LA ENCAMISADA

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viernes, 22 de abril de 2016

CASTILLOS ASEDIADOS.

 "EL PORTE MÁS PELIGROSO", UN TERCIO DE RELATOS (XVI).


Se abren los ojos, silencio.

Los ocelos giran y con ellos las imágenes, pero no mi cabeza, silencio.

Atenazados de abundancia, los miembros parecen haber sucumbido a la profusa manducatoria y reos del buche no parecen atender las demandas del cerebro. Silencio que se rompe por el murmullo de la respiración tenebrosa de mis hermanos que resoplan bajo sus bigotes untados de vino y baba.
Me izo sobre mis caderas cual Trabuquete y lanzando la mirada a ambos lados observo los estragos que sobre mis acompañantes ha infligido la terrible escuadra de la vianda. La estampa es la misma que pude ver en cualquier campo de batalla de los que sobreviví, cuerpos despatarrados de extremidades retorcidas,  aceros sobre el suelo y jubones encarnados de sangre de vid. Escuadra esquilmada por el vino y la carne, sorprendida por la gula, desarmada por la pereza y muerta por la lujuria, pecados capitales de los que ahora me constriño a expiar.
            Como a las gallinas que nos recibieron, con la punta del borceguí a modo de aldaba llamo a los cuerpos, les doy en los huecos de los costados aumentando el choque según percibo o no las primeras muestras de vida, o debiera decir mala vida, pues de sus adentros sólo salen maldiciones, quejos y reproches.
—¡Arriba! ¡Ditasea!, grito lo suficiente para no hacerme daño, que también herido de vino y carne sufro las maldades del ruido excesivo. Hogaño todos se levantan también, o mejor dicho, intentan hacerlo a fuerza de repeticiones dolosas, todo ello sin parecer avieso en las formas pues nunca ha de perder el señor el señorío aún encontrándose en las peores postrimerías.


           
No acierto a ver al orondo vivandero, cosa casi imposible ya que su figura siempre sobresale por algún lado y en ninguno se halla, así, cegado por la luz que irrumpe de fuera salgo a ver donde pudiera encontrarse. Ciego llego al cercado y no se ve en él vida humana ni animal, supongo que anda en otros cometidos y vuelvo hasta donde renacen las figura de mis hermanos que puestos ya en pié y armados hablan los unos con los otros.
            Apresuráos a envainar aceros y jubones que debemos colmar el carro del vivandero, dije, y mi voz retumbó en los paredones como si el señor mismo lo hubiera ordenado.
            ¡Santísima Virgen madre de Dios!, gritó llevándose Cano la mano a la cabeza mientras fruncía la cara. 
¿Es que no podéis hablar más abajo?, cada palabra vuestra suena como cañón,  aprended del tono que yo dulcemente produzco... que ya sabéis vos que “Primero es Abrazalla...” y empezando la tonada le cercaron con la intención de ahogar su canto embutiendo su pescuezo que casi regurgita el puchero nocturno. El alboroto que produjo su ahogada romanza provocó que la “puerca” silueta del vivandero apareciera. Ya no vestía mandil, sudaba profusamente y jadeaba más que hablaba, entreveraba palabras en francés haciéndolas pasar como castellanas y ni unas y otras nuestras dolorosas cabezas entendían.
Messieurs , je vous demande a vuesas mercedes que de la misma manera que llenaron sus ventres, llenen ahora el vano del Chariot y se dió la vuelta saliendo por la puerta cuyos marcos acariciaron los flancos de sus carnes.
Sin entender, comprendimos que debíamos seguirle y eso hicimos en reata uno tras de otro al tiempo que colocábamos nuestras apariencias, que !vive dios! no eran las mejores, ni las más prestas.
Fuera el carro prolífico se hallaba rodeado de sacos de harina de centeno,  vasijas de aceite y queso, también bacalao seco se apilaba, pero lo que a todos nos fascinó fue la cantidad de carne de cerdo y buey que se mostraba preparada para ser envuelta en junco. Aquel acarreo estremeció mi ánimo, puesto que la abundante carga nos llevaría irremediablemente a también abundantes problemas.
Imaginen vuesas mercedes semejante acarreo por estas tierras diezmadas por el hambre, cualquier famélico de mansa existencia puede convertirse por el llamamiento de la gula en el más aventurado asaltante, porque ya muerto de hambre la amenaza resulta insignificante y el resultado superlativo.
Muchas escoltas había hecho hasta la de hoy, pero todas menores en contingencias. Las de personas, por muy alto rango o linaje que de su condición eran, nunca tantos acechantes tenían, ni siquiera las de la Curia, Protestantes contaban que los escrutaban o perseguían. Ni a los transportes de bellas damas yo tanto los temía puesto que los hombres solo por amor ya no morían, que bien sabían que en la otra vida otras no tenían.


