LA ENCAMISADA

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martes, 20 de enero de 2015

LOS 300 DE PELAYO.

ESCORIA EN LA FRAGUA. "UN TERCIO DE RELATOS" (XII).

    Secos de ropa y figura, callado el verbo, al alba partimos en la dirección donde muere el sol, donde mueren las sombras y nace el horizonte inmortal de los ojos del viajero. El recién nacido, de principio moreno va cambiando su tez en albino, y las estrellas huyen alzadas en la niebla que brota de las copas arbóreas, siempre lo mismo, nace y alumbra, que lo mismo es, pues naciendo se alumbra, brota y después va muriendo, con él las nuestras sombras también fallecen.
    Cruzamos la mirada ya con labriegos y pastores, lanzan sus ojos contra la misteriosa reata de no menos raros miembros, alguna vez Acuña baja su sombrero en reverencia, la intuición de la pronta asistencia femenina espiga la noble prestancia del caballero español que en circunstancias del cortejo esgrime por igual espada que devoción, ello a pesar que alguna de las doncellas y no pocas, más que flor parecen hueso, tornando de una a otro según las ansias amorosas del que mira, y ¡vive Dios que éstos mucho avizoran! y doy fe que las flores de los camposantos de sus mentes ocultan las lápidas donde reposan los huesos verdaderos.
    Vemos los primeros tejados y me apresuro al dar alcance al Giraldillo que sigue callado cumpliendo el voto de silencio impuesto por mis hermanos. Todos miran al Veleta pero éste no mienta, mudo y callado solo levanta el palo que lo asiste empalmando brazo y báculo haciendo suya la figura que toma por apodo.
    Enseguida Cano remonta el rosario de estampas y pregunta al Veleta —¿son acaso esas pobres techumbres nuestro destino?, la postura de mi hermano resulta la de galgo mal comido que no corre por no hallar liebre. 
    El andrajoso veleta corto de palabras dice —No, no se trata de Arville, solo es una pobre aldea de no menos pobres labriegos, pero encontraremos viandas y vino para acompañarlas. La liebre de Cano en ese momento quedó desencamada y nosotros en rehala convertidos, pero las orejonas de estas tierras todas corren quebradas y cuando parece que la mordida es certera tuerce su destino dejando el hambre del lebrel nuevamente engañado, así pues yo y el Calatravo nos adelantamos quedando los demás a las afueras prevenidos. Es costumbre que Lansquenetes y otros busquen cobijo y posada en pequeñas aldeas como estas mientras demandan manduca y esperan oficio, y pocos de las dos hay y muchos postulantes que en soldados del hambre convertidos sirven fervorosamente al maestre de la necesidad y no dudan en tomar como enemigo a aquellos que como nosotros pretenden lo mismo, así es mejor ver la necesidad que de esta villa hacen otros que torcer el último fin de nuestra encomienda.
    Llevo al Calatravo, pues viudo de sus torcidas resulta menos aventurado y la palabra carece de mecha y si por el destino ésta prende, mejor llevar al Calatravo que al Infante Enrique que no hace sino avivar más el fuego con el aire de su espada que es la que habla y no su boca, y si Cano me acompaña, tras la plática del vino la insinuación se convierte en afrenta. Del Vascongado Acuña no he de acordarme y a Rafael de Estrada lo dejo para que cuide del Veleta.


    El trote lento aparta las gallinas del suelo, algún niño de ojos legañosos nos recibe y saluda, no así las doncellas que los cuidan que con una vara en la mano los ahuyenta de nuestro camino. Humildes cuatro casas, huertos y hambre en las pocas caras que vemos y una herrería, yunque deformado, escoria en la fragua y cubo de agua, entonces el compás férreo de los golpes del herrador desafina hasta parar la cadencia del fierro y los caballos.

