LA MALDITA HUMEDAD. "Un Tercio de Relatos" (III).
No cesa de llover, las pocas alimañas que habitan por estas tierras huyen a las primeras gotas. Nosotros ni eso podemos.
El Fraile que nos acompaña se apresura a recoger los efectos de la
misa que se había preparado, arrastrando los hábitos por el barro. El agua le
recorre en hileras su extensa calva uniéndose en afluentes hasta la barbilla.
Las
Caballerías buscan el poco resguardo que los arbustos les ofrecen, mientras yo
y alguno de mis compañeros nos apresuramos a poner a salvo los barriles de
pólvora, que atascados en el barro se embarrancan cuanto más los empujamos.
La humedad
mata más que el Arcabuz, yo la he visto acabar con hombres que de mil formas se
libraron en batalla de unirse con el creador. Por eso es conveniente alejarse
de ella, y del matasanos que con sus ungüentos dice curarla. Una vez hizo
que tragara las vísceras cocidas de no sé que animal, que a poco hubiera
preferido recibir un tajo de vizcaína. Desde entonces procuro alejarme tanto de
la maldita humedad como del quitamales.
Mojado de
Chambergo y Capa, busco una pira donde escapar de ellos.
Esa noche
parece que volvemos a salir...
VERANO DE 997
Santiago de Compostela humeante. La ciudad arrasada. Una de las
perlas de la Cristiandad había sido usurpada por las razias de Almanzor
"El Victorioso".
Desde el año 978 al 1001, sus huestes habían sembrado el terror en
toda la península lanzando devastadoras campañas. Durante más de veinte años el
Caudillo Moro golpeó con fuerza los muros cristianos, pero su destino mas
ansiado sería Santiago de Compostela, una de las tres ciudades santas de la Cristiandad junto con
Jerusalén y Roma.
Desde su feudo en Córdoba comenzaría una serie de cruzadas que le
llevarían hasta la ciudad de Oporto, y desde allí alcanzando el Miño,
destruiría a su paso la ciudad de Tui, y el Castillo de San Payo. Ya quedaba
poco...
Nada parecía entorpecer su llegada hasta Santiago, ni las escasas
tropas del Rey Leonés Bermundo II pudieron frenarle en su triunfal viaje. En
Padrón, quemaron y destruyeron la iglesia de Santiago "que para los cristianos
seguía en importancia a la que encierra el Sepulcro".
La gente comenzó a tomar a estos ejércitos como verdaderos enviados del infierno, es más, la
cercanía del año 1000 hizo que muchos pensaran que estos brutales ataques
formaban parte del Apocalipsis.
Así, el 10 de Agosto el temible ejército de Almazor llegó a la
Ciudad Jacobea, que prácticamente había sido abandonada por sus pobladores. Sin
resistencia saquearon, quemaron y destruyeron sus monumentos, iglesias y
murallas. Con una excepción, el sepulcro del Apóstol quedó a salvo. Almanzor
ordenó poner guardia para protegerlo, no sin antes abrevar su caballo en la pila de agua bendita.
LAS CAMPANAS DE SANTIAGO
Siguiendo la
ruta que les llevaría a Santiago de Compostela, los soldados de Almanzor iban
recogiendo como botín de guerra todas las campanas de las iglesias cristianas
que a su paso desvalijaban y quemaban. No serían una excepción las campanas de la pequeña Basílica de Santiago, la cuales arrancaron de su espadaña.
Según la leyenda, todas ellas fueron cargadas por esclavos
cristianos desde Santiago hasta Córdoba. Hay que pensar en el valor material
del bronce y por supuesto en su valor simbólico.
Una vez en la ciudad califal, las Campanas Compostelanas se destinaron a iluminar la Mezquita de manera que dadas la vuelta y montadas sobre trípodes, fueron llenadas de aceite. De esta manera las campanas que habían honrado y glorificado a
uno de los Apóstoles de Jesucristo, se encontraban ahora alumbrando la mayor
mezquita que jamás se viera en occidente. El resto de las campanas ocupadas en
tierras cristianas, fueron fundidas haciéndose con ellas puertas para la
Mezquita.
Por azar del destino el sonido de las campanas quedó enmudecido y ahogado por el aceite andalusí. Durante más de dos siglos y medio, el bronce de las campanas
dio luz y entrada al santuario musulmán ajenas a su destino final,
nuevamente la tumba del Apóstol.
Tras la reconquista de la ciudad de Córdoba por parte del Rey
Fernando III El Santo, en un intento de recompensar el expolio de la Catedral
de Santiago, se ordenó fundir unas magníficas campanas utilizando el bronce de
las puertas de la Mezquita y de las campanas reconvertidas en lámparas. Así
iniciaban nuevamente su regreso hacia la tumba del Apóstol, esta vez serían esclavos musulmanes los que cargarían con tal pesada y azarosa carga hasta la que sería su
definitiva morada.
Pero aquí no acaba su destino. Nuevamente y con motivo de la edificación en el siglo XVI de la torre barroca conocida hoy como "del reloj", se dispuso fabricar una grandiosa campana para ser instalada en dicha torre. Otra vez el bronce de las once campanas Cordobesas fueron desmembradas y fundidas en lo que sería la actual "Campana Berenguela", la cual podemos ver hoy en día instalada sobre unos pedestales en el claustro de la catedral.
Ya ven, campana sobre campana, y sobre campana Una...
Camisa y pañuelo, debajo, hombres de barro. Bien regados de vino para mitigar frío y hambre.
Antorchas apagadas prestas a sabotear la poca pólvora que el agua no haya malogrado.
Al poco todo se ilumina y con el resplandor, las caras embarradas asustan más que las explosiones. Ellos corren, ¡Malditos Españoles!.
Nuestras espectrales figuras rebanan cuanto a su paso se cruza.
Ojos que levitan en la oscuridad, mortajas de lodo, y la maldita humedad.
...a mis compañeros del grupo "Roses 1991", con los que tantas cosas compartí. Me alegro de veros.
J. Hervás Gómez-Calcerrada.
Muy buena como siempre, original, aprendiendo cosas nuevas. Me gusta
ResponderEliminarUn orgullo pertenecer a tan noble grupo y tener la fortuna de contar con personajes sin par como mis herman@s.
ResponderEliminarThe Farfan's Boy
Gracia Enrique. Es un honor teneros como amigos y nobles compañeros. Un abrazo.
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