Así pues este porte de carne y otras pitanzas seguro que malas sombras arrastrarían...






CASTILLOS ASEDIADOS.

 España es tierra de Castillos. Esta vieja nación -puede que la más antigua de Europa- desde sus primigenios inicios y a consecuencia de su procelosa historia, -la península siempre fue anhelada y codiciada por otros pueblos- se vería obligada desde el principio a vivir siempre bajo la amenaza de la invasión. Esta continua amenaza forjaría en sus habitantes una desconocida resistencia que a lo largo del tiempo y como consecuencia de los continuos hostigamientos les llevaría a buscar refugio en la orografía del terreno, o por el contrario cuando ésta no era propicia se verían obligados a construir baluartes protectores desde los que defenderse. De esta manera la península comenzó a colmarse de edificaciones defensivas que la necesidad estimulaba.
En tiempos de la invasión romana serían los Castros -Castrum-, fuertes de madera empleados para guarecer a las tropas o poblaciones de sus enemigos. Más tarde serían las “Motas” o construcciones en sitios elevados –de los que tomarían su nombre- las que darían cobijo y protección al pueblo ante una amenaza. Estas últimas consistían en la edificación de una torre en un promontorio desde donde se aprovechaba su dominante situación para anticipar con tiempo suficiente la presencia hostil de otros habitantes. A su alrededor se construía una muralla de madera que albergaba otras edificaciones, casi todas ellas vitales en caso de asedio, como herrerías, cuadras, cocinas etc. La torre servía como morada del Señor que a cambio de la servidumbre de sus feudatarios les ofrecía protección. Estas construcciones fueron muy eficaces hasta que el fuego dejó al descubierto la debilidad de sus murallas construidas de madera, a pesar de que en ocasiones y con la intención de engañar en cuanto a su robustez, la muralla era revestida de barro para darle apariencia de estar construida de dura piedra. Podemos observar en la geografía española gran cantidad de topónimos geográficos cuya etimología se remonta a esta época como las conocidas poblaciones de Mota del Cuervo en (Cuenca), Mota del Marqués (Valladolid) por poner un ejemplo.


De esta manera llegaríamos a la piedra como elemento fundamental en la construcción de este tipo de edificaciones defensivas que iban alzándose unas sobre otras pues la elección del lugar desde la antigüedad había sido fundamental. Primero los lienzos de sus paredes fueron más frágiles, engrosándose a medida que las armas de asedio y la artillería se perfeccionaba. También los muros crecían en altura a medida que los asaltantes urdían artefactos sitiadores más efectivos, y es que la construcción de los Castillos se iba acomodando a las técnicas de asedio, adaptándose también a las necesidades de la defensa y el ataque, lo que les convertiría en verdaderas máquinas de Guerra.
Se levantaban sobre enormes riscos de dura piedra evitando su minado, crecían sus torres o las aislaban del conjunto para hacerlas inexpugnables. Fosos, empinados desniveles, angostos accesos y puentes levadizos formarían parte de sus terribles armas. Un Castillo o baluarte defensivo no es más que un enrevesado edificio dedicado exclusivamente a la guerra, por lo que la vida en su interior se presumía muy dura y por lo tanto muy alejada de la idílica idea que muchas veces se tiene de estas construcciones de frías paredes pétreas y lúgubres estancias.
No es de extrañar que uno de los grandes reinos ibéricos del medioevo llevara el nombre de estas fortalezas, Castilla, dada la gran cantidad de estas construcciones que se alzaban en sus tierras. En la actualidad son más de 20.000 los Castillos que se yerguen o mejor dicho resisten sobre nuestro suelo, un patrimonio tan importante como difícil de mantener, que por momentos se deteriora ante la pasividad general de las administraciones.