    Desmontado, descubierto de guantelete y sombrero saludo al enjuto tañedor —Buenos días nos dé el señor. El herrero cual ingenioso balancín saluda bajando el martillo y subiendo la cabeza mientras dice —Esas pezuñas no necesitan herrador, entonces intuyo que estando servido el garañón el que busca posada es su señor. —Pregunta temeroso el humilde forjador.
 —Así es, no le falta razón pues peor comido es el caballero que su montura y en la misma tesitura prefiero que el jumento coma y alivie, pues su conveniencia mi destino asegura.
—Pues pasar ambos al pajar y saciar entonces a los caballos. —dijo el herrero mientras tomaba agua como si la garganta se le secase.
    Con el pie ya en tierra, luego es cosa de infantes andar y no trotar, llevamos las monturas hacia el almiar donde la paja es abundante, y los arreos, y la leña seca, y también abundante es el tizón, y en viendo tal abundancia el Calatravo con cierta resignación dice —Creo que más han de rumiar nuestros jumentos que nosotros, que solo rumiamos las desventuras que nos acechan. —Y yo le contesto: —Calatravo, en estas necesidades poco se distingue al hombre de la bestia, las mismas moscas nos fatigan mientras el mismo refugio nos aposenta, ellos rumian la paja que comen, nosotros la poca comida que nos dejan. —El Calatravo ríe y reza.
    Lo menos abundante la luz, poca, casi ninguna, moscas, polvo y tierra seca. La sombra apaga la plática, me refiero a la nuestra, la de los caballos comienza. Sopla y sopla el monturado, recula su paso, para, y luego empieza, vibran los hierros colgados, viejos, secos y abandonados, siguen soplando los melenados, a cada paso le miro, me mira El Calatravo. De las argollas anudadas las riendas una a cada lado, ruido de arreos, de cascos y de pasos, el ruido en silencio, la luz en ocaso.





    ¡Sonido fantasmal!, del heno emboscado dos figuras crecen desde el infierno envueltas en paja y repletas de negro, salen de sus tumbas de hojarasca empuñando dos "Destripagatos" que lanzan a nuestro degüello, —¡La daga no hallo!, —esquivo el tajo, —¡pardiéz!, ¡la daga no hallo!, caigo, ruedo, y del sayo esta vez la daga veo de soslayo. Julián entre las patas de su caballo por el cuello prende a su atacante y con un herraje lo golpea, más bien da cozes y no pelea, hasta que una cuchillada certera con el filo por la boca al cobarde emboscando la muerte provoca, brota de su boca sangre y lamentos, finalmente muere con la mano del moquero dentro. 
    Otro nace del mismo modo, surge de la paja, se arma contra mí, y ya son dos, mi espada a la diestra, en la siniestra la daga, mis brazos crucificados esperan a uno, grito y lamento, las caras oscuras, los ojos tremendos.
    Tiran contra mí sus armas, esquivo y atravieso, a uno en el costado a otro en el pecho, caigo al suelo herido de una mano, sale mal parado y grita de dolor de paja encamado, mientras el que sano se encontraba cogido por el pecho desde la zaga es atravesado nuevamente por el Calatravo, que lleva en su mano una encarnada daga que clava como clavo. Ruido, gritos y estruendo, todo acabado...





Después de una pequeña parada para tomar el oxígeno del estío y cambiar el decorado áspero y seco de mi tramoya por uno verde y húmedo, llego a esta Encamisada con la herida abierta y sangrante de lo vivido que no dejo cicatrizar a pesar de su gravedad y de la violencia con la que me fue infligida. No la atiendo ni curo, pues encontrándose abierta el recuerdo es más permanente y dejo que el tiempo pase lento hasta que se convierta en otra cicatriz más de la que enorgullecerme. Y es que el disfrute de las cosas, como todo en la vida, deja cicatriz, la cicatriz del recuerdo, en definitiva la huella perpetua de la historia.
Y de eso y otras cosas se trataba, del disfrute de seguir las huellas de la historia que esta vez me llevaban hacia el Norte, hacia las montañas, hacia los oscuros y verdes bosques Asturianos donde aún permanecen emboscados e irreductibles los 300 hombres de Pelayo.
Pelayo, el hijo de Fávila y nieto del Rey Visigodo Chindasvinto esperaba la llegada de las huestes arábigas en el interior de aquella cueva oscura y húmeda, sus ojos brillantes hacían de centinela en aquel angosto valle hasta donde el destino le había llevado.


