encima de los húmedos paredones cubiertos de sediento musgo, mientras, la vista se nubla más y más produciendo vítreos espejismos que me atenazan, pero la decisión de mi mente lleva a mis entumecidas extremidades a empujar el sólido hierro de la puerta que cede ante mis impetuosos acometimientos. Cede la reja y la charnela anuncia mi presencia en el reino de los muertos, la fanfarria de la desolación les alerta del peligro cierto de mi espada por la que resbala en igual proporción agua y sangre, su sangre que nuevamente brota desde la cazoleta hasta la punta cayendo lenta hasta la tierra donde moran, y de ahí filtrada llega hasta los cuerpos sin vida. La linfa derramada poco a poco va empapando la tierra de la que asoman vapores hediondos que turban la poca consciencia que me mantiene en pie, y ya sólo acierto a decir – ¡Malditas ánimas que me atormentan aún después de finadas!, presto estoy al sacrificio cierto de vuestro perverso desquite, !salid, criaturas demoníacas!, yo os cito a todas, soldados extintos bajo mi cruel hostigamiento a los que en defensa de mi vida la suya arrebaté, de todos guardo las caras impresas de mi miedo y llanto, dejádmelas ver una vez más...
Nuevamente el vendaval
encrespa las figuras del sanedrín que forman los cipreses proyectando sus
sombras en los mármoles pulidos, atenazadas las hojas en su superficie por el
agua, trabadas, espero que alguna siniestra imagen recoja el guante de mi
desolación, terrible silencio de muerte, rumor mudo de lluvia y ventarrón, a mi
alrededor como única compañía las figuras pétreas de ángeles armados de tizonas
que sobre sus baluartes me anuncian la llegada del último juicio lanzando el
sonido de sus trompetas contra mí.
Entonces la
aparición cierta de mis ansias se presenta tras un noble Panteón decorado de
imágenes agonizantes, acierto a ver un ser deforme que parece haber sido
zurcido de extremidades ajenas unas a otras, su cara cambia de gesto
continuamente pareciendo que muchos rostros forman uno solo. Aparición
fantástica de lúgubre jubón y míseros atavíos lleva calado un capacete
herrumbroso de igual forja que la coraza de la que asoman enormes gusanos. Un
coro de lloros y lamentos asonados le acompañan y el timbre de su tonada va
subiendo hasta comprimir mis oídos, mis músculos y mis esperanzas, tras de la
terrible figura tres jóvenes damas de imponente luto portan iguales crespones
en el pecho a los que llegan mojados los bucles de su enorme melena que cubren
su rostro, lloran y gimen por sus maridos arrebatados para la contienda de los
hombres, para la gloria de otros y lanzan contra mí agravios que no entiendo.
El sudor me
recorre la frente y llega mezclada con el agua hasta mi nariz, llegó el
momento, y con la mano desarmada de un tirón rompo el nudo de mi capa que cae
al suelo cual sudario calado de sudor febril, con la diestra en posición de la
verdadera destreza tomo el acero, luego, las tres damas dolientes rodean mi
jaculatoria figura presta para el sacrificio. El espectro deslizante arma uno
de sus desiguales brazos y lo levanta cortando los acordes de improperios y
denuestos, el terrible silencio se hace presente hasta que el ser engendrado
por mi espada comienza su espantosa plática con la voz tomada del diablo –¡Maldito Caballero!, soldado ejecutor de vidas ajenas, no tuvisteis bastante
con diezmar la savia joven de los que yacen en estos túmulos, de los que forman
mi propio cuerpo, de los que vagan en busca de la siniestra mesnada de ánimas
itinerantes, que ahora llegado os mostráis ufano ante sus propias viudas de las
que con vuestra presencia hacéis escarnio y afrenta. ¡Yo soy todos¡, los pretendidos que no llegaron, los despachados
sin ocasión, los condenados sin juicio, reos de la vida hurtada bajo vuestras
intrigas, que ahora demandan justicia.
La faz del
espectro cambiaba mostrando rasgos conocidos, trazos de los que en mi memoria
seguían atormentándome, en posición de guardia baja retomo la escalofriante
prédica haciendo defensa y abrigo de mi espíritu –¡Maldita aparición
demoníaca! Demandáis justicia para los que no la tuvieron conmigo, si vos sois
todos, ninguno os dirá que presenté engañoso encuentro pues siempre formé parte
de las contiendas en las que todos pretendían matar o morir, y de otras, sólo
deshice las intrigas de los conjurados contra mí, así pues la justicia que me
falle no vendrá del infierno donde tú moras, ¡sino del cielo¡. Grité mientras
alzaba mi espada, de pronto caigo al suelo mientras se turba mi consciencia.
Frío, mucho
frío, tumbado y húmedo de sudor mis ojos se abren y con la cara en el suelo,
veo los borceguíes de mi hermano Cano que me agarra y me iza sobre mis posaderas
mientras me tapa con el embozo, sonríe y le pregunto –¿Donde se hallan los
muertos que me amenazan?, –y Cano contesta –AMIGO, LOS MUERTOS QUE VOS
MATÁIS, GOZAN DE BUENA SALUD..."
Por Jorge J. Hervás Gómez-Calcerrada.
Muy apropiada para estas fechas, emocinante. ÑAK
ResponderEliminarGracias, Mek!!
ResponderEliminarMuy bueno, binomio.
ResponderEliminarEres un artista.