La vida de estos gigantes pasaría por diferentes periodos hasta llegar a nuestros días. Cuando dejaron de servir para lo que realmente fueron ingeniados pasarían en ocasiones a usarse como palacios y nobles residencias. Posteriormente de nuevo las múltiples guerras acontecidas en nuestro suelo los harían resurgir también como enclaves defensivos. En las Guerras Carlistas por ejemplo fueron profusamente usados como acantonamiento de tropas y cárceles. También la invasión napoleónica de España se sirvió de ellos y muchos fueron destruidos. Más tarde y con el paso de los siglos llegaría el abandono total, sus sillares serían expoliados por los habitantes de las poblaciones cercanas que vieron en sus muros una enorme y económica pedriza desde donde aprovisionar las demandas de sus obras.

Así, nuestros castillos se convertirían en ruinas perfectamente integradas en el decorado de nuestra geografía, tan integrados diría yo, que nadie reparaba en ellos y su presencia casi no interesaba, simplemente estaban allí como testigos mudos de otras épocas.

Durante los primeros años del siglo pasado comienzan a ponerse en valor, la llegada de la nueva centuria trae consigo una preocupación por nuestro patrimonio que hasta entonces resultaba ignota, muchos de ellos fueron nombrados legalmente como Bien de Interés Cultural (B.I.C), acreditación por la cual la administración empezaba a mostrar inclinación por este patrimonio desdeñado. Una pequeña porción de ellos serían reformados o reconstruidos, mientras la gran mayoría permanecerá en las mismas condiciones, unas veces porque pertenecían a propietarios privados que no podían asumir sus costosos mantenimientos o porque las administraciones tampoco los pueden asumir, todo ello a consecuencia de que se encuentran al amparo de pequeños ayuntamientos que se ven incapacitados para asumir su conservación . Lo cierto es que en la actualidad muchos pueden ser disfrutados por todos nosotros debido al buen estado en el que se encuentran y la protección con la que cuentan, otros, la mayoría, se hallan en un estado ruinoso del que deben ser rescatados con urgencia.

Es incuestionable que la mayor riqueza de nuestra nación y su primera industria es el turismo, no en vano somos la segunda potencia a nivel mundial, pero siguen sin interesarnos como debiera este tipo de bienes que poco a poco van desapareciendo, bienes que albergan entre sus formidables muros la historia de esta nación y por ende de Europa y toda la humanidad. Obras arquitectónicas palpables y ciertas que nos ayudan físicamente a entender nuestro pasado, verdaderos recintos que nos trasladan hasta otras épocas y que se integran en la mayoría de las veces en lugares hermosos y poco conocidos que deben ser descubiertos.

Otros países de nuestro entorno llevan décadas promocionando y cuidando de este tipo de monumentos. Francia por poner un ejemplo, los presenta como una de sus grandes ofertas turísticas y culturales. Las rutas por los “Chateaux” franceses se muestran como una de las más demandadas de este tipo de turismo, también lo son en otros países como Irlanda o Escocia, donde sus castillos promocionan en ocasiones toda su oferta turística resultando un verdadero activo cultural.


Comprensiblemente la protección y mantenimiento de estos bienes culturales resulta muy costoso en todos los ámbitos, y he de decir que poco a poco algunas administraciones y particulares van realizando inestimables esfuerzos encaminados a su conservación, pero todavía nos queda mucho camino que recorrer. La protección que desde el estado se les da no resulta muy efectiva en la mayoría de las veces y la omisión se convierte por relación directa en agresión, y es que no todo es dinero. En las visitas que vengo realizando desde hace años a los castillos españoles a los que acudo con verdadera fascinación he podido constatar todo tipo de agresiones a su integridad, suciedad, escombros, malos y peligrosos accesos, así como todo tipo de pseudoconstrucciones anexadas al entorno entre otras barbaridades. Esta situación nace como ya he dicho del poco interés que suscitan estos monumentos, por lo que resulta cada vez más urgente estimular a todos los actores para que reviertan esta situación endémica. Pero por suerte no todo es así y en España podemos disfrutar de verdaderas joyas que animo a visitar, auténticos tesoros que con el esfuerzo de muchos pueden deleitarnos en nuestras jornadas de vacaciones, sin necesidad de realizar grandes y costosos viajes y que nos acercarán a nuestra historia de un modo práctico.




¿Quién no se ha quedado mirando alguna vez desde el coche estas construcciones en lo alto de una mota?.



 






 






Texto, ilustraciones y fotografías realizadas por:

 Jorge J. Hervás Gómez-Calcerrada.

A mis Castilleros queridos....



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