La Tierra de sus antepasados había sido usurpada por los musulmanes que llegaron años antes desde el norte de África alentados y conspirados por la viuda e hijos del anterior monarca Witiza con la intención de derrocar al nuevo monarca D. Rodrigo, primo de Pelayo. Las ansias por hacerse con el trono de la península llevarían a la viuda e hijos del fallecido rey a pedir el apoyo de los ejércitos musulmanes para tratar de conseguir el trono que ellos reclamaban como suyo. De esta manera las luchas internas por el control de la península serían tomadas por los musulmanes como una oportunidad muy propicia de invadir la ansiada Hispania, poco tardarían en atravesar el corto estrecho que les separaba. En el año 711 un nutrido grupo de soldados cruzaba el mar y llegaba hasta las costas ibéricas, Tariq sería el general encargado de comandar la expedición de 11000 soldados bereberes, la élite del ejército árabe. 
D. Rodrigo, informado de lo que acababa de suceder parte con un ejército de unos 40.000 hombres hasta Cádiz en un intento de sofocar la invasión, Pelayo iría en esa expedición.


El enfrentamiento se produciría junto al río Guadalete, y el ejército godo a pesar de ser más numeroso tendría muchas dificultades para hacerse con la victoria ya que la mayoría de sus hombres eran esclavos obligados a combatir, mientras que las huestes árabes estaban formadas por soldados profesionales muy bien entrenados. Aunque inicialmente la batalla se decantaría hacia el bando cristiano, un suceso inesperado haría que la balanza cayera en su contra, la traición de dos oficiales que manejaban los flancos de  D. Rodrigo le conduciría incomprensiblemente a la derrota, de pronto éstos huían y se integraban en el bando musulmán dejando al ejército cristiano en sus manos.  Tras la batalla nada más se supo del Rey D. Rodrigo, según afirman algunos historiadores podría haber muerto tiempo después de las heridas recibidas en el choque, historiadores musulmanes por el contrario afirman que habría muerto tras ser atravesado por la lanza de Tariq, lo cierto es que no se sabe con certeza el destino del monarca visigodo.


        En Guadalete los musulmanes hallaron la llave que les llevaría en menos de diez años a controlar la península ibérica, donde no encontrarían apenas resistencia. Los nobles cristianos se vieron entonces obligados a marchar hacia el norte asentándose en las zonas Pirenaicas y Cantábricas donde comenzarían a organizar núcleos de resistencia que con el tiempo y ayudados por la orografía del terreno darían sus frutos.  Los musulmanes incapaces de controlar algunos de ellos prefirieron someterles a la imposición de fuertes impuestos, conformándose con organizar fortificaciones a su alrededor que evitaran su expansión hasta otras zonas.
D. Pelayo tras el desastre de Guadalete marcharía como muchos hasta el norte, cansado del vasallaje al que eran sometidos los cristianos por parte del Gobernador musulmán de Gijón Munuza, en el año 718 en comunión con otros nobles Astures decide negarse a pagar los tributos y recuperar la legitimidad sobre la tierra que les había sido usurpada, de esta manera se inicia la sublevación contra el poder musulmán que en un principio los denominan “Asnos salvajes”, y “Gente Bárbara”.
Ante los acontecimientos que se estaban produciendo en el norte y con la certeza de  que sólo sería cuestión de tiempo poder sofocar el brote de insurrección, desde Córdoba se organiza un poderoso ejército al mando de Alqma destinado a aplastar la resistencia cristiana, que de prosperar supondría una amenaza ya que su efecto podía extenderse por otras zonas bajo su control. Mientras tanto Pelayo apoyado por otros nobles comienza a controlar las montañas cercanas a Cangas de Onís donde establecería su cuartel general.
Pronto la amenaza se convertiría en realidad, el ejército mandado contra ellos se acercaba a las estribaciones de los Picos de Europa, 20.000 hombres bien entrenados formaban un ejército compuesto por arqueros, jinetes y honderos, un gran ejército que en comparación con los apenas 300 hombres con los que contaba Pelayo resultaba grotesco.


 El caudillo asturiano había elegido un estrecho valle como el lugar donde esperaría a sus atacantes, concretamente elegiría una cueva en el monte Auseva desde donde dirigiría sus defensas, estaba convencido de que aquel lugar sería el más idóneo y no le faltaba razón, la zona suponía una verdadera ratonera, un valle angosto de grandes desfiladeros esperaban a los hombres Alqma. Pelayo persuadido de su legitimidad inicia así su cruzada contra el invasor convencido también de que su lucha tiene un respaldo divino protector, y en su firme convencimiento nuestro héroe es testigo de una visón en el cielo, se trata de una Cruz Bermeja que resulta ser el pendón perdido por los cristianos en Guadalete, la aparición afianza aún más su determinación en la Victoria y su empresa se convierte en una lucha por la fe. Éste suceso divino no sería el único que animaría a Pelayo a continuar con su gesta, la aparición de la Virgen en la cueva le anunciaba la ansiada victoria en la batalla y del mismo modo un ermitaño también testigo del advenimiento mariano le hace entrega de una cruz confeccionada con dos ramas de roble, se trata de la Cruz de la Victoria. 
Pelayo ya no tiene dudas sobre su papel en la resolución de los acontecimientos y se apresura a resistir en la Cueva Dominica a pesar de los intentos para que desista, en uno de estos intentos es enviado un antiguo Obispo Visigodo, se trataba del traidor Oppas, es llevado por los musulmanes para convencer al irreductible Pelayo de que sus pretensiones son inútiles e intentan convencerlo de que si desiste le serán entregadas grandes posesiones, pero nada consiguió pues las pretensiones del godo nada tenían que ver con las riquezas y el poder, y sí como he dicho con la fe. Este fue su parlamento según las crónicas cristianas de Alfonso III:

“Juzgo, hermano e hijo, que no se te oculta cómo hace poco se hallaba toda España unida bajo el gobierno de los godos y brillaba más que los otros países por su doctrina y ciencia, y que, sin embargo, reunido todo el ejército de los godos, no pudo sostener el ímpetu de los ismaelitas. ¿Podrás tú defenderte en la cima de este monte? Me parece difícil. Escucha mi consejo: vuelve a tu acuerdo, gozarás de muchos bienes y disfrutarás de la amistad de los caldeos», y Pelayo contestó:

 “¿No leíste en las Sagradas Escrituras que la iglesia del Señor llegará a ser como el grano de la mostaza y de nuevo crecerá por la misericordia de Dios?”

El Traidor Oppas no pudo más que retirarse y la resistencia comenzaba.

El 28 de Mayo del año 722 la resistencia goda se encontraba apostada en los desfiladeros y ocultos entre la masa verde del bosque, expertos arqueros y  avezados lanzadores de piedras se repartían por las entradas naturales a Covadonga, su conocimiento del terreno les daba cierta ventaja ante la desproporción de fuerzas con el bando musulmán. Comienzan los ataques invasores que se suceden uno tras otro,  los defensores descargan sus flechas y golpean a los árabes con las piedras que lanzan desde las laderas con sus hondas, golpean, y se marchan, desaparecen y aparecen como verdaderos fantasmas aumentando el desconcierto enemigo, esos “Asnos Salvajes” les estaban haciendo retroceder. En su avance, los musulmanes son hostigados una y otra vez por los 300 de Pelayo, son un blanco fácil, comienzan entonces a multiplicarse las bajas caldeas que cada vez son más, éstos ven como sus flechas rebotan contra las piedras de la cueva y caen sobre ellos, las crónicas dirían: 

“Al punto se mostraron las magnificencias del Señor: las piedras que salían de los fundíbulos y llegaban a la casa de la Virgen Santa María, que estaba dentro de la cueva, se volvían contra los que las disparaban y mataban a los caldeos. (…).” 

La situación para los hombres de Alqma se torna en desesperada y comienzan la retirada, no pueden entender lo que estaba ocurriendo, mientras huyen por el estrecho valle son nuevamente atacados, Pelayo ordena a los suyos una acometida brutal y desesperada, los soldados cristianos convencidos de la victoria golpean violentamente contra las huestes de Alqma que muere en la refriega, también el traidor Oppas caería prisionero y el desconcierto entre los soldados árabes propiciaría su encolerizada huída.


Los 300 de Pelayo habían vencido. Si bien Covadonga no resultó una gran batalla sí sería el inicio del movimiento que llevaría a la consecución de la Reconquista, pues el impacto que tuvo sobre la moral de Cristiana sería determinante. Las crónicas árabes confirman que algo importante ocurrió en esas fechas en Covadonga, pues se dice que desde la Galia se tuvieron que desviar grandes contingentes de soldados hasta la zona norte de Hispania haciendo que el avance en la zona Francesa quedara ralentizado, y por ende en toda Europa. La reconquista había empezado.





En Covadonga, rodeado de niebla y verdes montañas, de pie bajo el basamento de su estatua, Pelayo me saluda con el brazo en alto. 
¡Que gozada!.












Tumba de D. Pelayo en la Cueva Dominica.


FRAGUA Y ESCORIA. "UN TERCIO DE RELATOS" (XIII).

    Llegan entonces Acuña, Enrique, Estrada y Cano con las manos armadas y el espíritu excitado, entran a patadas, se asustan los caballos y gritan —¡Santiago!, ¡Santiago!, ¡Santiago!. Mientras, el Vascongado apuntilla nuevamente al malogrado que no se mueve hasta ser atravesado, gime y cercena el último hilo de vida al infame despachado. Enrique furioso por no encontrar con quien blandir pincha el heno con su espada y a cada pincho escucha esperando el gemido de otro apostado. Pincha, clava y calla, y nada halla —¡Malditos desgraciados, salid si todavía alguno se encuentra de paja arropado¡, —¡Salid malditas ratas de establo!, el sevillano maldice espada en mano lo que no pudo hacer mientras pincha , hinca y remacha la espada como clavo.
    Cano buscando entre los aperos del pajar encuentra una boina de emplumada cresta y colores vivos, la coge con la punta de un horquillo y la eleva hacia la mirada de todos —No hay duda señor, no conozco a varón que pueda llevar tan ostentosa prenda sino que los Lansquenetes, que calan casquetes y empuñan grandes dagas, sin duda también nos esperaban. —dijo Cano
    La certeza de la emboscada asalta a los asaltados, los enmascarados de tizón sin duda los esperaban urdidos y avisados de un traidor conocedor del entramado. Lansquenetes anunciados, escondidos y embozados cortar pretendían la vida de los soldados, dirigidos al matadero, llevados al establo. ¡Dirigidos! ¡Llevados! como el aire al Catavientos, ¡Dirigidos!, ¡Llevados!, como el aire a la banderola,  —¡Ahora lo entiendo!, —dijo El Calatravo, —¡Lo entiendo ahora!. —¡La Veleta nos ha traído, la Veleta nos ha llevado¡ —¡El Veleta nos ha traicionado!.

Nadie había fuera del establo.


Por JORGE J. HERVÁS GÓMEZ-CALCERRADA.









2 comentarios:

  1. Muy buena historia de los 300 de Don Pelayo, estaba deseando de volver a leer algo interesante e historico que creo que hay mucha gente que desconoce. Enhorabuena.

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